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Columna
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Aún nos queda Alcorcón

Hay que agradecer al equipo de fútbol de Alcorcón que nos haya distraído un poco de las crisis que nos acosan: corrupción, choriceo, paro, guerra de Caja Madrid, gripe A (o como se llame), cambio climático, etcétera. La centenaria villa madrileña ha vivido esta semana la mayor irrupción universal en su historia. Los diarios, las televisiones y las radios de medio mundo se hicieron eco de la paliza que le dio al Real Madrid.

El fútbol ha conseguido lo que no logró la cultura. Porque esa ciudad ha sido cantada por tres de los dramaturgos madrileños más prestigiosos de nuestra literatura: Calderón de la Barca (La tarasca de Alcorcón), Lope de Vega (La niña de Alcorcón) y Agustín Moreto (El alcalde de Alcorcón). Es cierto que los madridistas están abochornados y coléricos. Pero todo el mundo comete algún desatino. Un traspié no merma la grandeza de un club con historia impecable.

En esta situación, la gente desconfía de los políticos y de los partidos

A pesar de todo, cierto merengue que conozco comenta despechado: "Y si el Madrid hubiera jugado contra la Cultural, en vez del Barça, seguro que también había palmado". No es para tanto, hombre. El colmo de un forzudo es doblar una esquina. Bueno, pues ni eso ha logrado el forzudo Real Madrid. Ajo y agua.

Cuando en el club merengue no está un Cristiano, los demás jugadores y la afición se convierten en paganos. Gracias, fútbol. Gracias, Alcorcón, por habernos hecho olvidar unos días el bochorno de la corrupción generalizada, verdadera alarma social en la nación. Algunos ciudadanos están ya hasta el gorro de los chorizos.

En estas circunstancias, la gente desconfía de los políticos y de los partidos. Pero sin políticos y partidos no hay democracia. Dan ganas de meterse a masón, una de las pocas instituciones serias y estables a las que se puede pertenecer en este mundo traidor y convulso. Menos mal que nos queda Alcorcón.

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