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¿Cómo hemos llegado a esto?

Timothy Garton Ash

Tintín y Mrs Tiggy-Winkle [personaje de un cuento de Beatrix Potter] suscitarían más respeto en el escenario mundial". Este comentario de la carta de un lector a otro periódico es, sin duda, horriblemente injusto, pero el nombramiento de Herman Van Rompuy y Cathy Ashton para los dos cargos supremos de la UE es muy decepcionante. De los dos, el puesto más importante es el de la alta representante para la política exterior, y ése ha sido el nombramiento más sorprendente. Ashton, a la que no conozco, parece agradable, capacitada y creadora de consensos, y quizá es más dura de lo que parece, pero resulta doloroso contemplar su falta de experiencia internacional. Incluso su camarada del nuevo laborismo y antecesor como comisario de comercio de la Unión, Peter Mandelson, la elogia de forma tan tibia que hay que interpretarlo como un "maldita sea" ("Maldita sea, ¿por qué no me han nombrado a mí?"). Fuera de la Comisión Europea, cuyo presidente está claramente encantado con la elección de la comisaria, la sensación de anticlímax es palpable. "Es bastante menos de lo que esperábamos", comentó un miembro de la Administración de Obama, con discreción diplomática. Lo único bueno que se puede decir es que los dos recién llegados no van a emprender su trabajo con la carga de unas expectativas desmesuradas. Tienen todo por demostrar.

Los nombramientos de Rompuy y Ashton han seguido la lógica política de la UE en su estado actual
Está bien tener a dos figuras discretas que son creadoras de consensos

Por desgracia, no es ningún enigma cómo se ha llegado a esto. Ojalá lo fuera. Pero no ha habido ninguna aberración. Al contrario, estos nombramientos han seguido la lógica política de la Unión Europea en su estado actual. Reflejan la voluntad de los Gobiernos democráticamente elegidos de los Estados miembros y de los dos mayores grupos políticos en el Parlamento Europeo. Van Rompuy era el candidato en el que se pusieron de acuerdo Francia, Alemania y el grupo de centro derecha. Ashton surgió como intersección de tres criterios: que fuera de centro izquierda, según la definición del grupo de centro izquierda del Parlamento (puesto que el centro derecha había obtenido la presidencia), británica, a cambio de que Gordon Brown renunciara a la candidatura de Tony Blair a la presidencia, y mujer. El hecho de que hubiera en Europa, al menos, 50 personas mejor cualificadas para el puesto, entre ellas varios ministros de Exteriores en activo y retirados, no importaba nada frente a estos criterios de "representación". La objeción de que Ashton no hubiera sido nunca elegida para ningún cargo nacional, en mi opinión, no cuenta. Tampoco lo han sido muchos miembros excelentes del Gobierno de Estados Unidos. Lo importante son sus credenciales de política exterior, no su falta de legitimidad democrática directa.

Puede que Van Rompuy y Ashton no estén bien cualificados para representar a la UE en el sentido de atraer la atención de Washington y Pekín. No son grandes estrellas. Pero sí la representan

siguientemagníficamente en el sentido de que hacen visible o manifiestan su carácter interno. Es más, son tan representativos de la UE de hoy como Ban Ki-moon lo es de la ONU actual.

En este momento de anticlímax, me acuerdo de uno de mis lemas favoritos: "el optimismo de la voluntad, el pesimismo del intelecto". Pero confieso que mi voluntad, generalmente optimista, necesita una inyección de esteroides para vencer el pesimismo del intelecto. Con esteroides, mis argumentos optimistas serían los siguientes: dado que, en realidad, casi todo sigue dependiendo de los Estados miembros, está bien tener a dos figuras discretas que son creadoras de consensos. En los próximos años, Van Rompuy puede concentrarse en construir los hábitos de la cooperación estratégica en el Consejo Europeo y Ashton en la importantísima construcción del servicio exterior europeo. Si está bien asesorada y aprende rápido, no hay motivos para que Ashton no escoja a la gente más adecuada, tome las debidas decisiones burocráticas, establezca embajadas eficientes de la UE en los países más necesarios, y así sucesivamente.

