Dialogar sobre la tuberculosis
El nuevo reto social es evitar la marginación de los enfermos
Aún hay tuberculosos en la ciudad de Barcelona. En 2008 fueron 414 los enfermos, 6 menos que en 2007, con una tasa de 25 afectados por cada 100.000 habitantes. La dolencia que causó mortandades en la Europa del siglo XIX no es una pandemia, y se cura. El reto que plantea es otro: evitar la estigmatización que sufren los enfermos y lograr que éstos cumplan los tratamientos.
Eso exige a veces labores de entendimiento intercultural, porque si la tuberculosis fue uno de los símbolos del romanticismo, hoy es un reflejo de una urbe que ha de gestionar migraciones globales: la mitad de afectados barceloneses vienen de Asia, África o Latinoamérica. Y no todos entienden que la tuberculosis no es una condena a muerte, pero tampoco una gripe.
Dolencia de migrantes
Le costó saberlo al hindú Sharuk (nombre ficticio), de 28 años, que llegó hace dos y medio a Barcelona. En su país la tuberculosis no es rara en las capas sociales más desfavorecidas, aunque no sabe cuándo se contagió. La enfermedad, que puede incubarse durante años, afloró cuando Sharuk, licenciado en filología inglesa, se puso a trabajar en un locutorio en un país nuevo, lejano a su familia. No es raro que esta enfermedad, muy ligada a la pobreza, aflore en situaciones de estrés. "Cuando tenía fiebre me tomaba un jarabe", cuenta Sharuk. Sólo cuando fue incapaz de trabajar solicitó un tratamiento médico detallado.
"La gente de ciertos países no tiene hábito de ir al médico, porque es caro. Y tienen otro concepto de enfermedad, ligado al trabajo. Sólo se consideran enfermos cuando ya no pueden levantarse de la cama", aclara Jesús Edison Ospina, coordinador de los seis agentes comunitarios de Salud que tiene la Agencia de Salud Pública. Se ocupan de acompañar a inmigrantes como Sharuk, que sufren alguna de las alrededor de 50 dolencias de declaración obligatoria en Cataluña, como la tuberculosis.
A Sharuk le han ayudado a regularizar su situación, y, mientras convalece de la enfermedad, recibe una renta de inserción. También le apoyaron en su lucha contra la estigmatización. Sharuk vivía con ocho compañeros de piso cuando enfermó, y tuvo que cambiar varias veces de piso porque sus compañeros temían el contagio. Además, sus padres le pedían que volviese a la India. A morir, porque creían que su mal era incurable.
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