¿Es racismo?
Jimmy Carter, con más éxito en su actual papel de conciencia nacional que en el anterior como presidente, ha llamado la atención sobre una sospecha que venía alimentándose en los ardores políticos de las últimas semanas: la agresiva campaña de críticas contra Barack Obama está inspirada por el racismo. "Yo creo que, en gran medida, las manifestaciones de animosidad hacia el presidente están basadas en el hecho de que es negro", ha dicho Carter.
En un principio, podría pensarse que se trata de la clásica táctica descalificadora usada en el juego político: es más fácil negar la autoridad moral del que critica -racista, fascista, comunista, xenófobo o machista- que aceptar los errores del que es criticado. En el caso de Obama, ciertamente, se pueden detectar errores, sobre todo en su gestión de la reforma sanitaria, que merecen ser puestos en evidencia con toda la pasión y energía que cada sociedad democrática permita. Y ésta, que presume de ser la más libre del mundo, permite mucho.
Jimmy Carter afirma que las críticas al presidente "están basadas en el hecho de que es negro"
Pero también es cierto que alguna de la pasión que se ha visto en Estados Unidos recientemente no parece justificable únicamente por la discrepancia política. Parece ocultar algo más, parece afectar a un sustrato emocional más profundo y sensible que la irritación por una gestión de gobierno. Parece ser, podría ser, un residuo racista.
Sin ir más lejos, la manifestación del pasado fin de semana en Washington. Lo más sintomático no es que fuera exclusivamente blanca. Ni siquiera que algunos de los participantes exhibieran símbolos nazis. Lo más significativo de esa manifestación era la expresión de incredulidad, de plena negación de legitimidad -un columnista conservador escribe presidente entre comillas-, hacia la figura que ocupa la Casa Blanca. Y ese sentimiento no puede estar muy ajeno a la circunstancia de que sea un negro.
Otro ejemplo puede ser la polémica por el grito de "¡Mientes!" que el congresista Joe Wilson profirió a Obama durante su discurso en el Capitolio, la semana pasada. La columnista Maureen Dowd quizá ha ido demasiado lejos al escribir que lo que, en realidad, quiso decir Wilson fue "¡Mientes, boy!", utilizando el término con el que los amos blancos se referían a sus esclavos negros.
Es un recurso literario, probablemente. Pero Wilson es de California del Sur, el mismo Estado al que pertenece James Clyburn, el congresista negro de más rango, y ambos saben quién es quién en el sur en materia de racismo. Clyburn conoce muy bien a Wilson, y por eso exigió que éste se disculpase públicamente en el Congreso, y por eso, ante su negativa, insistió en reclamar la reprimenda oficial que la Cámara de Representantes aprobó el lunes.
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