_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La construcción de la inseguridad

Un fantasma recorre Barcelona, el fantasma de la inseguridad. En los periódicos catalanes se explicaba el 25 de diciembre que el barómetro municipal del último semestre sitúa la inseguridad, con un 19,6%, como lo que más preocupa a la ciudadanía. EL PAÍS titulaba "La inseguridad es ya el primer problema para los barceloneses"; Avui sumaba este porcentaje al 4,1% que ha elegido la reciente categoría del incivismo en un 23,7%, que evidenciaría el malestar por las condiciones de vida en la calle; y según La Vanguardia, el paro, en segundo lugar, más los problemas económicos, un 11,6%, sumarían un 23,1%, mostrando el peso de la crisis económica. Sorprendentemente, el mismo ayuntamiento en su página web le da a la inseguridad sólo un 6,5 %, y destaca que la suma de la preocupación por el paro y por las condiciones de trabajo sería el mayor problema, un 20,6%. Parte de la imprecisión radica en la misma encuesta: las preguntas ya proponen los problemas a elegir, dando pocos márgenes de respuesta y no entrando en matices o análisis.

Barcelona, como la mayoría de ciudades europeas, es segura, si la comparamos con las ciudades de otros continentes

En cualquier caso, la percepción de inseguridad es uno de los fenómenos más relativos y ambiguos. No se puede restar importancia a los atracos y a los robos en pisos y coches, pero Barcelona, como la mayoría de ciudades europeas, es segura, si la comparamos con las grandes ciudades de otros continentes. En ella domina la convivencia y la voluntad de ser un ámbito para la vida democrática. Quien considera Barcelona insegura es que ni viaja ni ve películas ni se pasea la ciudad, sino que vive en su burbuja de televisión y automóvil. Ciertamente, europeos y norteamericanos, viviendo en las sociedades más desarrolladas y seguras, criados entre mimos y algodones, son los que más obsesivamente se sienten amenazados por la inseguridad; una percepción que es privilegio de los que tienen algo que perder.

Además, la inseguridad es siempre una construcción. La industria de la seguridad da mucho negocio: urbanizaciones cerradas, sistemas de vigilancia, seguridad privada, etc. Y reclamar más seguridad conduce a más policía y más control. Que esta difusa sensación de inseguridad se extienda es muy negativo para una ciudad, ya que, no sólo refuerza la industria del miedo, sino que aumenta la desconfianza; criminaliza a los otros, a los más vulnerables; vacía las calles, plazas y tejidos urbanos históricos; y disminuye los valores democráticos de solidaridad y cohesión. Algo tan indefinido y difuso, que existe tanto por la experiencia personal como por la insistencia o no de los medios de comunicación, magnificando los problemas de inseguridad y violencia, y no los valores positivos de cada sociedad, es, efectivamente, un fantasma urbano.

En los últimos meses algunos hechos, especialmente el debate sobre la prostitución en la calle a partir de la publicación, a principios de septiembre, de flagrantes e inquietantes fotografías, han tenido un gran impacto en la ciudadanía y han potenciado una imagen de degradación, sobre todo en Ciutat Vella, donde ya hace meses se promueve la ambigua campaña Volem un barri digne, que se ha extendido hasta el Poble Sec.

Es evidente que aumentan sensaciones diversas y entremezcladas: desamparo, desafección política, desconfianza, descontento. Pero son cosas distintas las crisis políticas y económicas que la sensación de inseguridad en la calle. Y es algo que corresponde a sociólogos y antropólogos interpretar y nombrar. En Francia, a finales de los años sesenta, se acuñó el término "sarcellitis" (en relación con la ville nouvelle de Sarcelles, deshumanizada y repetitiva) como premonitoria enfermedad de las nuevas ciudades y de los suburbios; y posteriormente se afianzó el énfasis en la seguridad personal y la estigmatización de la delincuencia.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Hoy, la omnipresencia del problema de la inseguridad es la demostración de una sensación difusa e intensa de desamparo, en nuestros tiempos de crisis y transformación, en lo que Zygmunt Bauman ha caracterizado como "modernidad líquida". Es el síntoma de un malestar que, más que barómetros, pancartas y controles, requiere de un tratamiento mucho más profundo, de acciones para conocer y afrontar los conflictos, y de experiencias para aprender a convivir con la diferencia.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_