Armani y Givenchy buscan la luz en las pasarelas de París
Los modistas cuajan sus prendas de cristales, bordados y adornos metálicos
Todos tenemos ganas de que alguien le dé al interruptor de una vez y nos saque de esta oscuridad. También las luminarias de la moda. En el segundo día de desfiles de alta costura en París se vieron dispares formas de buscar, a tientas, el botón de ese foco que ilumina a la salida.
En un sótano de la plaza Trocadero, de nocturna ambientación, Giorgio Armani escenificó una errática búsqueda de la modernidad que ansiaba capturar los brillos de la arquitectura urbana. En el ático de la torre -y a kilómetros de distancia conceptual- la Maison Martin Margiela ocupaba el piso y la terraza que un día fueron de Jacques Carlu, el arquitecto del complejo, y sacaba a la luz de la mañana las 10 piezas que componen su línea artesanal. Persecución de la legitimidad vanguardista basada en el reciclaje de materiales atípicos para el vestir, de los tapones de bolígrafo a los faros de las bicicletas.
Maison Martin Margiela presentó 10 piezas de material reciclado
Christian Lacroix mostró la que quizás sea su última colección
Tras sufrir en mayo una hepatitis, Armani apareció más delgado e inusualmente cubierto, con camisa de manga larga y corbata, aunque a los 74 años exhibió el músculo estratégico que le caracteriza. Sentó en primera fila a un montón de famosas -Cate Blanchett, Megan Fox, Elsa Pataky o Claudia Cardinale- y les deleitó con una colección basada en trajes y vestidos de noche. Trató de rejuvenecer el discurso con elementos del vestuario deportivo masculino, como cremalleras, capuchas o cazadoras, pero los cargó de cristales y bordados hasta que resultaron irreconocibles. Los negros y grises, apenas puntuados por azul y blanco, enfatizaban el sesgo "metropolitano" que anunciaban las notas del desfile.
El caballete y la tela podían ser sobrios, pero el cuadro final, desde luego, no. "Hay una cierta influencia de la calle en las cremalleras", admitía el modisto italiano. "Pero hay que llevarlo al terreno de la alta moda, que es el del espectáculo. ¿Se venden menos vestidos? Claro que sí, pero de esta industria se nutren muchas otras". Nada lo explica mejor que su programa para la mañana de ayer: inmediatamente después del desfile, y sin salir de Trocadero, presentaba su nuevo perfume, Idole.
El problema de Armani es que este acercamiento a la poderosa amazona que se atreve con una estridencia un poco canalla le sale con más naturalidad a una generación más joven, en la que destaca Riccardo Tisci, de 35 años. El italiano presentó ayer su novena colección de alta costura para Givenchy y volvió a demostrar porqué es el padre espiritual de una legión de mujeres. La inspiración hípica le sirvió para aventurarse, una vez más, en un universo de grandes adornos metálicos sobre negro, esculturales pantalones -ahora voluminosos- y lánguidos vestidos drapeados en rosa empolvado, con cristales verdes fluorescentes y fucsias.
El que más difícil lo tiene para ver la luz al final del camino es Christian Lacroix, que ayer mostró la que tal vez sea su última colección de alta costura. Su empresa se enfrenta a una reestructuración que incluye el despido de la mayor parte de sus 124 empleados. Aun así, y rodeado de ese equipo que lleva dos décadas a su lado, consiguió dar forma a 24 salidas. La necesaria austeridad de una propuesta hilvanada con toda clase de ayudas fue saludada con aplausos, de principio a fin, por los pocos que consiguieron sitio en el Museo de las Artes Decorativas. Al final, una pancarta a medio camino entre el deseo y la esperanza: Lacroix forever.
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