¡Que vienen los rusos!
El Bolshói, buque insignia del realismo soviético, representará su mítico 'Espartaco' - La obra abre en el Real una temporada única de danza
El corazón de los balletómanos rusos siempre ha estado dudando entre sus dos mitades: la científica y la fanática, para decantarse por el ballet de Moscú o el de San Petersburgo. Es decir, por el Bolshói o por el Marinskii. Dos monstruos de tradición que estarán este otoño en España, como faros que guían una temporada dancística única. Dos grandes estructuras que abarcan el canto, la ópera, la actividad filarmónica y el ballet.
Se espera para estos meses en los escenarios españoles a grandes figuras, títulos emblemáticos, compañías de postín y gran ballet de repertorio. El Real de Madrid hospeda por primera vez al Ballet del Teatro Bolshói de Moscú, que llega (del 5 al 10 de septiembre) con su imponente producción de Espartaco, emblema coreográfico de la era del realismo socialista.
El Bolshói, que se inauguró en 1825 con la Cenicienta de un compositor catalán, Fernando Sor, tiene hoy más de 600 personas en plantilla. Son tres teatros, aunque ahora está cerrado por reparación el coliseo antiguo y memorial, con el pórtico de las ocho columnas ideado por el arquitecto Ossip Bovet. La restauración costará 750 millones de dólares y culminará en octubre de 2013.
Lo cierto es que hoy, los del norte van por el mundo con más serenidad y un poderío que deslumbra. Cuando el año pasado el Ballet Bolshói estuvo en el Garnier (Ópera de París), el público y los enterados recuperaron la imagen de antaño, esa altiva presencia que en el estilo tiene mucho de épico, de gestualidad expansiva. Lo que siempre lo ha diferenciado del perfeccionismo de los petersburgueses.
Desde el siglo XIX, San Petersburgo regaló -o cedió- a Moscú bailarinas y coreógrafos: desde Galina Ulánova a la actual Svetlana Zajárova; en los coreógrafos, desde Rostislav Zajárov a Yuri Grigorovich (Leningrado, 1927), responsable del Espartaco que visitará Madrid la próxima semana. En el Bolshói de Moscú, Petipa estrenó en 1869 su gran ballet de tema español, Don Quijote, uno de los mejores conservados hasta hoy, pero enseguida se volvió a San Petersburgo: no le gustaba la ciudad, "ni siquiera el río", apuntó en sus memorias.
El Bolshói ha pasado en su largo avatar incólume a revueltas, guerras, incendios, burocracias y Stalin. Uno de los primeros frontis donde se escayoló la hoz y el martillo después de la Revolución de Octubre, fue en el tímpano del Bolshói; también el telón púrpura se llenó de hoces y martillos bordados en hilo de oro. Fue algo más que un símbolo: el Bolshói sería para siempre el buque insignia de la cultura soviética. Hoy lo es de la rusa, otra vez. Grigorovich llegó a Moscú en 1959 para remontar La flor de piedra (Prokófiev) y se quedó en la capital. En 1962 lo nombraron balletmaster y en 1964, coreógrafo jefe y director del ballet. Carrera meteórica, para lo que era entonces aquello. Y se quedó 31 años, hasta 1995, en el sillón del jefe. Desbancó los clásicos y los remontó a su gusto, y su poder omnímodo generó leyenda, furias, deserciones y dramas. Pero el ballet es caprichoso con su propia historia, y Espartaco sigue siendo el espectáculo-bandera de los moscovitas. Quien salió a recibir los laureles del éxito en París en 2008 fue otra vez un Grigoro-vich más anciano, siempre seco y distante, con su corte de pelo pincho y sus maneras discretas.
Tras Grigorovich y la glásnost, empezó en Bolshói una deriva peligrosa. Lo dirigió Vladímir Vassiliev (que fue el primero en encarnar Espartaco en la versión Grigorovich, y de su preferido pasó a ser su enemigo mortal); no aguantó la burocracia, las insidias, los pasillos. Ya en el siglo XXI, llegó en 2004 Alexéi Ratmanski (Leningrado, 1968) y su contrato expiró el 31 de diciembre pasado: se fue a Nueva York, como coreógrafo residente del New York City Ballet. En Moscú decían: "Demasiado moderno". En la Gran Manzana ya ha triunfado. Le sustituye Yuri Burlaka (Moscú, 1968), que tiene fama de serio reconstructor de ballets, tanto de la época soviética como anteriores. Medvédev dio su plácet, como antes Putin se lo había dado a Ratmanski. Pero Espartaco sigue siendo la tarjeta de presentación exterior, y en el mismo Moscú, el título que más reventa de entradas genera. Y tanto balletómanos fanáticos como científicos en la capital de Rusia se han rendido a un nuevo Espartaco, un chico robusto y duro, a la vez que puede ser abrasadoramente romántico: Iván Vassiliev.
El domingo encarnará el rol del esclavo tracio en el Real, y hay que verlo. Unos y otros coinciden en que, desde Vladímir, no había uno así. Lo del apellido no pasa de ser una coincidencia, pero una vez más los caprichos del ballet imponen su exótico acontecer.Su estilo tiene mucho de épico, de gestualidad expansiva
Los cinco imprescindibles
- Homenaje a Diaghilev. Del 3 al 10 de septiembre llega al Liceu el English National Ballet (ENB) con su homenaje a los Ballets Russes de Serguei de Diaghilev.
- La mejor del mundo. Del 9 al 11 de noviembre, en el Palau de les Arts (Valencia), el Marinskii demostrará por qué es para muchos la mejor compañía del mundo.
- Revelación holandesa. La Nederlands Dans Theater I y II estarán juntas en junio de 2010 en el Real con coreografías de Jiri Kilian.
- Esplendor inglés. El Liceu acogerá en julio al refinado Royal Ballet de Londres (RBL), puente con la gran tradición del ballet académico ruso.
Babelia
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