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Qué fallará en las estrategias de salida

Wolfgang Munchau

Existe un fallo de coordinación específico que es, al mismo tiempo, muy destructivo y enormemente probable: que Estados Unidos y Europa den respuestas monetarias y fiscales no conectadas.

Mis amigos estadounidenses me aseguran que no va a haber problema con las estrategias de salida, al menos no para ellos. Están bastante de acuerdo con la propuesta reciente de Kenneth Rogoff, de la Universidad de Harvard, que sugirió que la Fed adopte un objetivo de inflación del 6% durante tres años. Eso daría a Estados Unidos una bonita inflación de casi el 20% en total en ese periodo. El exorbitante privilegio de EE UU sigue dominando en este tipo de razonamiento. Es la hipótesis de que puede hacer prácticamente lo que quiere con impunidad. En especial, los defensores de una estrategia de inflación moderada cuentan con una reacción simétrica en todo el mundo y suponen que los inversores en bonos no incurrirán en el pánico y que, si lo hacen, no tendrán ninguna otra cosa a la que recurrir.

Europa no podría seguir a EE UU si este país decidiera asumir varios años de inflación

Cuando hablé del tema de las estrategias de salida con un grupo de economistas y ministros de Finanzas hace unos días, en el Simposio Económico Mundial de Plön, Alemania, me resultó interesante ver cómo varios economistas norteamericanos nos dijeron que la inflación era una respuesta política evidente, mientras que los economistas y ministros de otros países más pequeños estaban igualmente seguros de que la inflación era imposible. Cada uno discute desde su propia perspectiva. Si uno es ministro de Economía de Turquía, por ejemplo, generar inflación no es una opción estratégica realista. Los mercados financieros le destruirían. Pero, para quien dirige el banco central de la mayor economía del mundo, quizá sí lo sea.

El problema fundamental de la posible respuesta inflacionaria en Estados Unidos es que hay prácticamente la certeza de que Europa no seguirá el ejemplo, que es lo contrario de lo que suponen de forma implícita muchos comentaristas norteamericanos. Si Estados Unidos persiguiera de verdad una inflación del 6%, los europeos mantendremos nuestra inflación en el 2%. Quizá también nosotros dejemos caer un poco el objetivo. Pero me parece que el Banco Central Europeo haría todo lo posible para mantener las expectativas inflacionarias en el 2% a medio plazo. El objetivo de estabilidad de los precios del BCE está consagrado en un tratado europeo, y varios Estados miembros, sobre todo Alemania, no permitirían al Banco que siguiera a la Fed por los caminos de la inflación.

Es razonable, por tanto, esperar que las expectativas de inflación permanezcan fijadas firmemente en Europa, pero no en Estados Unidos. Una consecuencia serían graves perturbaciones en la circulación internacional de capital. Los inversores mundiales podrían salirse del dólar y pasarse al euro, y eso haría que el tipo de cambio entre euro y dólar alcanzase cotas sin precedentes. La crisis en los mercados de bonos norteamericanos produciría tensiones financieras añadidas. Y los días del dólar como divisa de reserva mundial estarían contados, mientras que el euro le sustituiría, al menos de forma temporal.

¿Cuántas probabilidades hay de que ocurra algo así? Los responsables del banco central de Estados Unidos nos dicen, con cierta convicción, que están decididos a mantener la estabilidad de precios. Acepto que lo dicen sinceramente. No creo que Ben Bernanke introduzca nunca de forma deliberada un objetivo de inflación como el que propone Rogoff. Pero supongo que las presiones políticas le obligarán a adoptar una política que, a escondidas, ponga en peligro la estabilidad de los precios. Dentro de dicha estrategia, la Fed seguirá fingiendo que persigue un objetivo de estabilidad de precios mientras que, en realidad, no cumplirá ese objetivo durante varios años sucesivos. Conseguirán la inflación de Rogoff simplemente a base de dejarse caer.

Y, si eso ocurre, la economía mundial podría fácilmente caer en otra crisis.

Wolfgang Munchau es presidente de Eurointelligence ASBL y director adjunto de The Financial Times. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

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