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Columna
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Atractivos

Los resultados para España del informe Pisa sobre educación han solido crear alarma y han dado pie a diagnósticos y propuestas de solución teñidos de nostalgia. Se tiende a invocar a la autoridad del profesor como remedio, y a centrar en la falta de disciplina y en una supuesta rebaja en los contenidos que se imparten la causa de los mediocres resultados de nuestros alumnos. Antes, se alega, sí había disciplina, y antes el valor del esfuerzo permitía que nuestros alumnos adquirieran unos conocimientos exhaustivos y rigurosos. Quizá fuera así, pero carecemos de estudios comparativos que puedan rubricar la excelencia de ese aprendizaje de antaño. Antes, además, el porcentaje de jóvenes que accedían a la enseñanza secundaria era muy reducido y posiblemente sea cierto que la actual generación de jóvenes españoles sea, en términos generales, la mejor formada e informada de nuestra historia. También es verdad que ese acceso generalizado a la enseñanza no puede servirnos de excusa para tapar nuestras deficiencias y acallar cualquier crítica, pero no creo que la nostalgia nos aporte los remedios que necesitamos.

Frente a la mirada retrospectiva y nostálgica que suelen suscitar entre nosotros los resultados de los informes educativos, llaman la atención las directrices que suelen sugerir los responsables de esos mismos informes. Andreas Schleicher, coordinador del informe Pisa, resaltaba en estas páginas hace unos días la importancia en los procesos educativos de la libertad y de la individualización del profesor y del alumno. "Hay que conseguir que la escuela sea atractiva para los profesores y los alumnos", afirmaba, y vinculaba ese atractivo más con la libertad para que profesores y alumnos desplieguen sus capacidades que con la autoridad, cuya necesidad no desestimaba. La escuela, comentaba, no tenía otros competidores a la hora de impartir los conocimientos, pero hoy sí los tiene, y se está quedando muy por detrás de la sociedad. Con una fórmula lapidaria, que puede constituir un diagnóstico certero, sentenciaba: "Tenemos chicos del siglo XXI, con profesores del siglo XX en escuelas del siglo XIX".

Personalizar e individualizar no son conceptos nuevos para quienes nos dedicamos a la enseñanza, pero no dejamos de preguntarnos en qué consisten o en cómo se consigue una enseñanza personalizada. Seguimos educando a un alumnado uniforme, a un alumno-tipo -y muy gregario-, y trabajando con criterios poco flexibles que tienden también a imponer un profesor-tipo, al que ni espacio, ni medios, ni directrices permiten adaptarse -desplegar esa pedagogías simultáneas a las que se refería Schleicher- a las diversas situaciones educativas a las que ha de enfrentarse. Hemos de hacer lo posible para que nuestros alumnos sigan en la escuela, no dejarles que se vayan. Para ello, tendremos que lograr que nuestros alumnos del siglo XXI se encuentren con una realidad del siglo XXI. La mirada atrás no sirve.

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