Cuenta y riesgo
Ahora que los tripulantes del Alakrana están en sus casas, sanos y salvos, supongo que ya se pueden hacer algunas consideraciones. Recordar, en primer lugar, que ese barco no pertenece al Estado español, sino a un señor. Que ese señor fue avisado en su momento de que si faenaba fuera de una determinada área de seguridad se exponía a que secuestraran su nave. Que, en el libre ejercicio de su iniciativa, decidió desoír esos avisos y, por desgracia, su nave fue secuestrada. En nuestro idioma existe una expresión muy precisa para estos casos: por su cuenta y riesgo. Por eso, es cuando menos sorprendente que ni la cuenta, ni el riesgo, parezcan pertenecer ya al dueño del Alakrana.
El otro día, Sáenz de Santamaría le espetó a Fernández de la Vega en el Congreso que su Gobierno tiene un serio problema a la hora de hacer uso de la fuerza. Es probable. El uso de la fuerza en el Tercer Mundo es, en sí mismo, un problema. Menor, en mi opinión, que la empanada mental que representa el concepto de propiedad privada para la portavoz del PP. En estos últimos días, su partido ha clamado contra cualquier intento de regular la economía, afirmando que la recuperación y el crecimiento sólo pueden provenir del libre ejercicio de la iniciativa empresarial. Entonces, ¿cómo se explica su exigencia de que se emplee al Ejército para proteger a unos barcos que son propiedad privada de algunos empresarios?
El Ejército español lo pagamos todos los ciudadanos de este país, con independencia de que nos guste, o no, recurrir al uso de su fuerza. El PP debería escoger entre su nostálgico modelo de país-macho -incompatible, por otra parte, con sus reproches por la captura de dos piratas- y su pretensión de reducir el Estado a un raquítico esqueleto formal. Y quienes actúan por su cuenta y riesgo deberían pagar sus cuentas y asumir sus riesgos.
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