'Cataluña ha perdido imagen y autoestima'
Un político imprescindible para entender Cataluña y España. A sus 79 años, 23 de ellos en el poder, se dedica a la reflexión, y lamenta la falta de valores y el deterioro de la política y las instituciones.
No es fácil dejar el poder. Sobre todo cuando se ha ejercido con autoridad y decisión durante 23 años. Hay quien cree que, una vez alcanzado, se convierte en una enfermedad que produce lesiones irreversibles, y es verdad que algunos ex deambulan luego por los aledaños de la política como almas en pena. También cabe observar el caso contrario. Personas que abandonan la cúspide y saben adaptarse provechosamente a un nuevo tiempo dedicado a la reflexión y en ocasiones a la memoria. Esto es lo que lleva haciendo desde hace seis años el ex presidente de la Generalitat de Catalunya y primer presidente electo de la autonomía recuperada, Jordi Pujol. A sus 79 años, mantiene una forma envidiable y una intensa actividad desde la fundación que lleva su nombre. Arrancando tiempo a sus numerosas conferencias y viajes, Pujol ha dictado sus memorias, de las que acaba de ver la luz el segundo volumen, titulado Tiempo de construir (editorial Destino, en castellano; Proa, en catalán), que abarca el periodo de actividad más intensa de su vida política, los años entre su llegada al Palau de la Generalitat en 1980 hasta 1993, momento en que su coalición, Convergència i Unió, se convirtió prácticamente en parte de la mayoría parlamentaria que permitió a Felipe González prolongar su presidencia hasta 1996.
"no nos hemos gustado ni hemos gustado al resto de españa"
"el 23-F se hizo contra Cataluña, contra el sistema autonómico"
"últimamente, todo el sistema institucional se ha deteriorado"
Usted ha hecho en cierta forma de "relaciones públicas de Cataluña". Tal como refleja en sus memorias, se ha dedicado a explicar Cataluña por el mundo.
Sí, pero Cataluña, para estar presente en el mundo, ha de poder presentar un país con buena imagen. Y ahora hemos perdido imagen. Y también autoestima. La verdad es que no nos hemos gustado y que no hemos gustado al resto de España. Y si España se autoanalizara, creo que tampoco debería gustarse. Ella misma debiera hacer autocrítica. Así pues, para presentarse fuera y que el país sea aceptado y valorado, ha de poder hablar en términos políticos, económicos, culturales y de mensaje positivos. Cuando nosotros decíamos que queríamos ser una nación dentro de España y que queríamos ayudar a que España prosperara; cuando decíamos que habíamos iniciado la revolución industrial, que éramos la primera economía de España, el país que había invertido más en el extranjero y el que exportaba más, nos lo compraban; cuando hablábamos de nuestra lengua y de nuestra cultura, y de Gaudí, Casals, Tàpies o Dalí, pues nos lo compraban.
En su libro hay una cierta decepción a muy distintos niveles: en la relación con España, pero también respecto al clima político español, e incluso a la construcción europea...
¿Europa? Mire lo que dice esta portada de The Economist. Dice: "Ocho años perdidos, dos tratados inútiles, ignorados por China y América, pero aún la economía más grande del mundo. Necesitamos a alguien que por favor despierte a Europa". Esto dice The Economist. Yo soy europeísta desde los 16 años, pero ante esto me tengo que sentir obligadamente algo decepcionado.
Todos los niveles políticos que usted analiza están ahora en una situación absolutamente decepcionante.
Se podría interpretar así. Pero en todos ellos hay capacidad de reacción. Por ejemplo, en el caso de Cataluña tenemos una tradición económica sólida con, en estos momentos, una considerable capacidad de innovación; una voluntad y una experiencia de apertura internacional; sentido de identidad, voluntad de ser, buen nivel cultural, una tradición de buena convivencia; una experiencia positiva de ascensor social..., y hemos tenido y tenemos, pero con necesidad de reforzarlos, nuestros viejos valores de trabajo y esfuerzo personal. Y, por su parte, Europa, pese a todo, sigue siendo una cultura, una economía y un modelo social muy estimables. De muy alto nivel mundial.
En su libro leo una expresión que me ha parecido muy fuerte: "Cataluña como estorbo". No sólo es un estorbo para España, sino para Roma, para Europa...
