Hombres que aman, o no, a las mujeres
Hay hombres que aman a las mujeres: son los que las ayudan a ser libres. Esos hombres no apoyan la guerra entre hombres y mujeres, también aman a los hombres. Como en las novelas del sueco Stieg Larsson, sucede que los hombres que aman a las mujeres son seres especiales que no suelen estar cómodos en una sociedad en la que, como escribió George Simmmel, "el dinero actúa como un estímulo de los sentimientos". Conocemos las guerras cotidianas que se montan por ese estímulo sentimental: ni hombres ni mujeres nos libramos de tal circunstancia.
Los españoles hemos aprendido con rapidez las leyes posmodernas. Dejamos atrás con alegría la idea de que el sexo era pecado para transformarlo en lo económicamente correcto: un negocio. Otra forma de obsesión que ha hecho del sexo un producto comercial. No es raro, pues, que no se reconozca a las personas, a las mujeres y también a los hombres, otro valor que el de la mercancía y el beneficio económico. Todo lo cual, obviamente, marca las relaciones entre hombres y mujeres, igual que cuando el sexo estaba prohibido.
Existe en Barcelona, sin algarabía, desde hace pocos meses un conflicto entre uno de esos hombres que -desde siempre, ahí está su historia- ama a las mujeres, el ginecólogo Santiago Dexeus, quien, junto con sus pacientes (mujeres), reclama el original y propiedad de su historia clínica a una sociedad anónima, el Consultorio Dexeus, fundado por el ginecólogo, pero del que hoy ya no forma parte. El conflicto confirma que conocer los avatares de cuerpos femeninos otorga mucho poder a quien acumula datos sobre su intimidad. El gerente de la SA replica a las mujeres y a su médico que las leyes avalan a la empresa.
Alguna laguna legislativa debe de haber en las normas sanitarias cuando estas mujeres de toda España se acogen para reclamar su derecho a la intimidad, a la Constitución, a la Ley de Protección de Datos y a directivas de la Unión Europea. Alguna laguna cultural tenemos si acabamos pensando que las historias clínicas son un mero bien económico. En ese caso, ¿de quién es el valor añadido creado por cada paciente con su intimidad? Cuando el cuerpo se ve como negocio todos somos menos humanos.
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