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Elecciones en Alemania

Los trabajadores de Opel se divorcian de los socialdemócratas

La venta de la marca aleja del SPD a las bases tradicionales del partido

"Si Opel cierra, Rüsselsheim muere", de esto no le cabe duda a Roland Vöglin. Vestido con su mono de trabajo a la salida de su taller en la gran planta de Opel, en el corazón de Alemania, este obrero con muchos años de trabajo mostraba su pesimismo sobre el futuro de la empresa: "Estaré feliz si sigo en plantilla dentro de tres años, cuando llegue a la jubilación". La reciente venta de Opel a la compañía canadiense Magna le hace enarcar las cejas, "no es como para tirar cohetes", comenta. Vöglin hubiera preferido que Opel se declarase insolvente "para conseguir un inversor dispuesto a mantener la empresa independiente".

El poderoso sindicato alemán IG Metall representó a los empleados alemanes durante las interminables negociaciones entre la matriz General Motors y sus pretendientes. Al final, las presiones políticas de la canciller Angela Merkel, democristiana, y el ministro de Exteriores y candidato socialdemócrata, Frank-Walter Steinmeier (SPD), redundaron en la venta a Magna unas semanas antes de las elecciones del domingo. Merkel lo celebró como un éxito. Magna despedirá a 10.500 empleados en toda Europa, 4.500 de ellos en Alemania.

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El miércoles el comité de empresa de Opel en Rüsselsheim viajó en pleno a una manifestación de Amberes para pedir a Magna que no cierre la planta de producción belga. Klaus Franz, de IG Metall, dijo, sin embargo, que "la venta de Opel no fracasará por culpa de los sindicatos". Entre los miles de personas que trabajan en las cadenas de montaje de Rüsselsheim cunde una inseguridad patente. La desconfianza por los políticos, en particular por el SPD, se palpa.

El diputado federal del SPD Gerold Reichenbach también sabe que el fin de Opel sería devastador para la región que le dio por mandato directo el escaño en las elecciones de 2002 y 2005. Tras dar unas cuantas vueltas sobre la importancia "cada vez mayor" del "sector servicios" en la circunscripción, Reichenbach reconoció que, de ese 20% de habitantes de Rüsselheim que trabaja "en investigación y desarrollo", casi todos dependen de Opel. Su cierre abriría un agujero negro que se tragaría a las empresas proveedoras, de servicios y transportistas, ahora satélites en la órbita de la Opel.

Vöglin, cuyo apretón de manos revela su familiaridad con tuercas y herramientas, señaló en el aparcamiento de la planta: "Ahí mismo se puso Steinmeier y nos saludó con un 'queridos colegas'...; ¿cómo te vas a fiar de uno que te llama colega sin haber tocado en su vida una llave inglesa?". Su conversación delata el divorcio entre las antiguamente sólidas bases sociales de la socialdemocracia y sus dirigentes.

A unos cientos de metros, otro trabajador lleva propaganda del partido La Izquierda. Al contrario de Vöglin, que señaló con un punto de orgullo y otro de desafío su carné de identificación en Opel, éste le dio discretamente la vuelta antes de explicar que el domingo votará al partido de Oskar Lafontaine, "como muchos otros aquí, que ven cómo el sindicato y los socialdemócratas salen cada día con una invención nueva". El grado de insatisfacción oscila entre la protesta, la queja anónima y la indiferencia fatalista de un tercero que sostiene: "Yo trabajo porque me pagan, como el aprendiz este que me sigue a todas partes; él es eventual y yo soy fijo, pero para qué darle más vueltas". No quiso decir a quién votará.

El alcalde de Rüsselsheim, Stefan Gieltowski (SPD), que llegó a la alcaldía en 2005 con el 65% de los votos, alegó ayer problemas de agenda para no hablar del asunto. En cambio, el diputado Reichenbach no ocultó en plena campaña que esta vez "podría tenerlo más difícil" que en 2005 para entrar en el Bundestag. Este profesor de instituto, "hijo y nieto de trabajadores de Opel", destaca sus "buenas relaciones" con los sindicatos, pero no se engaña sobre la erosión que sufre el SPD a manos de La Izquierda.

Trabajadores de Opel, en un acto sindical celebrado en Amberes (Bélgica).
Trabajadores de Opel, en un acto sindical celebrado en Amberes (Bélgica).AFP

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