Para Europa no lo digo, porque no lo es. En cuanto a Roma, lo que hay es que están muy preocupados por la influencia de España en Suramérica. También sucede con Francia, esa Francia tan laica, pero que llaman la hija mayor de la iglesia. Los franceses a menudo se han comportado negativamente hacia Roma, se han aliado con los turcos, con los protestantes alemanes, etcétera. Pero siguen siendo "la fille aineé de l'Eglise".
Creo observar en su libro una cierta decepción acerca de cómo van las cosas ahora, y la sensación de que los catalanes molestamos; que incluso la lengua catalana molesta.
Desde el siglo XV, pero sobre todo clarísimamente desde el siglo XVI, los Estados europeos grandes, los que se consolidan, que son España, Francia, Gran Bretaña e incluso países menores como Suecia (Alemania, no; estaba destrozada), se dedican a consolidar su territorio y a asimilar todo lo que hay dentro que no responde al núcleo central original. Los franceses, que habían destruido la cultura occitana y que habían conquistado Bretaña poco antes, se dedican a afrancesar Bretaña y a eliminar el flamenco y el vasco, y a partir de 1659 se dedican a eliminar el catalán. Es una constante. Gran Bretaña, a su manera, diferente, también. Dentro de Europa, lo que mejor resiste somos nosotros y los vascos. Y por supuesto, los flamencos. Pues sí, es verdad, hay una voluntad por acabar con lo que llaman la anomalía catalana. Y una de las características del momento actual es que hay gente en España que piensa que ahora podrían acabar con esta anomalía. Cataluña tiene una gran capacidad de resistencia positiva y creativa, pero, al ser un país de paso, se consolida más difícilmente que otros, como Asturias o País Vasco. Cuesta más mantener la propia identidad. Somos un país de gran inmigración, de demografía débil, también en la Edad Media; un país que nace en un espacio muy estrecho. Si no llega a haber la boda entre nuestro conde y la princesa aragonesa, Cataluña tal vez acabaría en La Panadella.
Casi un corredor del Mediterráneo...
Con Lleida, el Pirineo, Tortosa, el Pallars... No es un corredor mediterráneo. Es una nación, y llegado el caso, fue un Estado muy pero que muy viable. Un Estado muy entero. De mucho peso en Europa durante más de dos siglos. Los franceses, desde el siglo IX, se proponen recuperar todo lo que había sido de Carlomagno. En el juramento de Hugo Capeto, el fundador de la dinastía, se nombra lo que poseía. La idea es clara: él ha de ser rey desde Brujas hasta Vic y Barcelona. Más tarde, los franceses renuncian a Barcelona, pero los Pirineos son una obsesión constante. Cuando nosotros hacemos una expansión hacia el norte, nos encontramos con una respuesta contundente.
¿Por qué molestan los catalanes?
Porque tenemos un concepto de España distinto. No encajamos en el concepto primigenio de España, que es radicalmente castellano. Y ya sabe que valoro mucho lo castellano. Pero lo catalán es distinto. Creo que en mis memorias lo explico bien.
Hay muchas cosas que no explica en el libro, muchas. Por ejemplo, cómo hace y deshace los gobiernos...
Una biografía o memoria, o tiene 4.000 páginas o no se puede explicar todo. Y ni así. Mire las memorias de Churchill. No lo explica todo. Ni Roosevelt. No puedo explicar el detalle de las cosas. Son 23 años de gobierno. Además, dedico algunas páginas a temas no estrictamente actuales, aclaraciones históricas, reflexiones sobre el oficio de político Total, que 800 páginas (al final serán 1.200) son pocas.
Me he quedado con las ganas de saber cómo se hacen y deshacen los gobiernos...
Pues, en parte, como se puede. Menciono una conversación con Calvo Sotelo. Me dijo que hay gente que piensa que los presidentes pueden hacer lo que quieren y hacerlo todo. Añadió que, como él y yo bien sabíamos, los presidentes hacen lo que pueden.
Usted reivindica el presidencialismo.
Con limitaciones, pero sí. Y la tradición de la moderna Generalitat ha sido presidencialista.
No le gustan los contrapoderes.
En la sociedad y en el mundo económico suele haber contrapoderes. Una constitución suele crear contrapoderes. Y el Ejecutivo, presidencialista o no, los tiene: el Parlament, el Tribunal Constitucional, el Consejo Superior de Justicia. Y además, los contrapoderes económicos y mediáticos, que no siempre están claros.
Thomas Jefferson dijo que prefería este poder mediático al propio poder ejecutivo.
