Negra, como la corrupción
La Semana Negra es una convención veraniega de escritores de novela del mismo color que todos los años por estas fechas ocupa Gijón con efluvios de crímenes imaginarios, hoscos detectives de artificioso realismo y vocación reivindicativa de lo policiaco como arte mayor. En los últimos años, el espectro se ha ampliado a la ciencia-ficción y a la novela histórica. Porque si bien el thriller se ha colado ya en el Gold Gotha literario, la ciencia-ficción todavía depende de entusiasmos lunáticos y la novela histórica sufre la pesada carga de la mediocridad de los autores y editores que, más que cultivarla, la esquilman. En la teogonía de la literatura criminal, la novela negra desciende de la novela policiaca como Zeus de Cronos. El padre tétrico se llamaba Edgar Allan Poe, extravagante dispéptico, atormentado demiurgo del policiaco gracias a Los crímenes de la calle Morgue y precursor de tantas mentes privilegiadas de papel que resolvían un crimen con la varita mágica de la deducción.
Pero así como Zeus desplazó al padre devorador, la novela negra arruinó a los figurines de portentosa inteligencia, innobles epígonos de Poe, empeñados en descubrir al criminal a partir de una colilla o una gota de rocío. El nuevo demiurgo se llamaba Dashiell Hammett, pertenecía al Partido Comunista y, en palabras de Raymond Chandler, "sacó el crimen del jarrón veneciano donde se encontraba y lo arrojó a la calle". Desde Cosecha roja o La llave de cristal, el policiaco habló de gánsteres, corrupción y crímenes sociales.
Una modesta proposición dirigida a la convención gijonesa: la novela negra conecta con la patulea de políticos corruptos, concejales enriquecidos y prostitución de lujo y glamour que solaza la vida española actual; pero debe incorporar principios complejos de la física, como el de indeterminación de Heisenberg, el de exclusión de Pauli o el de relatividad del espacio-tiempo de Einstein. Se trata de que los novelistas puedan explicar cómo es posible que un personaje no sepa si ha pagado o no unos trajes y otro, presidente de una diputación, duerma inmune durante años en el limbo de los imputados. ¿Qué esperan los escritores reivindicativos para fusionar la novela negra con la ciencia-ficción? A ver si Sam Spade y Philip Marlowe hacen que ganen los buenos.
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