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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Norte y Sur

Las cumbres americanas celebradas el lunes en Guadalajara (EE UU, Canadá, México) y Quito (grupo Unasur) estaban unidas por un hilo invisible: la próxima instalación de tropas de EE UU en bases colombianas. Obama no ha podido hacer todos los deberes latinoamericanos; los 100 millones de dólares del Plan Mérida contra el narco en México siguen detenidos en el Congreso, que exige pulcritud en el respeto a los derechos humanos; y Ottawa ha sorprendido a la diplomacia mexicana con la exigencia de visado a sus nacionales, siempre por causa del comercio ilícito. Así, Calderón sólo puede congratularse de la renuncia de Obama a revisar el Tratado de Libre Comercio.

Pero la sombra de EE UU planeaba sobre la cumbre de Unasur, donde el presidente colombiano, Álvaro Uribe, salvaba los muebles evitando una condena por la invitación militar a Washington, como exigía el presidente boliviano, Evo Morales, en nombre del bloque chavista. La disputa es lo bastante grave como para que se haya convocado una próxima cumbre en Buenos Aires a la que se pide que acuda Uribe -que no quiso ir a Quito- para tratar del asunto. El mayor derrotado puede ser Brasil, que, en sus aspiraciones de hegemonía blanda en América Latina, no lograba hacer de puente entre Bogotá y sus debeladores.

Paralelamente, el conflicto planteado desde la incursión, en 2008, de tropas colombianas en Ecuador persiguiendo a los irregulares de las FARC sigue envenenando las relaciones entre ambos países, con nuevas acusaciones colombianas de connivencia de Correa con los guerrilleros.

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La presidencia, que se quería sedante, de Obama parece haber tenido efectos contrarios, en parte porque el presidente venezolano, Hugo Chávez, que ha considerado una amenaza bélica el asunto de las bases colombianas, no persigue la distensión sino disponer de una nueva bandera de agitación antiyanqui.

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