Lo dijo. Pero dicho así es un error. Los dos son necesarios. Sin un buen poder ejecutivo, un país va mal. Pero en el caso de Jefferson, además, tiene algo de incongruente. Dijo esto, pero declaró una guerra internacional (la Barbarian War de principios del siglo XIX), sin informar ni al Congreso ni, por supuesto, a la prensa.
Hablemos del Estatut.
En cierto sentido, esto es agua pasada. Los errores, no unilaterales, los engaños y las manipulaciones que ha habido son agua pasada. Digo en cierto sentido porque alguna reacción habrá. Y puede que seria. Y quedará un gran poso negativo, que influirá negativamente en el futuro. Y habrá habido una quiebra seria en la que podrían haber sido valores compartidos. Y naturalmente habrá que reemprender la marcha. Pero, ¿cómo? Desde Cataluña, confiando más en el propio esfuerzo que en la comprensión ajena. Afortunadamente, seguimos teniendo activos.
¿Y si del Constitucional sale una sentencia aceptable?
La sentencia será la que ha pronosticado Victoria Prego. Y a la que también apuntan las alegaciones del Abogado del Estado, supuestamente defensor del texto aprobado por el Congreso, por el PSOE y por el Gobierno. Será, según frase afortunada de Victoria Prego, una "castración química". No cien por cien traumática, ni espectacular ni dolorosa, pero efectiva.
¿Es usted pesimista, entonces?
Ver las cosas con realismo no conduce necesariamente al pesimismo. O no debe. Debe conducir a hacer recuento de las propias fuerzas y ver cómo se utilizan. Cataluña ha tenido que hacerlo en alguna ocasión. Recientemente y en su historia antigua. Y hasta el día de hoy siempre se ha recuperado. Y lo cierto es que dispone de buenos activos para ello.
¿Qué arreglo tiene esto ahora?
Para responder más cabalmente a su pregunta, debo decirle que la superación, difícil, de esta situación pasa en gran medida por la política. Es sabido que yo, de unos años a esta parte, estoy al margen de la política y, en cambio, más bien escribo y hablo sobre esto que he decidido llamar el IVA (Ideas, Valores, Actitudes). Un país que no tenga ideas claras sobre lo que es, lo que pretende ser, lo que puede ser y lo que no puede ser, no tendrá éxito. Un país que no tenga convicciones profundas y valores sólidos más sólidos que líquidos no resistirá ni progresará. Un país que no tenga actitudes positivas y constructivas, y de confianza, tampoco saldrá adelante. A esto me dedico.
¿Y la política?
Por supuesto que sin buena política un país tampoco triunfará. La política necesita un poso importante de calidad y de IVA. Siempre. Y se puede decir que esto es lo primero. Pero cuando la situación está muy deteriorada, y en Cataluña lo está, la política tiene una particular importancia. Es lo más importante. Porque tiene especial capacidad de actuar sobre las urgencias. Y en Cataluña ahora hay urgencia.
¿No se sintió nunca limitado por la política catalana? ¿No pensó nunca en aquella lamentación de Francesc Cambó sobre la injusticia de sentirse preparado y no recibir nunca el encargo? Usted y algunos de sus colaboradores estaban perfectamente preparados, pero no pudieron o no tuvieron la oportunidad de dirigir y representar al conjunto de España. ¿O quizá ya le parece bien tal como han ido las cosas?
No olvide que yo recibí el encargo de ser presidente de la Generalitat, que para un catalán es el honor y la responsabilidad mayores. Por otra parte, creo que la intervención de CiU en general, y muy especialmente de Miquel Roca i Junyent, ha sido de efectos más importantes que los que tuvieron la Lliga y el propio Cambó. Y esto ha continuado así hasta hoy mismo. Que conste que no se pueden hacer comparaciones, porque los tiempos son distintos.
Usted cuenta en su libro que se ha agrietado el doble proyecto catalán de contribuir a la consolidación española y de obtener el reconocimiento por parte de España. ¿Por qué? ¿Qué hemos hecho mal unos y otros?
Sí, se ha deteriorado de forma que ahora no es operativo y que parece de difícil reparación. Simplemente lo constato.
Y la acción política nacionalista hoy, ¿tiene suficiente visión de país, como usted pedía? ¿Hay programa? ¿Hay emoción?
CiU, que es una fuerza política nacionalista, ha tenido y aplicado un proyecto de país durante muchos años con buen resultado. Creo que lo sigue teniendo y que lo volverá a aplicar con buen resultado si puede gobernar. Lo que sucede a Convergència i Unió y a todo el mundo en general en Cataluña es que los buenos proyectos y los discursos positivos quedan ahogados en un ambiente poco propicio. Es como si una orquesta que desafina y muy ruidosa ahogara la buena voz de un buen tenor, o que a Messi se le hiciese jugar en un campo con hoyos y un mal césped.
