Hasta los Monos siguen las reglas
Entrevistar a los Arctic Monkeys es como forzar una charla paterna con unos adolescentes dispersos. Intentan escuchar, son buenos chicos. Pero en breve están a otra cosa. A sus cosas. El batería Matt Helders teclea en el móvil e intermitentemente desaparece con el teléfono pegado a la oreja. El cantante Alex Turner pierde el hilo de la conversación mientras mira, soñador, al cielo. Para recuperar el ritmo se ha de recurrir a chistes malos, menciones a la moda juvenil. A duras penas funciona.
Turner y Helders, ambos de 23 años, son el 50% de los Arctic Monkeys. Se distraen fácilmente y arrastran alguna testaruda marca de acné. Pueden parecer niños, pero ya no lo son ni lo quieren ser. Su inminente tercer disco, Humbug, pretende demostrarlo.
Puede que más adelante saquemos música gratis. Pero ahora no sólo dependemos de nosotros. Está el negocio
Conocí a McCartney, fue raro. Y a David Bowie, pero ¿qué le iba a decir? Asociaba su música con mi madre
La cita es en la terraza de un pub cercano a la estación londinense de Kings Cross. Pega el sol y antes de empezar la conversación los dos miembros de la banda se bajan sendas cervezas. Dos señoras pintas que a los norteños Monkeys no terminan de subírseles a la cabeza. La terraza se ha llenado de oficinistas, pero ninguno los ha reconocido. No saben que esos chicos de la mesa de al lado ostentan el récord de las ventas más rápidas de un álbum (más de 360.000 copias en una semana) en la historia del Reino Unido. Que descubrieron a la industria musical el filón de la Red.
Ellos se mantienen o quieren mantenerse ajenos al bombo. Cuando se les pregunta si son conscientes de los golpes que su éxito vía Internet infligió a los cimientos de la industria, se miran y se encogen de hombros. Me siguen gustando los discos, contesta finalmente Turner, una estrella de rock tímida con pelo largo sin lavar y ojos de Bambi. Si alguien saca un buen disco, quiero comprarlo y escucharlo. Creo que la gente siempre escuchará música. O eso espero.
Para entender el fenómeno Arctic Monkeys hay que remontarse a 2002. Entonces, cuatro amigos del instituto (Alex Turner, Jamie Cook, Matt Helders y Andy Nicholson), que viven en la periferia de la ciudad industrial de Sheffield, deciden crear un grupo. Su idea es emular a Oasis, sus ídolos, y dar uso a las guitarras que les han regalado sus padres por Navidad. Helders, designado batería, tiene que comprarse una. Se bautizan como Arctic Monkeys, el nombre del grupo en el que el padre de Helders tocaba cuando era joven.
Turner, el hijo único de una profesora de alemán y un profesor de música, escribe las letras. Son ingeniosas observaciones sobre la vida de cualquier joven de 17 años en una ciudad británica: borracheras de fin de semana, pin ups de pista de baile, los molones de bar
Empiezan a organizar conciertos en pubs y salas de la zona de Sheffield. Como creen que nadie pagaría por sus maquetas, las regalan al final de cada actuación. Algún fan, que quiere descubrir al mundo a su grupo favorito, cuelga esas maquetas en la Red. La expansión es vertiginosa. De repente se dan cuenta de que el público de sus conciertos se sabe todas las letras al dedillo. Los monos árticos son un verdadero seísmo musical en Internet. En octubre de 2005 se colocan en el número uno de las listas británicas de sencillos sin haber sacado un disco.
Fichan por el sello independiente Domino y publican Whatever people say I am, Thats what Im not, su primer trabajo de estudio. Sólo un año más tarde tienen segundo disco: My favourite worst nightmare, que de nuevo alcanza el número uno. Reciben varios premios y todo el Reino Unido habla de ellos. Hasta el primer ministro británico, Gordon Brown, los menciona en un discurso para modernizar su deteriorada imagen, causando la hilaridad general. Explotó nuestro nombre, bromea Turner. Luego se retractó y dijo que el grupo que de verdad le gustaba era Coldplay.
Arctic Monkeys están a punto de lanzar su álbum Humbug, que puede ser traducido por caramelo de menta o bobadas, la expresión favorita del viejo Scrooge en el Cuento de Navidad de Dickens.
