El enfado daña la salud
Al principio sólo existía la figura del català emprenyat, pero ahora ha surgido la del castellano cabreado. Nuestros niveles de discrepancia están lo más alto desde la muerte del invicto caudillo, y con un paro del 20%, una parte del país viviendo de la caridad y la otra peleándose por el Estatut, hay quien dice que en España puede pasar cualquier cosa.
Si en teoría puede pasar cualquier cosa, bueno será ver qué recursos tenemos para que no pase. En primer lugar tenemos la Constitución, pero también había una en 1936, y bastantes iluminados se ocuparon de cargársela. En segundo lugar -y esto es de la mayor importancia- tenemos un Rey prudente y estimado, quien además es el jefe de las Fuerzas Armadas, lo cual significa disciplina y orden. Pero existe el problema importantísimo de que alguien puede querer interpretar la voz del Rey, como ocurrió el 23-F. Hasta que la propia cara del Monarca apareció en televisión, muchos ya no sabían si el sol seguía saliendo por oriente. Otro motivo de tranquilidad: nuestros generales no son visionarios -tal vez alguno habrá, aunque sea en su casa- y además nuestro ejército es tan modesto que no podría dominar un país. No podría, desde luego, si se le opusiese el pueblo, pero es que tampoco hay pueblo. Ya nadie está preparado para jugarse la vida en la calle, lo cual es excelente para el propio pueblo, pero ello significa que un solo batallón podría dominar a una ciudad. En resumen, existe una fuerza, en teoría, capaz de someternos, dicho sea en el tono tétrico de la palabra. Olvidaba decir que, entre nuestras garantías, también existe el del Tribunal Constitucional, pero me temo que a éste nadie le va a hacer caso. Pero seguimos teniendo dos garantías: una es la del Rey, no sólo como moderador sino como general con mando en plaza. Y tenemos la más importante, la del sentido común y el respeto a la ley. A estas alturas ya sabemos que un país de gritos es peor que un país de susurros, ya sabemos que los españoles somos lo bastante viejos para entendernos, y que para no entendernos ya tuvimos sabios que inventaron el fútbol.
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