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Columna
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Elecciones en Afganistán

El 20 de agosto se han celebrado por segunda vez elecciones presidenciales en Afganistán. En las primeras del 9 de octubre del 2004 salió elegido Hamid Karzai, miembro de un clan aristocrático pastún que ha dado reyes y gobernantes. Persona muy occidentalizada, se había distinguido, tanto por su oposición a la ocupación soviética (1978-1989), como a los talibanes, después de haberlos apoyado en sus comienzos, como hizo Estados Unidos, país con el que ha estado muy ligado. En 2001, en cuanto se los desalojó militarmente con menos dificultades de las esperadas, fue nombrado presidente interino.

Parece complicado efectuar elecciones en un país sin apenas infraestructuras que comuniquen regiones difícilmente accesibles; con el 50% de los hombres y el 85% de las mujeres, analfabetos; sin la menor cultura ni tradición democráticas; con una organización tribal en la que el poder político se reparte entre los "señores de la guerra", especie de condottieri sólo interesados en su ganancia personal, en suma, en un país que la guerra contra la Unión Soviética y la civil que siguió a su partida había destruido por completo, y todo ello bajo la amenaza constante de los talibanes que, incrustados en la población, se han hecho invisibles, pero cada vez más activos.

Si estos comicios no sirven para pacificar el país, tampoco sirven para legitimar el envío de tropas
Los Gobiernos no pueden seguir argumentando que estemos defendiendo la libertad y la democracia

En el International Herald Tribune del 8 de octubre de 2004, la ex-secretaria de Estado, Madeleine Albright, auguraba que las elecciones sólo servirían a la campaña electoral del presidente Bush, empeñado en mostrar la eficacia de las guerras preventivas, convenciendo al electorado de que había logrado nada menos que establecer la democracia en Afganistán.

Los cinco años de "democracia afgana" no han suprimido la semiesclavitud de la mujer, ni han mejorado las condiciones de vida de la población, pero sí se ha perdido la esperanza de que las fuerzas de ocupación puedan garantizar la seguridad, imprescindible para cualquier mejora. Entre enero y junio de este año las víctimas civiles han sido 1013, un 24% más de las que se produjeron en 2008 en el mismo periodo. Y lo más grave, el 31% se ha debido a las operaciones militares de las tropas internacionales y del Ejército afgano.

Con una población calculada en 12 millones de personas mayores de 18 años, se han inscrito 17 millones de votantes. Sin disponer de censo electoral, para evitar ser reconocido por los talibanes en su pueblo o barrio, se permite votar en cualquier colegio, marcando un dedo con una tinta que se dice indisoluble, pero que efectivamente puede borrarse. En un país que ha alcanzado un altísimo nivel de corrupción y permanecen intocados el cultivo del opio y los intereses de los señores de la guerra, que el presidente ha convertido en aliados, nadie duda de que saldrá reelegido, terminando lo antes posible con espectáculo tan macabro, sin necesidad de recurrir a una segunda vuelta.

El especialista del África subsahariana, Paul Collier, profesor de economía en Oxford, ha insistido en un libro reciente (Wars, Guns and Votes, 2009) en que las elecciones que imponen los occidentales como condición para recibir ayudas, al ahondar las diferencias étnicas -cada cual vota a su clan- lejos de contribuir al desarrollo democrático, refuerzan en última instancia la violencia política.

Si estas elecciones no sirven para pacificar Afganistán, tampoco para legitimar el envío de tropas en los países de la OTAN. A la vista de las noticias que nos llegan, los Gobiernos no pueden seguir argumentando que estemos defendiendo la libertad y la democracia, y aumenta la exigencia de conocer cuáles son los verdaderos objetivos. Bien sea el valor estratégico que para Estados Unidos tiene Asia central, o bien, los recursos petroleros de la región y la negación de Afganistán de permitir que pase un oleoducto por su territorio, ninguno de los que se barajan justifica una operación que amenaza prolongarse indefinidamente con costos crecientes. En muchos países de la OTAN, sobre todo en Reino Unido, con un alto porcentaje de bajas, y llamativamente en Alemania que alcanza ya al 60% de la población, crece la demanda de retirarse de Afganistán. Así como la intervención rusa trajo consigo el desmoronamiento de la Unión Soviética, la norteamericana podría acarrear el fin de la OTAN.

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