Esta vez no hay canciones gratis por la Red. La promoción se realiza con extrema cautela para evitar filtraciones, y se invita a la prensa a escuchar el disco en la oficina de Domino, en un polígono industrial al sur de Londres. Puede que más adelante saquemos música gratis, explica Turner. Pero ahora no sólo dependemos de nosotros. Existe la parte de los negocios. Hay gente involucrada en la venta de nuestros discos que quiere más protección. Además, es una pena cuando se filtra porque la sorpresa se estropea. Nos gusta que el lanzamiento del disco sea toda una ocasión. Como era antes.
Humbug tiene algo de disco como los de antes. Es más retro que los otros dos, con influencias del rock de los sesenta y setenta, y Turner cantando como Dios manda, como ya lo hacía en The Last Shadow Puppets, su banda paralela casi un tributo a Scott Walker. También es menos inmediato, más adulto, de guitarras más maduras. Esta colección de canciones probablemente atraerá a un oyente que antes se sentía demasiado adulto para comprar sus discos: Mucha gente nos ha dicho que el público de este disco será diferente, pero nosotros lo hicimos sin intención, asegura Turner.
El disco se grabó entre Brooklyn (Nueva York) y el desierto de Mojave (California). El mentor de la banda fue Josh Homme, guitarrista del grupo de rock Queens of the Stone Age, al que los de Sheffield admiraban antes de conocerse. Nos vino bien salir de nuestro país, explica Turner. Experimentar, introducir diferentes posibilidades. Josh escuchó las grabaciones preliminares y en cinco segundos nos dijo que había que ir al desierto. En cuanto llegamos allí nos dimos cuenta de que había sido una buena idea. No había nadie a quien rendir cuentas. Estábamos nosotros cuatro y Josh intentando hacer algo brillante y clásico.
Homme, como un hermano mayor, les descubrió discos que no habían escuchado: Cosas con las que no estábamos familiarizados: Creedence Clearwater Revival, Rocky Ericsson, Cream, T Rex. Volvimos a Jimi Hendrix, que es algo que típicamente te interesa cuando estás aprendiendo a tocar la guitarra. Escuchamos mucho a los Beatles.
Tal vez por su juventud, los Arctic Monkeys son inmunes a las idolatrías y las vacas sagradas de la historia musical. Un vacío responde a la cuestión de si han conocido a algún artista famoso que los haya deslumbrado. Creo que no me ha pasado con ninguno, duda finalmente Turner. Conocí a Paul McCartney, fue un poco raro. Y cuando empezábamos, a David Bowie. Vino al camerino, nos saludó y se hizo el silencio. Pero ¿qué le iba a decir? Por entonces no conocía su música; era algo que asociaba con mi madre.
Para los medios y el público, Alex Turner es un enigma. Sus letras son comparadas con las de poetas del rock y adorados cronistas de la vida británica como Paul Weller, Morrissey o Jarvis Cocker. Pero ponle una grabadora delante y se vuelve un chico vergonzoso que se resiste tenazmente a explicarse.
En las canciones que Turner ha escrito para Humbug ya no hay noches que acaban con kebabs y taxis compartidos de madrugada. Son otro tipo de noches, probablemente con más relumbrón, que Turner observa con tanta fascinación como ironía. En una de ellas, Pretty visitors, habla de bellos visitantes que levantan los brazos proyectando la sombra de un nido de serpientes en la pared.
En sus comienzos, Turner se sentía algo avergonzado de ser el autor de las letras. Escribía desde que iba al colegio, ha declarado, sólo que no se lo decía a nadie para que no se burlaran de mí. Tomaba sus notas en el teléfono móvil, como si escribiese mensajes. Ahora ha cambiado el móvil por un cuaderno a la vieja usanza que lleva a todas partes. Y es evidente que Turner hoy está mucho más cómodo componiendo: He aceptado que ése es mi papel. Disfruto más escribiendo.
La fama súbita y las presiones de las giras ya han pasado factura a la breve carrera de la banda. El bajista, Andy Nicholson, dejó el grupo en 2006 por agotamiento y fue sustituido por Nick OMalley. A pesar de los obstáculos, los Arctic Monkeys han digerido el éxito y están cómodos con él: Nos hemos relajado.
Al final de la charla, Alex comenta que su canción favorita en Humbug es My propeller (mi hélice). Un humeante primer corte, en el que no se intuye ningún avión. Lo que deja la puerta abierta a la pregunta indispensable en cualquier charla paterna. ¿My propeller habla sobre alguna sustancia, digamos, alucinógena? Turner sonríe: Quizá.
Humbug (Domino/Pias), el nuevo disco de Arctic Monkeys, sale a la venta en España el 24 de agosto.
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