Todo, menos ETA
Asombra darse cuenta de que ha transcurrido medio siglo desde el nacimiento de ETA -este periódico le dedica hoy una amplia cobertura-, y más aún si nos remontamos al contexto en el que se produjo tal evento. Una España cerrada sobre sí misma, con las libertades completamente cercenadas y cuyo dictador había inaugurado, en ese mismo 1959, el desafiante y faraónico mausoleo del Valle de los Caídos. Momentos, también, de grave penuria por el fracaso de las experiencias autárquicas del franquismo, excluido del Plan Marshall a causa de su apoyo a nazis y fascistas, que trató de alcanzar el ideal de la autosuficiencia económica. Objetivo tan imposible como el de ETA, también maestra en la tarea de provocar sufrimientos sin sentido.
Aquel empobrecido, reprimido y triste país de 1959 es ahora una democracia. Aunque no le falten problemas
Recordar tentos sin sentido.
Recordar tales hechos da un aire definitivamente pretérito al momento en el que las nobles palabras de patria y libertad -incluidas en el nombre de ETA- iniciaron su andadura, impulsadas por jóvenes nacionalistas descontentos con el PNV, hasta convertirse, tras una historia turbulenta, en la marca de una mafia criminal. El retablo es claramente de otra época: el caudillo Franco y todo su aparato represivo; un Gobierno vasco en el exilio; grupos aislados que intentaban a duras penas la oposición a la dictadura; guerrilleros anarquistas que aún se sostenían en algunos puntos (un somatén mató a uno de los más conocidos, Quico Sabaté, en enero de 1960 en Sant Celoni, Barcelona). El general De Gaulle había subido recientemente al poder en París, los argelinos combatían la colonización francesa, Fidel Castro acababa de entrar triunfalmente en La Habana... Esto fue el contexto histórico que vio nacer a la organización terrorista vasca.
Junto al medio siglo de ETA se cumplen 50 años de dos decisiones trascendentes en el plano económico. Los tecnócratas opusdeístas Alberto Ullastres, Mariano Navarro Rubio y Laureano López Rodó tomaron el relevo de los franquistas de la primera hora y dieron un giro a la dirección de los asuntos económicos. Aceptaron la colaboración de jóvenes expertos, pusieron fin a los intentos autárquicos y tuvieron en cuenta los consejos liberalizadores de la OECE (la actual OCDE), organización que incluyó al Estado español como miembro de derecho en julio de 1959. "No es imposible que ayudando a España a encontrar una solución a sus problemas materiales se llegue a modificar el clima al otro lado de los Pirineos", escribía por aquellos días el diario Le Monde, en referencia a la situación política. No ocurrió así, como se sabe: las emigraciones masivas y el desarrollo económico iniciado no ayudaron a traer las libertades políticas. España quedó al margen de la Comunidad Europea hasta que la democracia fue una realidad relativamente sólida. No está de más recordar que, en su agenda paralela, ETA saludó con cuatro asesinatos -un coronel, su conductor, un artificiero de la policía y un brigada- la firma del tratado de incorporación a las Comunidades Europeas, en junio de 1985.
Al cabo de medio siglo, la organización terrorista carece de perspectivas. Lleva mucho tiempo negando la evidencia y pretendiendo que los derechos del pueblo vasco continúan siendo escarnecidos. Pero matar a diestro y siniestro, atacar la construcción de infraestructuras o chantajear a empresarios con rescates preventivos ya no tienen la menor credibilidad como objetivos políticos, incluso a los ojos de la gran mayoría de la sociedad vasca.
Eso nada tiene que ver con la evolución de aquel empobrecido, reprimido y triste país de 1959 hacia la actual democracia, integrada en una Unión Europea de 27 miembros. Por más tensiones políticas que haya sufrido, por mucho que se discuta sobre la estabilidad del Estado de las autonomías y por severa que sea la crisis económica actual, son dos medios siglos muy distintos: todo ha cambiado profundamente en 50 años, empezando por el País Vasco.
Todo, menos ETA.
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