Zapatero y Rajoy rompen puentes
El 4 de septiembre, José Luis Rodríguez Zapatero anunció un próximo encuentro con el líder de la oposición, Mariano Rajoy, para pactar la Presidencia Europea del próximo semestre, la política energética y la educativa y acercar posiciones sobre la política contra la crisis. El encuentro no se produjo. Hace un mes, la vicepresidenta primera, María Teresa Fernández de la Vega, justo después de resolverse el secuestro del Alakrana, volvió a anunciar el encuentro. Tampoco se produjo. Anteayer, De la Vega ya no anunció nada y culpó a Rajoy de "no estar a la altura de las circunstancias". Según La Moncloa, Rajoy no ha aceptado la invitación, al menos, una vez. El Gobierno no ha insistido y no parece que lo haga.
La sensación de puentes rotos entre Zapatero y Rajoy aumentó con el fracaso de la Conferencia de Presidentes, al negarse los presidentes de las comunidades del PP, a instancias de Rajoy, a pactar un bloque de medidas a favor del empleo con Zapatero. Pero lo que reveló la Conferencia, más que una ruptura total de los puentes, fue la fijación de unas líneas rojas que Rajoy no está dispuesto a cruzar en lo que queda de legislatura: las de la economía. A La Moncloa no le sorprendió lo sucedido porque sabe que Rajoy cree que puede ganar unas elecciones disputadas en ese campo. Por ello no quiere fotos ni equívocos con Zapatero. Pero eso tampoco significa que hayan roto todos los puentes.
Zapatero y Rajoy han establecido una peculiar relación. No se reúnen desde hace un año. Pero si hace falta pactan en una conversación telefónica el candidato a presidir RTVE, como sucedió en octubre. Tampoco Zapatero tiene inconveniente en informarle sobre el secuestro del Alakrana o el de los tres cooperantes españoles por Al Qaeda.
La relación entre ambos líderes fue peor la pasada legislatura, enfrentados a cara de perro en una política tan sensible como la antiterrorista. Tampoco se puede comparar esta legislatura, lo que se hace con frecuencia, con la última de Felipe González, la del 1993-96, enfrentado con José María Aznar en todos los campos.
Entonces era González quien tenía un enorme lastre en los escándalos de corrupción en sus filas. En esta ocasión es Rajoy. La otra diferencia es que González se vio obligado a adelantar las elecciones porque, tras los escándalos, Jordi Pujol le retiró el apoyo parlamentario. Zapatero, no sin dificultades, está sorteando con éxito el embate. Con su política de geometría variable ha salvado sus principales proyectos, como los Presupuestos, y sólo ha perdido 13 votaciones de 1.500.
Zapatero no vive la situación agónica de González de 1993-96. Corre otros riesgos, el de que una crisis económica tan profunda, que lo condiciona todo y apenas deja margen al Gobierno para nada, se lo lleve por delante. Se juega las elecciones de 2012 en la evolución de la economía y el empleo en los próximos dos años y en que la opinión pública perciba que las medidas que está adoptando son útiles en ese objetivo. Con ello trata de romper la sensación extendida de que no previó la crisis y de que no tomó medidas contra ella.
La Moncloa opina que en dos años aún hay mucho partido para sorprender a Rajoy, darle la vuelta a la situación y que "lo importante ahora es marcar un rumbo". Cree que ese rumbo lo fija la Ley de Economía Sostenible, su proyecto estrella en la segunda parte de la legislatura, con el que pretende abrir el debate social sobre la salida de la crisis, fijar sus pautas y el tramo final de su mandato.
La otra apuesta de Zapatero es el diálogo social y su sólida relación con los sindicatos en las políticas contra la crisis. Eso le facilita la dialéctica izquierda-derecha, auspiciada por la creciente agresividad del PP y su entorno mediático contra las organizaciones sindicales.
Asimismo, en breve, tras la Presidencia Europea, tendrá que despejar si se presenta a las elecciones. Su entorno lo da por hecho. Zapatero suele responder que "tiene pensado lo que va a hacer", pero que no se lo dirá a nadie hasta que llegue el momento. Y entre "lo que va a hacer", su entorno prevé un amplio cambio de Gobierno que sirva para dar una imagen más sólida y menos improvisada.
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