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Columna
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Sombras de sol

Puerta del Sol, controvertido kilómetro cero de todas las Españas imposibles, centro geográfico por consenso de la España descentrada y excéntrica. La placa miliar, desgastada y borrosa ha sido remozada, agraciada con la pedrea de las obras innúmeras que han desgraciado y desquiciado este espacio simbólico, ombligo peninsular en el que Madrid se mira y se refleja. Puerta del Sol, que recibe los rayos embotellados del Tío Pepe luminoso e icónico, rescatado con el toro de Osborne para que no sufra el imaginario popular. La misteriosa Mariblanca, diosa menor, humilde e ignorada, ha sido removida de su discreto pedestal y mira hacia Alcalá como queriendo huir de la vorágine. Mariblanca la bautizaron los castizos para hacerla más cercana e integrarla en el confuso panteón de las deidades madrileñas que preside la telúrica y oriental Cibeles. Para mayor prosopopeya, desprejuiciados cronistas de la urbe identificaron a la rolliza vestal con Diana hasta que sucesores suyos, más doctos y menos entusiastas, la rebajaron al rango de ninfa del cortejo de la diosa cazadora, ninfa extraviada de las frondas y las riberas en un mar de adoquines y ríos de pez, piedra y asfalto donde bosques y aguas.

La misteriosa Mariblanca, diosa menor, mira hacia Alcalá como queriendo huir de la vorágine

Puerta del Sol desportillada, invisible portillo sin portazgo ni alcabala, mercado y mentidero, símbolo mutante de una urbe en perpetua y descabalada mutación. La Puerta principal del castillo famoso fue derruida en 1570 para ampliar y desahogar la que fuera salida principal de la urbe. La Osa Mayor, rampante sobre el madroño heráldico y escuálido, se afila las uñas desesperadamente en el coso caótico, símbolo reciente y recientemente trasplantado en la siempre penúltima reforma del entorno. El tragabolas, otro regalo de la onomástica castiza, abre su reflectante claraboya, puerta de acceso a los infiernos subterráneos, y Carlos III, narigudo y ecuestre, otro recién llegado, contempla desde las alturas la chata arquitectura del Ministerio de la Gobernación, autonomizado en la gobernatura madrileña. Sobre su poco edificante edificación apuntaba Pedro de Répide, cronista imprescindible: "...Y como en España todo es torpeza y paradoja, torpeza fue no confiar su construcción a Ventura Rodríguez, el famoso arquitecto municipal, cuyos planos eran admirables, para confiar su erección al francés Jaime Marquet, de quien se afirma que olvidó la escalera al proyectar el edificio. La paradoja fue bien patente porque a Marquet, que venía de París para arreglar el pavimento, se le dio el edificio, y a Ventura Rodríguez se le encomendó el piso, y así el pueblo dijo: 'Al arquitecto la piedra y la casa al empedrador".

Puerta del Sol, paradigma de todas las paradojas y de todas las torpezas. Hasta el reloj emblemático que señala el paso de los años acompañado de festivos, etílicos y multitudinarios rituales, vio alterado su preciso ritmo hace unos años y se desbocó con alocada taquicardia. No hay nada, ni nadie, que pueda permanecer impasible, inalterable en el bullicioso y convulso tráfago de la Puerta del Sol, que fue símbolo de libertad, ágora exultante y desafiante frente a la fea catadura del palacio del empedrador, Casa de Correos, Ministerio de la Gobernación y Dirección General de Seguridad en los plomíferos años del franquismo. El Max Estrella, ciego clarividente y bohemio de fuste, describió en las deslumbrantes Luces de Bohemia, claroscuro valleinclanesco, las zahúrdas esperpénticas y trágicas del siniestro presidio que aherrojaba a los seres libres y disidentes, preámbulo de los excelentísimos horrores que vinieron después. Hoy en el Palacio de la Gobernación, maquillado y desinfectado, reina la Esperanza al frente de una corte de fantasmas reencarnados que enmascaran su autoritarismo con almibaradas y circunstanciales sonrisas.

En la Puerta del Sol lucharon los madrileños comuneros contra las tropas imperiales y luego contra los mamelucos de Murat. En la Puerta del Sol se proclamó la República. La plaza es un imán que polariza manifestaciones reivindicativas, celebraciones masivas y variopintas, promociones y procesiones, la Puerta del Sol, centro geomántico, la Puerta del Sol, rompepiernas en perpetua remodelación. Entre vallas, zanjas y socavones, bajo el rugido de las máquinas horrísonas, a pie firme y precavido, siguen circulando y brujuleando transeúntes de diversos oficios y aficiones, guardias y ladrones, carteristas y estafadores, inmigrantes, turistas y hombres que anuncian en pecho y espalda el tráfico al menudeo del oro que se funde y transfunde en sórdidas covachuelas.

El carácter simbólico de la Puerta del Sol no se lo otorgan ni sus discretos edificios, ni sus monumentos transplantados; se lo otorgan sus gentes, de paso o de plantón, encajonados a la sombra de sus obras eternas.

Perseverantemente enferma, la Puerta del Sol nunca muere.

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