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Columna
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Irán nuclear y Palestina

Irán tiene a bien proclamarse -sin excluir a nadie- máximo defensor de los derechos del pueblo palestino. En ese transporte político-emocional, el presidente Mahmud Ahmadineyad llega a formular las afirmaciones más contraindicadas para un dirigente musulmán -espe-cialmente, musulmán- sobre lo que califica de "invención" del Holocausto, inexistencia de las cámaras de gas, y gigantesca superchería sionista. Con eso no ayuda, sin embargo, en lo más mínimo al mundo palestino, sino antes al contrario, al nacionalismo israelí -siempre en el poder-, a la vez que dificulta la labor de todos los que en el mundo sienten que la charada de Oriente Próximo debería tocar ya a su fin con la retirada de Israel de los territorios ocupados y la formación de un Estado palestino independiente, entre los que parece que se cuenta el presidente norteamericano, Barack Obama.

Un Teherán atómico y no para usos pacíficos sería un argumento inapelable contra la paz
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Y, por si tamaño error no bastara, el reciente desenvolvimiento del otro gran culebrón de la zona, el programa nuclear de Teherán, juega también poderosamente en contra de los intereses de la palestinidad.

No hay todavía prueba indiscutible de que Irán pretenda dotarse del arma final, pero del reciente descubrimiento de una segunda planta para el enriquecimiento nuclear habría que deducir que Teherán no se niega ninguna opción y que, como mínimo, hasta el último momento quiere reservarse la decisión sobre qué hacer con sus átomos: producir electricidad o amedrentar al enemigo. Igualmente, si prevalece o ha prevalecido ya la segunda alternativa, es cierto que no lo hará pensando exclusivamente en los derechos de la nación palestina, sino sobre todo en alcanzar el sitial al que ya aspiraba el Sha, de gendarme oficial y potencia hegemónica de Oriente Próximo. Pero el arma nuclear es también un factor que Teherán seguro que valora en la geopolítica del conflicto árabe-israelí.

Un Irán demostradamente nuclear y no para usos pacíficos sería un argumento inapelable contra cualquier solución de paz en Palestina. Es cierto que hay también razones de alguna seriedad que cabe manejar en Teherán a favor de que el país se dote de envergadura atómica. Si Israel y Pakistán tienen el arma, ¿dónde está escrito, excepto en los deseos de no proliferación y paz mundial, que los demás deban renunciar a ella?; y dado que por la vía de la negociación parecen próximos al agotamiento los esfuerzos para resolver el contencioso israelo-palestino, la vía del rearme, alguien puede pensar, que es la única que queda. Esa es también la posición de Hamás, que entiende que ya se ha hablado bastante para nada; pero, igualmente, la existencia del movimiento terrorista, a quien apoya en esa misma lógica Teherán, es un tercer argumento que esgrime eficazmente Israel para que jamás haya paz en Tierra Santa. Tanto la adquisición por Irán del arma atómica, como Hamás, son lo mejor que le puede ocurrir a ese Israel que quiere territorios con paz o sin ella, sin tener que resignarse, a cambio, a la creación de un Estado palestino.

Hay, sin embargo, un ocupante de la Casa Blanca que se toma en serio la búsqueda de una solución equitativa del conflicto; antes que Obama, Jimmy Carter es cierto que ya miró el problema de manera sincera, honrada y personal, pero el primer ministro israelí Menajem Beguin le robó la cartera sin que el presidente reaccionara; y otro, Bill Clinton, lo intentó sin éxito en el reducidísimo marco que él mismo se había impuesto: no disgustar nunca a Israel. Barack Obama es diferente, aunque eso tampoco sea garantía de nada, pero sería una pena que ni siquiera pudiese desplegar plenamente su política de paz, la que esbozó el 4 de junio en su discurso de El Cairo, donde por primera vez en boca de un presidente norteamericano dos causas de méritos comparables comparecían a juicio.

Contra todo ello milita la nuclearización armada de Teherán; porque el día en que sea posible afirmar que una potencia medio-oriental de 80 millones de habitantes, vasto territorio, posición estratégica excepcional, inagotables recursos petrolíferos, cuyo jefe del Estado profiere criminales dislates contra otro país, aspira a dotarse del arma atómica, todo ello constituiría argumento suficiente, primero, para que Israel actuara decisivamente sin escuchar a Washington, y segundo, en el caso improbable de que fuera necesario, para que todo el apoyo en el Congreso y la opinión que precisa Obama para arrastrar a Israel a una paz equitativa, volase por los aires. Un Irán militarmente nuclear y una Palestina reconciliada y en paz son proposiciones estricta y perdurablemente incompatibles.

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