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Reportaje:

El olor del limón tuvo la culpa

Georgina Regàs montó un obrador de confituras cuando tenía 72 años

La culpa de que Georgina Regàs se sintiera irremediablemente seducida por el dulce y apasionante mundo de la confitura la tuvo un fértil limonero plantado junto a la casa que adquirió hace ya tres décadas en Torrent, un pequeño pueblo situado en este "trozo de geografía de una belleza excepcional" que es L'Empordà, según lo describió Josep Pla.

El generoso limonero regalaba frutos sin descanso y, para aprovecharlos, Georgina echaba mano de libros de recetas y de su imaginación para elaborar toda clase de pasteles, zumos y cremas con este cítrico como ingrediente. "Fue una amiga inglesa que pasaba unos días en nuestra casa de Torrent quien me sugirió utilizar los limones para hacer confitura. Entonces caí de lleno en un mundo para mí desconocido, extraordinario y excitante. Me cogió una verdadera pasión", recuerda Georgina.

La Fundación Alicia, centrada en la investigación, apoyó a la emprendedora
Después de cinco años se están empezando a cubrir los gastos
En esta tienda se elaboraron 37.000 tarros de confitura el año pasado
Sabores tan comunes como la fresa se codean con maridajes agridulces

Fruto de este entusiasmo nació el museo de la Confitura, único en España, que Georgina abrió hace cinco años en la plaza Major de Torrent y en cuyo obrador se elaboran confituras, mermeladas y jaleas de más de 120 sabores. Tarros de gustos tan comunes como la fresa, el melocotón y la naranja amarga se codean en las tupidas estanterías del museo-tienda con los frascos de sugerentes e innovadores sabores, pensados para realizar los "maridajes" agridulces tan preciados en la pujante cocina de autor: una confitura de alga nori o una jalea de ajo para acompañar el pescado; una mermelada de berenjena para la carne o una jalea de pimiento para los quesos... Moniatos, tomillo, pétalos de rosa, diente de león, incluso judías de Santa Pau, rossinyols y una combinación de jengibre y mango son algunos de los variopintos productos que la imaginación y la sabiduría culinaria de Georgina, y las manos de Teresa y de Neujua, transforman en sabrosas confituras en la pequeña cocina-laboratorio situada en un extremo del museo, de la que emanan permanentemente aromas de caramelo.

El año pasado, en este obrador se elaboraron 37.171 tarros de confitura. En lo que llevamos de 2009, ya se han superado los 44.000.

No se han realizado campañas de mercadotecnia ni se han enviado representantes comerciales a "vender el producto", y, sin embargo, las confituras creadas por Georgina Regàs se encuentran ya en selectas tiendas gourmet de Barcelona, Málaga, Valencia y San Sebastián, y pueden degustarse en numerosos restaurantes de cocina de vanguardia. "Nosotros no vendemos, sino que nos compran. Está funcionando muy bien el boca-oreja", señala Regàs.

Ella asegura que no se metió en este "negocio" para ganar dinero. "Los dos primeros años no ganamos nada y cinco años después hemos empezado sólo a cubrir gastos", explica. Lo que la movió fue su ilusión por contribuir a mantener viva una tradición ancestral y transmitirla a las nuevas generaciones (en el museo se hacen talleres para escolares), y, sobre todo, su voluntad de plantar cara a la vejez para vivirla "con una mentalidad joven". Y es que Georgina es una emprendedora atípica, ya que montó su "negocio" con 72 años. Había trabajado desde el año 1968 en el despacho de su hermano, Oriol Regàs, promotor cultural y fundador de locales tan míticos como el Bocaccio de Barcelona, santuario de la Gauche Divine. De Oriol, señala la creadora del Museo de la Confitura, aprendió que lo más importante de un proyecto es creer en él. Y así lo hizo cuando, años después de jubilarse, decidió materializar aquella idea que le pasó por la cabeza un día en Biarritz, donde visitó un pequeño museo del chocolate: "Si existía uno sobre el chocolate, ¿por qué no podía haber uno sobre la confitura?".

Un aliado incondicional ha acompañado al Museo de Georgina Regàs desde el inicio de su andadura: la Fundación Alicia, un centro de investigación tecnológica dedicado a la divulgación gastronómica y a la promoción de los hábitos saludables de la alimentación.

Pere Castells, científico y gastrónomo de la fundación, firma varios de los paneles que cuelgan de las paredes del museo para dar a conocer al visitante los secretos que se esconden en un tarro de confitura, desde la importancia del equilibrio entre el azúcar, la pectina de la fruta y su acidez (Ph), hasta las distintas técnicas para su conservación o las diferencias entre la confitura, la mermelada y la jalea. Castells es también el autor de una curiosa "tabla periódica de las confituras", en la que, en un homenaje a Dimitri Mendeleyev, ordena las confituras con criterios similares a los de su famosa tabla periódica de los elementos.

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