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EL OBSERVADOR GLOBAL
Columna
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Obama va a la guerra

¿Qué ocupará más espacio en la biografía de Barack Obama: la guerra en Afganistán o la reforma sanitaria de Estados Unidos? Ambas son audaces apuestas históricas que Obama se jugó durante su primer año como presidente. Una ya la ganó: el sistema de salud de su país será reformado, menos de lo necesario pero más de lo que ninguno de sus predecesores había logrado. El resultado será un sistema mejor que el actual.

En cambio, la apuesta de Obama en Afganistán es mucho más arriesgada y, lamentablemente, tiene menos probabilidades de ganarla. Para comenzar, la escalada militar en Afganistán ni siquiera se puede considerar como apuesta. Un alto funcionario de la Administración de Obama íntimamente involucrado en el proceso de decisión me dijo: "Una apuesta es algo opcional. La puedes hacer o no. Pero en este caso, el presidente nunca tuvo la opción de no aumentar nuestra presencia militar en Afganistán. Los generales [David Petraeus y Stanley McCrystal] nunca le ofrecieron una alternativa creíble a la de enviar más tropas. Desde el comienzo del debate, la escalada militar fue su preferencia y el presidente terminó complaciéndolos".

Un enemigo paciente que piensa en décadas no puede ser combatido por quien piensa en meses

Aunque Obama complació al Pentágono, lo hizo de manera reticente e imponiendo condiciones. La primera fue la de ponerle fecha a la retirada. En su discurso, Obama anunció que la escalada militar duraría hasta julio de 2011, es decir, tan sólo 14 meses después de la llegada de 30.000 soldados adicionales.

Pero al día siguiente del discurso, tanto Robert Gates, el secretario de Defensa, como otros altos funcionarios flexibilizaron este compromiso. "Es la fecha en la que comenzamos a reducir gradualmente nuestras tropas", dijo Gates, y destacó que la velocidad de la reducción dependerá de las condiciones en ese momento. "Odio el concepto de exit strategy y no vamos a tirar al agua a los afganos e irnos sin cumplir la misión", añadió Gates.

Él sabe que se está enfrentando a un enemigo paciente que piensa en décadas y que no puede ser combatido con eficacia por un país que piensa en meses y anuncia su retirada antes de comenzar el ataque. Ésta va a ser una contradicción difícil de resolver: o los estadounidenses alargan su estancia militar o disminuyen la ambición de su misión. Debilitar sustancialmente a los insurgentes, impedir que Al Qaeda utilice Afganistán como base de operaciones y dotar a las Fuerzas Armadas afganas de la capacidad suficiente para mantener la seguridad nacional son tareas que seguramente requerirán más de 14 meses.

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J. Alexander Thier, un experto que ha vivido en Afganistán durante siete años, señala que a pesar del sustancial aumento de tropas extranjeras y de fondos destinados a impulsar la economía, la situación es cada vez peor. En el 2002 murieron en acción 69 soldados de la coalición internacional liderada por EE UU. Este año las bajas alcanzan los 485 soldados (sólo en agosto fueron 77). Según cálculos de Thier, el número de civiles afganos muertos en el conflicto se ha duplicado cada año desde 2002.

Las bombas y los ataques suicidas que antes eran casi inexistentes son ahora cotidianos. La producción de opio saltó de las 3.400 toneladas en 2002 a las 7.700 en 2008, lo que significa que el dinero disponible para financiar a los insurgentes también ha aumentado dramáticamente. Todo esto sucede después de ocho años de presencia de una coalición militar formada por 40 naciones y a pesar de que solamente EE UU ha gastado en ese periodo 227.000 millones de dólares tratando de estabilizar a Afganistán.

Todo el mundo entiende que la escalada militar contra los talibanes y demás insurgentes en Afganistán no tendrá éxito a menos que vaya acompañada de una eficaz estrategia destinada a lograr el apoyo de la sociedad. Esto requiere, entre otras cosas, proteger mejor a la población civil, aumentar el empleo y disminuir la corrupción. Nada de esto es fácil.

Una de las condiciones más importantes que los estadounidenses han exigido al presidente afgano, Hamid Karzai, es la de mostrar un claro progreso en la disminución de la corrupción. No hay duda de que Karzai puede hacer más. Pero, ¿cuánto más? No mucho. Por un lado, los líderes corruptos que lo rodean tienen más fuerza política y financiera que él; por otro, ¿recuerda usted el nombre de algún país que en las últimas décadas haya logrado disminuir la corrupción? No creo.

En resumen: los generales pidieron más tropas y Obama se las dio con condiciones. Las tropas llegarán, pero las condiciones no se cumplirán. Lo leeremos en las memorias de Obama.

mnaim@elpais.es

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