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ESCALERA INTERIOR

Lágrimas en blanco y negro

Almudena Grandes

Acababa de morir su abuela y, por si eso fuera poco, tenía que soportar a su tío Ventura, un listo que se había ido llevando del piso lo que había querido, y a la tacaña de su tía Milagros.

-Pues eso, que esta mañana me ha llamado mi madre para decirme que fuera yo a la reunión, porque mi padre se había negado, y como soy la mayor, pues, ¡toma!, me ha tocado. Y ahí les he dejado, chillándose, porque ya veía que no llegaba…

Su novio asentía con la cabeza, prestándole una atención relativa y aparentando que era absoluta. No podía hacer otra cosa, porque ella se lo merecía. No sólo porque la quisiera, que la quería, y mucho, sino porque además, se había gastado parte del dinero que su madre le había regalado de la herencia de su abuela en comprar dos butacas para una ópera de Janàcek, y él sabía que a ella no le gustaba la ópera, y la contemporánea, todavía menos. Por eso, mientras cruzaban la plaza, la apretó contra sí y fue entonces cuando la oyó decir algo extraordinario.

"Nadie quería aquel viejo piano de gran cola, fabricado expresamente para su primer dueño"

-Y, claro, se ha liado una que ya te la puedes imaginar, que si mamá dijo que ese cuadro era para mí, que si la sortija de brillantes es para mi niña o para nadie, que si es por lo que vale, llévate el piano que es carísimo, que si ¡ya, sí, seguro, el piano, menudo trasto! Y entonces…

-¿El piano? -él la interrumpió con una hebra de voz desconcertada-. ¿Tu abuela tenía un piano?

-Claro, si te lo dije, que tenía uno, en el cuarto de los trastos, cubierto por una funda -y se volvió a mirarle con los ojos muy abiertos-. ¿No te había contado que mi bisabuelo era pianista?

Se lo había contado, pero él sólo lo recordó en aquel momento. Y estaba seguro de que nunca había oído hablar de aquel piano por el que su propietario había pagado un congo, y que nadie, nunca, había vuelto a tocar.

-Ella cerraba la puerta del trastero con llave para que no jugáramos con él, así que… ¿Quieres venir a verlo? Te lo puedes quedar, si quieres, no sé cómo no se me ha ocurrido antes.

Por si acaso, el martes siguiente, ella tuvo la astucia de llegar a la reunión antes que nadie, con la llave del trastero preparada. Cuando él lo vio, sintió que se le aceleraba el corazón antes incluso de quitarle la funda. Cuando se la quitó, ya lo tenía en la boca.

-Pero este piano es… Maravilloso -dijo, deslizando sus dedos largos, afilados, dislocados por horas y horas de práctica, sobre un teclado infinitamente desafinado-. Es un milagro, es…

-¡Shhh! -ella escuchó el ruido de otra llave, bajó la tapa, le puso la funda a toda prisa-. Tú callado, ¿eh? Déjame a mí.

Nadie quería aquel viejo piano de gran cola, fabricado expresamente a mano para su primer dueño en un taller de San Petersburgo, hacía casi cien años. Nadie lo había querido nunca. Nadie sabía tocarlo, ni conocía a nadie que supiera hacerlo, ni tenía sitio para ponerlo en el salón. Nadie, hasta que ella sugirió que le interesaría regalárselo a su novio.

-Ni hablar -dijo el tío Ventura.

-Pues no faltaba más -apostilló la tía Milagros.

-Tres mil euros -dijo ella, y él se clavó en las palmas de las manos las uñas cortas y redondeadas de sus dedos de pianista, pensando que nunca saldría bien, que no podrían aceptar ese precio, que eso sería lo mismo que regalárselo.

-Me parece bien -afirmó Ventura, y su hermana asintió con la cabeza.

Los otros tres herederos dijeron que les parecía un abuso y que ellos preferían regalarle su parte a su sobrina, así que les salió todavía más barato, mil euros pelados, quinientos para cada uno de los dos que exigieron cobrar. Y cuando se quedaron solos en la casa, él volvió al trastero, le quitó la funda, levantó la tapa, lo acarició entero.

-Estoy muy emocionado -y a ella le emocionó escucharlo-. Gracias, de verdad, yo no sé… No sé cómo voy a poder compensarte…

Ella le abrazó y no dijo nada, y eso que creía que el piano de su bisabuelo les obligaría a cambiar de piso. No fue así. Él midió durante días, movió todo lo movible, intercambió todo lo intercambiable, y logró encajar el piano en lo que antes había sido el salón, que instaló en su antiguo dormitorio, sin tocar ni un papel del despacho de su novia ni renunciar a la cama de un metro y medio, que fue a parar al viejo cuarto del piano de media cola. Ella se alegró por él, siempre, y sobre todo cuando se marchó el afinador, un amiguete que se consideró tan privilegiado por manipular aquella máquina prodigiosa que les cobró la tarifa de un piano normal por dos días y medio de trabajo.

Cuando llegó el momento de la verdad, él la cogió de la mano.

-Ven conmigo -le dijo-, siéntate ahí…

Ajustó el taburete, se sentó, cerró los ojos, estiró los brazos y empezó a tocar una pieza breve de Béla Bartók. Lo notable no era lo bien que sonaba el piano, pensó ella. Más raro fue que se le saltaran las lágrimas al verle tocar, aunque nunca le hubiera gustado la música.

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Sobre la firma

Almudena Grandes
Madrid 1960-2021. Escritora y columnista, publicó su primera novela en 1989. Desde entonces, mantuvo el contacto con los lectores a través de los libros y sus columnas de opinión. En 2018 recibió el Premio Nacional de Narrativa.
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