La responsabilidad de una gota
Salvo que, como señala Rafael Méndez en EL PAÍS del 22 de noviembre, "el secreto de la satisfacción" sea "rebajar lo suficiente las expectativas", podría ser que aquélla no fuera la suficiente para el ecosistema planetario tras la cumbre del clima que se celebra en Copenhague. De hecho, podría ser la misma que la que manifestaría, si pudiera, el atún rojo tras la decisión del ICCAT, organismo competente (sic), de disminuir su pesca un 40% en contra del criterio científico que solicitaba reducciones "drásticas" para proteger la especie.
Siendo prácticos, aunque hay que conciliar intereses, los medioambientales deberían primar sobre los económicos, pues los segundos no tienen cabida en un planeta tóxico. Pese a ello, Gobiernos y organismos internacionales continúan asumiendo con timidez su parte de responsabilidad. Ocurra lo que ocurra en Dinamarca, no nos dejemos apabullar por la inmensidad de la labor y demostremos a nuestros líderes que los ciudadanos sí asumimos la cota que nos corresponde. Ésa que menospreciamos por insignificante, pese a que los escasos metros cuadrados que nos rodean no rodean a nadie más: apaguemos en domicilios y trabajos luces y electrodomésticos que no utilizamos, usemos el transporte público o la bicicleta, ajustemos la calefacción a 200 o 210 centígrados, rechacemos en el próximo restaurante el atún rojo, etcétera.
A fin de cuentas, el océano es sólo una cantidad ingente de insignificantes gotas de agua y es exclusivamente nuestra la responsabilidad de mojarnos con la que nos toca.
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