Su buena relación con el presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durão Barroso, será fundamental para que pueda contar con las grandes fortalezas de la UE -comercio, ayuda al desarrollo, ampliación, política de competencia, etcétera- a la hora de abordar cualquier problema exterior concreto. Unos cuantos éxitos, tal vez en países más pequeños de África y Oriente Próximo en los que Alemania, Francia y Reino Unido no sientan la abrumadora necesidad de tener sus propias políticas separadas y diferentes, abrirá las puertas a otros triunfos más sustanciales. Los análisis comunes elaborados por el servicio exterior europeo convencerán gradualmente a los ministros de Exteriores de que sus intereses nacionales coinciden, en general, en nueve de cada diez ocasiones. La política exterior europea avanzará cuando los intereses nacionales coincidan suficientemente; cuando no lo hagan, no avanzará.

El ascenso continuado de grandes potencias no europeas como China, India y Brasil ayudará a que los europeos presten atención al mundo en el que están. Poco a poco, surgirá una nueva cultura estratégica en todo el continente, en la que los europeos hablarán sobre las mismas cuestiones de política exterior de forma similar (aunque en distintos idiomas) en cada país. De aquí a cinco años, se habrá preparado el terreno para un alto representante más prominente que por lo menos sea verdaderamente capaz de ser una estrella en El Cairo, si no en Pekín.

Sin embargo, el intelecto pesimista no está de acuerdo y replica: qué más quisieras, voluntad optimista, qué más quisieras. Los jefes de los Gobiernos nacionales no son los únicos que se resisten a hacer lo necesario para que Europa hable con una voz más fuerte. Con su resistencia, representan los deseos de la mayoría de su gente. Desde el punto de vista intelectual, quizá son conscientes de que debemos aclararnos las ideas; desde el punto de vista político, están influidos y atados por su política nacional. Después de cada cumbre europea, todos los primeros ministros se apresuran a relatar a sus medios nacionales los triunfos que han obtenido. La presuntuosa presentación que hizo Brown del nombramiento de Ashton en Bruselas fue un ejemplo escandaloso. El teatro de la política es completamente nacional y local, no europeo. El único teatro político europeo lo proporciona Silvio Berlusconi, y se trata de una ópera bufa.

A la mayoría de los ciudadanos europeos les gusta lo que les ofrece la UE en materia de libertad de circulación, prosperidad, seguridad y libertad de consumo. Pero cada vez lo dan más por descontado, incluso en lugares como Estonia que, hace 20 años, ni siquiera figuraban en el mapa como Estados soberanos. Los europeos, en general, no están interesados en proyectar el poder de Europa en el mundo, y, desde luego, no el poder militar. Muchos piensan que ya lo hemos hecho demasiadas veces a lo largo de nuestra historia. Lo que queremos ahora es que traigan a nuestros chicos de Afganistán y nos dejen en paz.

Ya es suficientemente difícil conservar nuestra propia calidad de vida, con su mezcla de prosperidad, diversidad, ocio y seguridad social. Incluso la idea de extender esas ventajas a otros europeos, como los de los Balcanes, para no hablar de Turquía, se encuentra cada vez con más resistencia. En la prensa de calidad se pueden leer complejos argumentos que explican que necesitamos una política exterior europea simplemente para defender, a largo plazo, esa calidad de vida que tanto valoramos los europeos, pero esos argumentos sirven de poco. Los retos actuales del mundo -el cambio climático, la pobreza mundial, Rusia, la ascensión de China- no son factores inmediatos y movilizadores, como los ejércitos del Tercer Reich de Hitler o la Unión Soviética de Stalin en el corazón de Europa. No provocan el sentimiento de que debemos ponernos inmediatamente en pie y responder al llamamiento.

Es decir, al evitar tomar decisiones difíciles, Europa está tomando su propia decisión: está escogiendo un declive suave, lento y fragmentado. Europa está convirtiéndose en un museo de la buena vida; todavía brillante y moderno, pero volviéndose poco a poco más oscuro y decrépito con los años. Y esta Gran Suiza tiene los rostros que merece. O eso es, por lo menos, lo que dice el intelecto pesimista en un lluvioso día de noviembre.

Timothy Garton Ash es catedrático de Estudios Europeos y ocupa la cátedra Isaiah Berlin en el St. Antony's College, Oxford, y es profesor titular de la Hoover Institution, Stanford. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

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