La brecha educativa
Uruguay introduce ordenadores en las escuelas, un nuevo modo de luchar contra la desigualdad
Quien no termina el colegio secundario en América Latina está semicondenado a ser pobre. Las empresas exigen secundaria aun para empleos no cualificados. Quedará en la informalidad, o la marginación, y estará excluido de los sistemas de protección social, y de salud. Encerrado en una trampa de pobreza cuando forme un núcleo familiar, la reproducirá.
Entre los jóvenes cuyos padres no terminaron la primaria, sólo completan la secundaria 3 de cada 10. En aquellos cuyos padres terminaron la Universidad son 9 de cada 10. Los que no terminan la secundaria son muchos. El 30% en Chile y Perú; el 50% en Bolivia, Brasil, Colombia, Panamá y Paraguay, y el 70% en Guatemala, Honduras y Nicaragua.
¿Causas? Son muy concretas, y vinculadas a las graves desigualdades de la región. Se ha casi universalizado el ingreso a la escuela primaria, lo que es un avance muy importante, pero un 17% de los niños que se inscriben en ella no la finalizan. Un 16% de los niños de la región sufre de desnutrición crónica, a pesar de ser una de las mayores productoras de alimentos del planeta. Un 11% de los niños menores de 14 años trabaja. Empiezan en un promedio de edad de ocho años. Su labor en explotaciones rurales, mineras, basurales, en la calle va a afectar a su salud, y va a llevarlos a repetir, y abandonar la escuela. Por otra parte la familia es clave. Si se desarticula como sucede con frecuencia en una región con más de un tercio de la población en situación de pobreza, la posibilidad de deserción sube fuertemente.
Los que llegan a la secundaria y vienen de hogares pobres tienen la presión de ingresar rápido al mercado de trabajo. Mientras que las familias de clase media y alta procuran alargar al máximo los años de estudio de los jóvenes y buscan cómo apoyarlos para hacer posgrados, las familias desfavorecidas necesitan que produzcan cuanto antes. En el estrato del 20% más rico terminan la enseñanza secundaria cuatro de cada cinco, mientras que en el 20% más pobre sólo lo hacen uno de cada cinco.
Todas las tendencias anteriores llevan a que menos de uno de cada 100 jóvenes del 20% más pobre termine la Universidad. En el 20% más rico son más del 20%.
La diferencia entre tener o no un título universitario crece. En Estados Unidos, quienes tienen una licenciatura ganan un 74% más que los que sólo tienen secundaria.
Las desigualdades en años de escolaridad se amplían mucho por las diferencias en calidad de la educación. Las escuelas públicas que atienden a casi toda la población humilde tienen déficits severos de infraestructura, de recursos para el aprendizaje, de bibliotecas, y hasta de baños y de agua potable. Las escuelas privadas tienen buena dotación, maestros mejor pagados, y dictan más horas de clase.
En estas condiciones de desigualdad aguda, la educación refuerza las desigualdades. Resultado: hay 57 millones de jóvenes en la región, uno de cada dos está desempleado, subempleado o no trabaja ni estudia. Pero hay soluciones.
Una recomendación frecuente de fuentes económicas ortodoxas es reorientar recursos de la Universidad pública a la educación primaria.
Es una falsa antinomia. Debilitar en pleno siglo del conocimiento las universidades es casi suicida. El desafío es mejorar su calidad. Como plantea Drew Gilpin Faust, presidenta de Harvard: "Las universidades deben ser productoras no sólo de conocimientos, sino también de dudas (a menudo incómodas). Son lugares creativos y provocadores". La verdadera antinomia es educación en general versus gastos, como los militares que vienen creciendo en la región, la especulación financiera, la alta evasión fiscal.
Con mejoras, la inversión en educación en América Latina es limitada. Finlandia gasta 5.373 dólares por alumno en primaria; Francia, 5.224, y España, 4.800. En cambio, México dedica 1.604 euros; Colombia, 1.257, y Perú, 446.
Se necesitan más recursos, y garantizarlos como política de Estado, como hizo Costa Rica, que modificó su Constitución para determinar que la inversión en educación no será nunca menor del 6% del producto bruto (PIB).
Se necesitan políticas públicas agresivas, y la asunción de activas responsabilidades por parte de las empresas y la sociedad. Es central en todo ello fortalecer la escuela pública. Como tiende a ser la escuela de los pobres, no tiene en su derredor lobbies con fuerza que defiendan su causa.
Es factible. Lo muestran el exitoso Plan público Ceibal en Uruguay (apoyado en "un niño, una computadora" del MIT), y programas ejemplares como, entre ellos, ProNiño de la Fundación Telefónica, que ayudó a sacar del trabajo infantil a más de 200.000 niños de 13 países, o Fe y Alegría, gran programa educativo de la sociedad civil para humildes.
El Gobierno uruguayo entregó en los últimos tres años una computadora a cada uno de los 362.000 niños y 18.000 maestros de las escuelas públicas e instaló conectividad en ellas. El 70% de las computadoras llegó a niños que no tenían ninguna en su casa, el 50% formaba parte del 20% más pobre de la sociedad. Los niños están enseñando a usar la computadora a sus padres, hermanos, y otros niños. Toda la sociedad apoyó el plan que el nuevo Gobierno anuncia que llevará a la enseñanza secundaria y al preescolar. Esta estimulante experiencia de un Gobierno latinoamericano de un país modesto, enfrentando una nueva desigualdad, la brecha digital, mostró que las desigualdades no son invencibles, y que se pueden encarar con políticas públicas de calidad, buena gestión, y concertación social.
Bernardo Kliksberg es asesor principal de la Dirección del PNUD/ONU para América Latina y director del Fondo España-PNUD Hacia un desarrollo integrado e inclusivo.
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