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Columna
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La burbuja de la deuda

Joaquín Estefanía

Permitámonos, por ser Navidad, una ucronía: que Marx y Engels viven y han de redactar, 161 años después, una nueva versión actualizada del Manifiesto Comunista. Quizá podrían empezar así: "Un fantasma recorre el mundo: el fantasma de la deuda. Todas las fuerzas del planeta se han unido en santa cruzada para acosar a ese fantasma: el FMI y las agencias de calificación de riesgo, Obama y Merkel, los gobiernos y las empresas, los socialdemócratas y los conservadores". La burbuja del endeudamiento, privado y público, se ha unido al incremento del paro y al empobrecimiento de las clases medias como las principales secuelas de una crisis que afectará en sus cimientos económicos, junto al cambio climático, a al menos a una generación de ciudadanos.

¿Pueden suspender pagos algunos países, sin que se produzca un efecto dominó?

En las últimas fechas la deuda pública ha sustituido a la privada en el primer lugar de las preocupaciones de los Gobiernos. No porque esta última haya disminuido significativamente (no es cierto que la crisis económica haya producido una sustitución del endeudamiento privado por el público, como en algún momento se creyó, sino una acumulación de ambos) sino porque ha emergido con mayor virulencia la posibilidad del impago de la deuda de algunos países. Una suspensión de pagos dio lugar precisamente a una década perdida, la de los años ochenta, en América Latina.

Primero, los problemas de una empresa pública como Dubai World (cuya deuda, ahora se sabe, no estaba asegurada por el Gobierno de ese país, como creían los inversores); a continuación Grecia ve como su deuda soberana cae a la misma consideración que los bonos basura tras conocerse que sus niveles de déficit y deuda pública (12,7% y 114% del PIB respectivamente) eran el doble de los reconocidos por el anterior Gobierno, situándose en una coyuntura que concita analogías con la de Islandia, un país que pasó en unas semanas de ser modelo de desregulación a la bancarrota. Y las agencias de calificación de riesgo (que pese a sus continuas equivocaciones y abusos mantienen un nivel alto de influencia entre los inversores) han puesto en cuestión, también por los elevados desequilibrios de sus cuentas públicas, a países tan dispares como EE UU, Gran Bretaña o España.

Cuanto más cae la calificación de un país, más caros resultan los préstamos que demandan para pagar sus obligaciones. ¿Habrá un efecto dominó? Lo sucedido en Grecia ha resucitado en algunos ambientes el abusivo concepto de los países PIGS (Portugal, Italia, Grecia y España), como si la situación fuese similar en los cuatro. Por su parte, el FMI pronostica que la deuda pública promedio de los países que forman el G-20, el 80% del PIB en el año 2007, alcanzará el 120% en el año 2014. A los problemas sobre el pago de esa deuda habrían de añadirse los de los avales públicos a los bancos, en caso de que algunos de éstos tuviesen problemas que aun no han emergido (como también indica el FMI) o los que en el seno de los Estados afectan a algunas zonas (por ejemplo, California, en EE UU, o los que hay en algunas comunidades autónomas españolas).

Ante estos problemas, que podrían acrecentarse si suben los tipos de interés y en un contexto de caída de los ingresos públicos y de aumento de las presiones sobre el gasto social, habría, por ejemplo, que matizar un poco las palabras de Cándido Méndez, el secretario general de UGT, en la multitudinaria manifestación de poder sindical que hubo en Madrid el pasado sábado: la prioridad de la política económica debe ser, efectivamente, el empleo pero en materia de déficit y deuda pública estamos rozando el larguero. No se trata de retirar los estímulos públicos en esta coyuntura, pero sí de dotar a esa política de mayor eficacia y transparencia (el engaño sobre la magnitud de las cuentas públicas en Grecia cuestiona la ausencia de vigilantes en la eurozona) y de una hoja de ruta para salir, poco a poco, de esa metástasis del endeudamiento. Además, Europa no dispone de un protocolo con el que tratar a los países que pudieran suspender pagos, reflexión que ha surgido ahora con el caso de Grecia. ¿Se puede decir de los países, como de los bancos, que hay algunos suficientemente grandes como para impedirles quebrar porque tienen riesgo sistémico y por la interdependencia que produce la globalización?

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