Videoarte en la isla Tiberina
El mito del pop Ed Ruscha protagoniza una instalación de Aitken en Roma
Entre dos puentes, en medio de un río, en una estructura blanca sin techo, se cuenta y no se cuenta una historia. Tal vez la de una generación que olvidó su utopía, la de un viaje a todas partes y a ninguna o la de un hombre perdido en la solitaria frontera que separa la ficción de la realidad. El narrador de esta "película" fragmentaria que se proyecta cada veinte minutos en las cuatro paredes de la estancia blanca es el videoartista californiano Doug Aitken. Y el protagonista, este voyeur pasivo ante el que pasan paisajes y personajes, es Ed Rucsha, todo un mito de la pintura pop californiana de los sesenta. "Lo escogí por su carácter icónico, me interesaba mostrar algo de esta imaginería pop de paisajes industriales medio abandonados que aparecen en sus pinturas, esta estética de desiertos y bombas de petróleo bombeando como de la película Gigante", comenta el artista mientras se toma un chocolate caliente pocas horas antes del estreno de la pieza.
El montaje, titulado 'Fronteras', se puede ver cada día al anochecer
"Ruscha mira, pero no interactúa con los personajes o los paisajes", explica. "Está solo, y se encuentra cada vez más inmerso en una realidad cada vez más abigarrada e intimidatoria. Toda la pieza está llena de referencias, pero no es una reflexión sobre el pasado, sobre los sesenta. Habla del siglo XXI, de ahora, de cómo ya no existen las fronteras románticas del pasado sino que hoy, tal vez, las únicas fronteras posibles son las que separan lo real de lo irreal. ¿Dónde estás? ¿Cómo te ha cambiado la edad? ¿Qué novela te has montado con tu vida?".
Lo interesante, sin embargo, no es sólo la pieza y lo que sugiere. Aquello que realmente impresiona es el lugar en el que está ubicada, una punta de la isla Tiberina de Roma, ciudad de arte aunque no precisamente del contemporáneo. No sería lo mismo este cubo blanco, diseñado por el propio Aitken, en otro lugar. Allí esta videoinstalación que él ha titulado Fronteras toma una dimensión casi sobrenatural. El sonido, omnipresente en una pieza en la que los únicos diálogos son el chasquido de un latigo rompiendo un cristal o el taconeo de un tap dancer en plena carga policial, se mezcla con el murmullo de una pequeña cascada de un Tíber sobre el que titilan las luces de la ciudad. "No me gustan las restricciones de los museos y su orden prestablecido", dice Aitken. "Y el cine está demasiado acotado a un espacio concreto. Quería investigar qué pasa cuando rompes la pantalla, cuando las obras son también creación del espectador".
Aunque los patrocinadores de la pieza, la empresa eléctrica Enel, no quisieron desvelar el coste del proyecto, otras fuentes cercanas apuntaban a que se acercaba casi al millón de euros. No es de extrañar. El artista ha rodado en California, Israel, Johanesburgo y la misma Roma (aunque en el fondo, dice, "no es ningún lugar"), y el montaje es tan sofisticado que la pieza, que puede verse gratuitamente a partir del anochecer hasta el 23 de noviembre, puede funcionar al aire libre incluso con mal tiempo. Es una de las características de buena parte del arte de hoy, que ya resulta casi tan costoso como el cine. Aunque la audiencia, es cierto, suele ser menor.
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