En algún momento usted deja entender que hubiera debido ser más activo respecto a la Iglesia católica en Cataluña, incluso insinúa que debió intervenir más.
No. No debía intervenir más. Siempre he sido partidario de separar el campo político del religioso. Pero quizá hubiera sido bueno que la acompañase más. De todas formas, para acompañar a alguien es necesario que se deje acompañar.
También sostiene la necesidad de mantener tanto la lengua catalana como la convivencia. ¿Nos hemos pasado en Cataluña en algún momento, aunque sólo sea un milímetro, con las leyes lingüísticas? ¿En algún momento la convivencia ha estado en peligro?
No. Ha sido una política muy poco coercitiva. Lo único que hace es pedir un cierto esfuerzo al conjunto de la población, catalanohablantes y castellanohablantes, y en ningún momento la convivencia ha estado en peligro. Ha habido incluso mejor convivencia y mejor clima en Cataluña que en algunas zonas de España cien por cien castellanohablantes. En general, todos los catalanes, catalanohablantes o castellanohablantes hemos actuado con sensatez y voluntad de convivencia.
¿Tiene la percepción de que CDC, como sucede con Cataluña, es también un partido que molesta?
Sí, porque es una pieza que no encaja en la idea hegemónica que hay en España de lo que debe ser el Estado ni tampoco en la división izquierda-derecha, que es la preferida del mundo político español y en parte del catalán.
Aquí nos cuesta construir instituciones. También sucede con los partidos. ¿No son quizá demasiado personales y con sucesiones difíciles?
La sucesión en Convergència se ha hecho bien. Bien en sí misma y bien si la comparamos con las que en su momento hubo en el PSOE, en el PP, en ERC y en el PSC.
Los Juegos Olímpicos ocupan un lugar importante en su libro. Usted lo tenía muy claro. Pero todo el mundo entendió que entre usted, su familia, su partido y las juventudes de su partido se jugaba con dos barajas. ¿Cómo juzga todo esto a 20 años vista? ¿Cree que habría suficiente consenso ahora para celebrar unos Juegos en Barcelona?
La actuación de Convergència i Unió y el Gobierno de la Generalitat en el tema de los Juegos Olímpicos fue ejemplar. Puedo discutirlo con quien sea; no hubo doble juego por parte de nadie. El apoyo fue sin reservas, y las condiciones de tipo lingüístico y simbólico que planteamos fueron cumplidas por los organizadores, aparte de una pequeña travesura de Maragall que ya explico en mis memorias. Pero en general no tengo nada que objetar. Lo que sí hicimos fue aprovechar el escaparate de los Juegos para hacer visible Cataluña como país, pero todo ello de forma que no perjudicase el éxito de los Juegos ni la imagen de Barcelona o Cataluña.
Usted cuenta cómo visitaba con total normalidad a los presidentes del Tribunal Constitucional cuando lo presidían García Pelayo o Tomás y Valiente. Ahora no podría hacerlo. ¿Qué ha sucedido para que se haya llegado al punto en que estamos ahora?
En realidad, últimamente todo el sistema político e institucional español se ha deteriorado, y el Tribunal Constitucional, de lo que más.
¿El 23-F se hizo por y contra Cataluña?
No sólo, pero también por Cataluña y contra Cataluña, y contra un sistema autonómico que realmente fuese un sistema de autogobierno. La Loapa es hija del 23-F. Aunque ya se insinuaba antes.
En la primera votación a la investidura de Calvo Sotelo, CiU votó en contra. Luego llegó el 23-F. En la segunda, el voto de CiU fue a favor. ¿No hubo en este cambio de voto algo de arrepentimiento?
No. Fue por sentido de responsabilidad, que por lo visto hemos tenido mucho más que muchas fuerzas políticas españolas. Y sinceramente le diré que me sorprende la pregunta porque, si el ejercicio de la responsabilidad debe atribuirse a debilidad, a complejo de culpabilidad o a cualquier otra razón negativa, se hará un mal servicio a la calidad de la política.
¿Sigue recibiendo Cataluña un tratamiento financiero injusto?
Todo da a entender que sí, porque finalmente el acuerdo es confuso, impreciso y deja para más adelante concretar debidamente. Y por cierto, que todo parece indicar que en los próximos presupuestos algún punto fundamental ya no se va a cumplir. Pero habrá que esperar un tiempo probablemente no breve para ver en qué ha quedado definitivamente el acuerdo. Hay demasiada letra pequeña sospechosa.
