_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Sobre la prostitución de las catedrales

Es tradición en la Iglesia referirse metafóricamente a la prostitución de la Santa Sede, la de Aviñón o Roma, del mismo modo que la Biblia tiene innumerables pasajes donde se habla de la infidelidad del Pueblo Elegido y en especial la de sus sacerdotes, a los que increpan una y otra vez numerosos profetas.

Una de las grandezas de la Iglesia Católica es su arte, en especial sus catedrales, donde se ha logrado un esplendor innegable dentro de la historia de la humanidad. Pero ahora parece que esto sólo va a ser accesible para los que tienen una situación económica holgada.

Un acuerdo entre la Conferencia Episcopal y Patrimonio ha llevado a que nuestras catedrales cobren el acceso a quienes las visiten. Para el que quiera entrar a rezar se reserva una capilla, a veces de escaso valor artístico, o bien hay que esperar a las grandes celebraciones rituales.

Los templos pertenecen al pueblo, los obispos sólo pueden gestionarlos

Tan inmensos edificios son lugares especialmente diseñados para el recogimiento y la meditación: cuadros, retablos, vidrieras, todos esos conjuntos orgánicos hacen las delicias para la reflexión sosegada de lugareños, visitantes o curiosos. Sin embargo, los obispos, aliados con el Estado español, entregan así las catedrales para que sean devoradas, previo pago, por los turistas, tal vez sin reparar en que así otorgan ciertos derechos que hacen del espacio sagrado un lugar profano sometido a fotografías y risas, perdiéndose su recogimiento propio. Asimismo resultan chocantes y molestos los tenderetes de recuerdos, postales, libros y objetos varios que se están multiplicando en capillas o laterales de los templos.

La doctrina de Jesucristo no puede ser más clara en este asunto. El fundador de la Iglesia es una demostración vital del amor a todos, de la paciencia máxima, pero hay un pasaje único relatado por tres evangelistas donde no es así, pues nos muestra una escena violenta que debió ser muy llamativa por la importancia que tenía el Templo para la religión judía: "Llegan, pues, a Jerusalén. Y habiendo Jesús entrado en el templo, comenzó a echar fuera a los que vendían y compraban en él; y derribó las mesas de los cambistas, y los asientos de los que vendían las palomas" (Mc, 11, 15-16). Y les dijo así: "Mi casa será llamada casa de oración, pero vosotros la tenéis hecha una cueva de ladrones" (Mt, 21, 13).

Aunque todavía no hemos llegado a ver convertidas nuestras catedrales en centros comerciales que reduzcan su función religiosa a un rincón, si sustituimos las palomas para los sacrificios y el cambio de moneda por postales, souvenirs y otros objetos, nos hallamos ante una situación similar. Si además hay que pagar por entrar, se diría que podemos hallarnos con una situación similar a la relatada por Dostoievski con el cuento del Gran Inquisidor, donde la propia Iglesia volvería a matar a Cristo si volviera con forma humana. En este caso, no le dejarían entrar sin pagar.

Ante ese pasaje vemos que no tiene sentido que la Iglesia Católica compita con otras multinacionales del entretenimiento al gestionar así sus catedrales, ya que, entonces, las palabras de Miqueas (3,11) se les podrían echar encima: "sus sacerdotes enseñan por interés, y por dinero adivinan sus profetas". Actuando así, el alto clero parece mostrarse más interesado en política o cuestiones monetarias, que en su función como pastores del alma.

Los obispos gestionan los bienes de la Iglesia, es decir, de la comunidad, pero no son sus propietarios, porque son de todos los cristianos. Los templos fueron construidos con inmensos sacrificios con el esfuerzo de todo el pueblo. Quitarnos así las catedrales es en cierto modo robar a todos.

Nos hallamos sin duda ante una conversión de las iglesias en museos y así son casi más visitadas por turistas que por fieles, pero a ello ha contribuido la jerarquía, también haciendo exposiciones en ellas, como Las Edades del Hombre. De hecho, las iglesias se mantienen mejor también con su patrimonio cuando mantienen el culto. Cuando las desacralizan suelen despojarse y desnudas dejan de mostrar, curiosamente, sus intimidades, sus tesoros.

Con la crisis económica, los que están sin trabajo y los pobres no podrán aprovechar lo que fue hecho para todos, pues hasta ahora una de las grandes maravillas de nuestros santuarios era que hasta el más miserable podía entrar y disfrutar de algunas de las mejores obras de arte de la historia, de su paz, lo que no podían hacer con los palacios. A los más piadosos se les echa a un rincón, los turistas pagan, pero también hay muchos "híbridos" que entran a admirar el arte y también rezan porque tienen fe, o meditan.

Hace falta dinero para mantener esos maravillosos monumentos y controlar que no entren a robar, sí, pero que lo extraigan de lo que reciben del Estado, que no gasten si quieren en ciertas iluminaciones o en calefacción y, si no tienen dónde recaudar, que alquilen los fastuosos palacios episcopales o busquen cualquier otro sistema. En España, culturalmente cristiana, el patrimonio artístico español es mayormente religioso, pero que no nos lo secuestren. La simonía es un triste pecado.

Ilia Galán es director de la revista Conde de Aranda (Estudios a la luz de la Francmasonería).

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_