Don Vito, Bigotes, Albondiguilla
Existen innumerables razones para condenar la actitud de un partido que, ante las crecientes evidencias de la corrupción en sus filas, intenta posponer la adopción de medidas y la exigencia de responsabilidades, entendiendo que los tribunales son algo así como feroces acantilados contra los que se dirige una nave y que se pueden sortear en el último momento con tal de que, durante la tormenta, los tripulantes demuestren un poco de paciencia y otro tanto de cara dura. Pero, entre todas esas razones, parece existir una que jamás se contabiliza: la miserable pérdida de tiempo a que nos obliga a todos recitar día tras día, y en infinitas variantes, una afirmación tan simple como que no se pueden ejercer responsabilidades políticas y echarse en brazos de una red de corrupción.
No se pueden ejercer responsabilidades políticas y echarse en brazos de una red de corrupción
El ejercicio de humillación intelectual al que debe someterse cotidianamente quien, por la razón que sea, debe colocarse ante una página en blanco y saberse condenado por la actualidad a escribir palabras tales como don Vito, Bigotes o Albondiguilla, dando vueltas a continuación a la noria de las evidencias, es algo de lo que jamás le resarcirán los responsables de esta situación. Cuando empezó, aún se podía encontrar consuelo en invocar la moral y los principios democráticos. Después, y ante la insensibilidad que mostraban, en recordar que la insidia y la mentira contra las instituciones no es aceptable en política. Más tarde, y al comprobar que habían emprendido una descarada huida hacia delante, en insistir que se está degradando la vida pública, que un partido es un instrumento para resolver los problemas y que algo muy grave debe de estar pasando para que el problema sea él mismo.
Pero, poco a poco, el lastre de esa actualidad cada vez más esperpéntica le va impidiendo levantar el vuelo, hasta que ya no queda otro remedio que sentarse y escribir: don Vito, Bigotes, Albondiguilla, don Vito, Bigotes, Albondiguilla. Escribirlo una, diez, cien veces, porque los responsables de esta situación, que lo han intentado todo para negarla, incluso disfrazarla de conspiración universal, han decidido plantear contra la inteligencia una batalla sin cuartel, y ésa, pese a la miserable pérdida de tiempo que conlleva, pese a la insufrible humillación que supone el hecho de verse forzado a librarla sustituyendo los conceptos por semejantes palabrejas, no pueden ganarla.
Resultaría reconfortante imaginar que, al resignarse a escribir don Vito, Bigotes, Albondiguilla, la agenda de problemas a los que se enfrenta el país sólo queda en suspenso, y que volverá a ocuparnos tan pronto este asunto acabe como tiene que acabar. Pero también esta esperanza podría resultar pronto desmentida, puesto que hace ya tanto, tantísimo tiempo, que la política es sólo esto, que es difícil asegurar que todavía haya alguien que recuerde cuál es exactamente esa agenda y en qué consisten exactamente esos problemas. Si nos atenemos a la experiencia de los últimos años, cuando ya nadie se sienta obligado por la actualidad a escribir don Vito, Bigotes, Albondiguilla, otros asuntos semejantes aparecerán tarde o temprano en escena. Y la agenda y los problemas volverán a quedar para otra ocasión que, como se sabe, no acabará nunca de llegar.
Al depurarse las responsabilidades políticas y judiciales por este escándalo, nadie echará la cuenta de las muchas horas y energías que sus protagonistas han hecho perder. Nadie les pedirá indemnización por el grave atentado que han cometido contra la inteligencia, por la insufrible humillación a la que la han sometido por tener que ocuparse de estos asuntos en unos términos tan elementales, tan sólo porque ellos no lo han hecho como deben. Con su pasividad, con sus insidias, con sus sonrisas de desparpajo y sus declaraciones para ganar tiempo, habrán puesto al país en riesgo de precipitarse en la imbecilidad, al obligar a que, ante una página en blanco, no haya otro remedio que seguir dando vueltas y más vueltas en torno a la letanía de don Vito, Bigotes, Albondiguilla.
Acorralados por los datos de un sumario del que aún quedan por conocer miles de páginas, los protagonistas de este escándalo han regresado a la falacia de que, pese a todo, ganan elecciones, y de que las elecciones, según sostienen, son la más concluyente absolución para cualquier delito. Lo peor no sería que se estuvieran refiriendo a las elecciones pasadas, cuando nada se sabía aún de todo esto, sino que estén pensando en las futuras, estimulados por la impermeabilidad de las encuestas. Si es así, la inteligencia estará perdida, y más vale reconocer desde ahora mismo que su lugar en España puede ser cualquiera, excepto el de la política.
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