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Columna
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La suerte

Naturalmente, este año tampoco nos ha tocado la lotería. Pero qué bien que al menos tengamos salud (y amor). Eso nos decimos año tras año, repitiendo el más elemental de los mecanismos compensatorios. En estas fechas me da por ponerme a pensar sobre nuestras creencias en torno a la suerte y el destino. Me fascina toda esa gente (en otros aspectos de su vida seguramente bastante racional) que juega sus buenos euros a un número que es la suma de su fecha de nacimiento y la de su pareja, o de la muerte de Michael Jackson, o de una cifra que ha visto en sueños. La gente que cree que pasar el boleto por la tripa de una embarazada da buena suerte, o en otros rituales que supuestamente atraerían la visita obsequiosa del hado.

Da igual cómo de secularizada o racionalizada sea una sociedad: la mentalidad mágica pervive con una fuerza sorprendente. Se dice que los antiguos griegos, así como los antiguos cristianos, veían cosmos, orden y belleza donde nosotros, descreídos posmodernos, sólo vemos contingencia, complejidad y azar. En líneas generales seguramente es cierto, pero aunque sea de manera más deslavazada e incongruente (ya pocos hacen referencia a la Providencia divina), seguimos creyendo en una idea de orden y de destino, en la idea de que aquello que nos pasa "está escrito" y se puede leer, descifrar o avanzar de algún modo.

Donde mejor se ve, claro está, es en las supersticiones y en las artes adivinatorias, como el horóscopo (la creencia de que "está escrito en las estrellas", idea que remite a la conexión y orden del universo), pero también en otros múltiples tópicos que repetimos sin darnos cuenta. Especialmente en momentos cruciales de la vida, como el enamoramiento (la idea del "alma gemela", de que el enamorado estaba "predestinado para mí", de que no ha podido tratarse de un encuentro "casual") o la muerte (incluso entre los no creyentes se repiten frases como "le ha llegado su hora", como si esa hora estuviera asignada de antemano).

Pero es en la mentalidad retributiva, en los mecanismos compensatorios, donde se manifiesta de manera más habitual. Nos alegramos si le toca la lotería a alguien que ha sufrido mucho, que vive pobremente o que padece una grave enfermedad: "se lo merece", "ya le tocaba algo bueno". Como si la suerte tuviera que estar compensada, distribuida equitativamente; es decir, responder a una lógica justa. La idea de que la mala suerte en un ámbito ha de indemnizarse con la buena en otro: desafortunado en el juego, afortunado en amores. La idea de que los feos o los calvos tienen mayor potencia sexual, de que el aguacero en una boda da buena suerte, de que las guapas son tontas. Y todo ello porque la creencia en un azar ciego, contingente e irracional es demasiado pavorosa. Necesitamos creer que hay algo de justicia en el mundo, un poco de equilibrio en la distribución de los dones y las desgracias. En fin: ¡Eguberri on, Feliz navidad!

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