No es ésta la sensación que hay en el resto de España. ¿Cataluña como perdedora de la Guerra Civil? También se sienten perdedores muchos otros españoles. ¿Perdedora en el reparto de recursos? Es la paradoja del vampiro vampirizado. Se presenta a Cataluña como un chupasangre y los catalanes están convencidos de que son los otros los que la chupan. ¿Cómo se resuelve esto?
Quiero advertirle de que yo he expresado muchas veces, y lo digo repetidamente en mis memorias, que soy un admirador de España. Lo que pasa es que quiero estar en España a través de mi catalanidad. Y esto se pone cada vez más difícil. Sucede que en España, en algunos aspectos muy fundamentales, hay una idea de difícil aceptación y creo sinceramente que no es positiva. Por ejemplo, desde Cataluña se ha hablado de la necesidad de un desarrollo global de España que superase los viejos y graves desequilibrios territoriales que había. Desde Cambó hasta la izquierda catalana de la República, y luego hasta hoy mismo, no solamente el discurso, sino los votos parlamentarios de los partidos catalanes, también de los más nacionalistas, han ido en esta dirección. Son documentos que están al alcance de todo el mundo. Pero la respuesta a esto es que en España ahora domina mucho aquella idea que varias veces me han expresado, a veces con gracejo, otras veces broncamente, pero siempre desagradablemente, que es: "La solidaridad sólo hay que practicarla con los bienes ajenos". Y los catalanes entendemos lo que esto significa. O bien, por ejemplo, cuando se insiste una y otra vez en que el castellano está en peligro de desaparecer de Cataluña. Esto es un monumento o a la ignorancia o a la mala fe. Me sorprendió el otro día leer que algunos miembros del Tribunal Constitucional temen que Cataluña se convierta en un país monolingüe catalán. Produce sonrojo. Que cojan el AVE y se pasen tres días en Cataluña.
Hurgar en la memoria puede ser doloroso. Sobre todo cuando se rememoran hechos polémicos o momentos conflictivos. La querella sobre Banca Catalana, por ejemplo. ¿Ha sido dolorosa esta incursión en la memoria que hace en el segundo volumen? ¿Cree que todavía quedan cosas por aclarar o da ya por definitiva esta versión de los hechos?
Mi actitud en el tema de Banca Catalana y de la querella es la del pañuelo en la mesilla de noche. Es bueno que yo piense poco en ello y que lo tenga olvidado en mi vida particular y sobre todo en mi vida pública. Tenerlo muy presente no me hubiera ayudado ni me ayudaría ahora a actuar correctamente. Creo que he demostrado que así lo he hecho cum laude. Lo digo con toda convicción. Pero en las memorias tenía que explicarlo de la forma más comedida que he sido capaz.
Usted ha sido empresario de prensa, patrono público y privado y en algún aspecto incluso periodista o en todo caso articulista. Pero no parece confiar mucho en este oficio. ¿De dónde viene esta relación tensa y conflictiva?
Esta relación que usted califica de conflictiva no es general. Es posible que haya algunos motivos para ello y también es posible que en parte sea culpa mía. Creo que ahora mi relación con la prensa es buena, quizá porque estoy retirado. Ya conoce aquel refrán castellano: "Dios te libre del día de las alabanzas".
Hablemos algo más de las connotaciones negativas del nacionalismo. ¿De verdad somos todos nacionalistas? ¿Es un estado natural?
Sí, todo el mundo quiere ser lo que es. Es legítimo y positivo. Simplemente hay que saber que, además, existen "los otros", a los que hay que respetar y, si es necesario, ayudar. Pero tanto en el orden personal como en el colectivo nacional, social, religioso, cualquier tipo de identidad-, la gente tiene derecho a conservar su identidad, su personalidad propia, y a desarrollarla. A realizarse desde su propia manera de ser.
Da la sensación de que éste es un libro de defensa del balance biográfico, político y de gobierno, más que unas memorias en las que se abre y se sincera con los lectores. ¿Es así?
Es un libro que intenta ser honesto. Reconoce fallos, defectos y errores, a pesar de que sé muy bien que tiene razón aquel amigo mío que me dice: "No reconozcas nunca tus fallos. De eso ya se encargan tus adversarios". Pero yo lo hago. Hay varios ejemplos de eso en mis memorias.
