Los genes y el gentío
Imagínese que un sujeto, adulto, vive aislado o relativamente aislado: la probabilidad de morir al año siguiente se reduciría más o menos en un 50% si tomara la determinación de integrarse en un grupo. Esta fue una de las conclusiones que expuso Robert D. Putnam en su famoso y melancólico libro Jugando a los bolos solos (Bowling Alone) el año 2000 y que ahora, varios estudios completan. Por ejemplo, contrariamente a las actuales inducciones destinadas a apartarnos del otro, susceptible portador de la gripe A, un trabajo de la Carnegie Mellon City (Psychological Science 2003) aclaraba que aquellos individuos con más contactos y amigos caían enfermos de gripe la mitad de veces que quienes llevaban una existencia aislada.
Estar con los demás y ser parte de un grupo proporciona tantos o más beneficios para la salud que el ejercicio físico
La relación con los demás cura, aunque también pueda, de vez en cuando, matarnos. Por lo común, puesto que somos animales sociales, lo apropiado es conversar, alternar, amar. El cuerpo en apariencia no cambia pero sus defensas sí. Según comprobó la doctora Bernadette Boden de Columbia University sobre una muestra de 655 afectados por ataques cardiacos, la probabilidad de sufrir una recaída se multiplicaba por dos entre los pacientes más solos.
Pero lo mismo vale para aquellos a quienes la edad tiende a robarles la memoria, entre otras cosas. Estar con los demás y ser parte de un grupo proporciona tantos o más beneficios para la salud que el ejercicio físico, muchos fármacos o las dietas. En consecuencia, ¿es Facebook y las demás redes sociales la medicina actual por antonomasia? Sí y no. A los efectos benéficos de sentirse relacionado (100 amigos virtuales de media) pueden seguir las melancolías de no disfrutar contactos ya que, incluso entre jóvenes, el número de amigos íntimos apenas crece con la red.
El grupo humano salvaría a la manera de un cuerpo místico, pero también, en racimo, podría hundirnos si la sociedad no respeta su identidad grupal sea por racismo o por creencias religiosas. Una reacción a este desdén podría ser la intensificación de los vínculos internos, pero tampoco es raro que los pertenecientes a una raza, una religión o una condición menospreciada tiendan a alejarse de sus pares y sufran un desconcierto fundamental. Un desconcierto, que como explicaba Oliver Sacks en El hombre que confundió a su mujer con un sombrero (1998) hace tambalear la identidad, aumentar la vulnerabilidad y propiciar la contracción de algunas dolencias. Lo ideal y lo humanamente natural sería disfrutar del mayor número de contactos amistosos y familiares posibles. Es cierto que un cónyuge obeso -dicen en Harvard- acentuará la probabilidad de promover una pareja obesa y que todo amante que fuma empuja a fumar al otro. Pero lo contrario también es verdad, dicen en la UC de San Diego. Un amigo de un amigo de un amigo apenas influye en nuestra salud, pero el máximo colega será tanto la máxima vacuna como el máximo virus.
Nicholas Christakis, de Harvard, ha evaluado los pros y contras, para proclamar que tanto en la red física como en la virtual los beneficios de la vinculación superan siempre y ampliamente a los estragos. La gente necesita a la gente y ya mucho más principal que la genética viene a ser la influencia del gentío.
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