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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Perseverar contra ETA

Acoso policial a la banda e intolerancia con quienes la jalean es una combinación inédita

Ya son siete los depósitos de armas, explosivos y otros materiales para fabricar bombas localizados por la policía en diversos lugares de Francia tras la detención, 20 días después del inicio de la ofensiva terrorista de este verano, de tres miembros de ETA que figuraban entre los más buscados y cuya misión era, según Interior, suministrar ese material a los comandos. Ello ocurre a la vez que en el País Vasco se libra un pulso decisivo entre las autoridades y los seguidores de ETA por el control de la calle.

No se sabe si ETA se extinguirá poco a poco o de repente, pero es seguro que algún día desaparecerá y que ello será consecuencia, más que de cualquier otro factor, de la eficacia policial mantenida durante un periodo largo de tiempo: el necesario para convencer a los jefes etarras de que no les conviene seguir. También se sabe que la condición esencial para interrumpir la renovación generacional de ETA es poner fin al clima de impunidad en que durante años se ha movido el entorno juvenil de la banda.

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Las fuerzas de seguridad de España y Francia han conseguido invertir la situación de hace 20 años, y hoy hay muchos menos atentados que detenciones. Los jefes duran menos tiempo al mando y cuando hay detenciones se desmantelan aparatos completos. Los golpes policiales repetidos llevaron a ETA a volver al sistema de zulos dispersos en zonas boscosas del territorio. El control policial de los activistas responsables de esos escondites ha llevado a su desmantelamiento. No hay medida política más eficaz para que ETA desista que perseverar en la línea actual de acoso policial. Y ello tanto si se piensa en un final por extinción paulatina como si se considera más realista una rendición pactada.

En ambas perspectivas, la otra condición esencial es poner fin a la impunidad. El pulso por la recuperación de los espacios públicos ocupados por los simpatizantes de ETA está ahora en un momento crucial, en torno a las fiestas vascas de verano. Se trata de un empeño de largo alcance. Durante muchos años, la actitud de muchas autoridades locales ha sido la de hacer la vista gorda para evitar incidentes (y la de muchos vecinos, la de resignarse). Con el resultado de que los simpatizantes de ETA consideraban territorio conquistado cada concesión, y subían la dosis de la provocación. Lo que hacía cada vez más difícil detener la escalada: fotos de etarras que tras las fiestas permanecían todo el año, por ejemplo.

La novedad es que ahora hay un Gobierno que considera un objetivo central acabar con esa situación. Los nacionalistas dicen que ellos también la combatían con menos ruido, pero a la vez ponen pegas a que la Ertzaintza actúe con determinación frente a quienes desobedecen las decisiones judiciales en aplicación de la ley. Y esa actitud es interpretada por los violentos como respaldo de los demócratas a su pretensión de que jalear a los terroristas y ofender a sus víctimas es un derecho.

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