Al final de las cuentas, el adversario más diáfano que sobresale en todo este combate político es el socialismo de Sant Gervasi, es decir, la gente y, en el fondo, las ideas más cercanas a las suyas. ¿Qué explicación tiene? ¿No serán en cierta forma problemas como los que tienen todas las familias?
También digo en el libro que, sin el socialismo de Sant Gervasi, o más exactamente sin el socialismo de raíz también catalanista que se da en Sant Gervasi y en muchos otros sitios, no hubiera existido el PSC. Hubiera existido otra cosa. No mejor, probablemente peor. El PSC también es un activo de Cataluña. Lo que sí digo en mis memorias es que siento especial interés y consideración no tanto por el socialismo del Baix Llobregat como por la sociedad del Baix Llobregat, que entre otras cosas ha dado origen a una determinada versión socialista.
Según cuenta en el prólogo al primer volumen, temía caer en algunos errores que definió de forma precisa. Quisiera preguntarle acerca de ellos. ¿Se ha colgado alguna medalla de más, además de las muchas que le corresponden? ¿Ha saldado alguna cuenta con terceros? ¿Ha sido objetivo? ¿Ha herido a alguien innecesariamente?
Esto es muy subjetivo. El lector puede tener su opinión y yo la mía. En todo caso, he explicado las cosas como las he vivido sin cargar las tintas. En varias ocasiones las he suavizado.
¿Cómo cree que afectarán a la moral pública y al compromiso de los catalanes con sus instituciones los recientes casos judiciales de Santa Coloma de Gramenet y del Palau de la Música? ¿Y a la imagen de Cataluña?
No son hechos positivos, por supuesto. En ningún sentido. Ni para la imagen de los políticos ni para la de Cataluña. Pero creo que para hablar seriamente de ello hay que esperar a conocer mejor de qué se trata. En el momento de contestar estas preguntas no lo sabemos. Y luego habrá que situar estos casos en un marco más general, español y europeo. Y creo que no es el momento de hacerlo, ni yo la persona adecuada. Y personalmente me sabe mal no hacerlo. Quizá habrá un momento más adecuado para ello. Más adelante.
Usted en sus memorias apenas menciona los escándalos económicos y políticos que se produjeron durante sus 23 años de responsabilidad de gobierno en Cataluña. En realidad sólo habla de un caso que terminó en total exculpación de su consejero. Pero hubo otros en los que sucedió lo contrario. ¿Tendría algo que añadir ahora a su segundo volumen?
No hay sólo una total exculpación. Hay varias, entre consejeros y directores generales. Y el único consejero condenado lo fue por hechos acaecidos totalmente al margen de su acción de gobierno. Todo ello a pesar de que realmente hubo muchos intentos de culpabilizar a la Administración. Y ahora sobre este particular no tendría nada que añadir.
Queda claro en sus memorias que Lluís Prenafeta fue un personaje decisivo en los primeros años de su instalación en la Generalitat. Pero pronto adquirió la fama de un poder en la sombra al que se le atribuían todas las conspiraciones y manejos. El lector de sus memorias echa en falta un retrato más cercano del personaje, de sus virtudes y también, claro está, de sus defectos. ¿Cómo es Prenafeta? ¿Qué piensa de su actual inculpación por el juez Garzón?
En mis memorias hablo bien de Prenafeta. Como persona y de su actuación en el departamento de Presidencia. Y en ello me reitero. Por otra parte, no olvide que Prenafeta no está en la Generalitat desde hace 19 años. Y por supuesto que celebraría que este asunto se resolviese favorablemente para él. Espero que así sea.
23 años al frente de la Generalitat
Jordi Pujol i Soley
nació en junio de 1930 en Barcelona. Se doctoró en Medicina por la universidad de esta ciudad. Desde su cargo de presidente de la Generalitat de Cataluña entre 1980 y 2003, ha sido de los políticos españoles con trayectoria más dilatada y que más ha contribuido a la reconversión de nuestro país desde la dictadura hasta los parámetros de modernidad. Está casado con Marta Ferrusola y tienen siete hijos. Es famoso su dominio de idiomas, algo poco habitual entre los políticos españoles; habla catalán, castellano, inglés, francés, alemán e italiano.
Fue encarcelado entre 1960 y 1962 por el régimen franquista. En 1974, a finales de la dictadura, Pujol fundó de forma clandestina Convergència Democràtica de Catalunya (CDC), partido que se legalizó en el invierno de 1977. (En la foto, en 1976).
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.