Más allá de la pandemia
La Organización Mundial de la Salud ha declarado oficialmente que el virus H1N1 constituye una pandemia mundial. Los Gobiernos, las organizaciones internacionales y las personas de todo el mundo están centrados en luchar contra ella. La velocidad con la que el virus se ha extendido pone de relieve nuestra interdependencia mutua. En la actualidad, las repercusiones de la enfermedad en un país acaban sintiéndose en todos. Así pues, cualquier reacción eficaz debe estar basada en el sentido de la solidaridad mundial y en el interés propio, en el mejor sentido del término.
Todos vamos en el mismo tren. Cuando una nueva enfermedad recorre el mundo, el acceso a las vacunas y los antivirales no puede limitarse a quienes puedan pagarlos. Las naciones ricas no pueden abrigar la esperanza de conservar la salud si las naciones pobres la pierden. Los Gobiernos y las empresas farmacéuticas deben velar por que las naciones más pobres reciban los suministros médicos que necesitan.
El acceso a las vacunas y medicamentos no puede estar limitado a quienes puedan pagarlos
Sin embargo, a la vez que afrontamos la amenaza actual, debemos pensar en el futuro. Más allá de esta pandemia, casi seguro que acecha otra más adelante... y potencialmente más grave. Al movilizarnos para afrontar las demás amenazas a la salud que afligen a las poblaciones del mundo y en particular a las más pobres, deben guiarnos los mismos principios de solidaridad.
En el mundo, una mujer muere cada minuto al dar a luz y más de mil millones de personas padecen enfermedades tropicales desatendidas. También conviene recordar que el 60% de la población mundial muere de enfermedades no transmisibles, como el cáncer y la cardiopatía.
Seguir invirtiendo en la salud mundial tiene sentido tanto desde el punto de vista de las vidas salvadas como de los dólares ahorrados. Las personas sanas son más productivas. Faltan menos al trabajo, viven más años, asisten a la escuela durante más años y suelen tener menos hijos y más prósperos, porque invierten más en los que tienen. Los estudios hechos al respecto han mostrado que las inversiones en atención de salud pueden dar un rendimiento seis veces mayor. Por ejemplo: se ha calculado que las repercusiones mundiales de las muertes de madres y niños recién nacidos ascienden a unos 15.000 millones de dólares al año en pérdida de productividad.
Pero en tiempos de vacas flacas el gasto en salud suele ser uno de los primeros que se reducen. Durante pasadas recesiones, en particular en las economías en desarrollo, la mejor atención ha ido dedicada a los adinerados; con demasiada frecuencia se ha dejado a los pobres que se valgan por sí mismos. Cuando los Gobiernos recortan el gasto en atención primaria para sus ciudadanos más pobres, toda la sociedad paga en última instancia un alto precio. Grandes regiones de África, América Latina y Asia siguen sin recuperarse de los errores cometidos en crisis anteriores.
Nada es más importante que invertir en salud materna. En los países más pobres en particular, las mujeres constituyen el tejido de la sociedad. Ellas son, de forma desproporcionada, las que cultivan la tierra, transportan el agua, crían y educan a los hijos y cuidan de los enfermos. Pero, de todos los objetivos del milenio, el de la salud materna es el que menos se ha logrado. En 2005 las tasas de mortalidad a escala mundial fueron 400 muertes maternas por 100.000 nacidos vivos. La atención de salud materna es un barómetro para saber si un sistema funciona. Sería imperdonable no movilizar recursos y voluntad política para poner fin a esa absurda tragedia.
Sí, el mundo afronta su primera pandemia de gripe en más de 40 años. Debemos seguir en guardia contra los cambios de los virus. Y estar preparados para afrontar repercusiones potencialmente diferentes en zonas del mundo en las que hay prevalencia de malnutrición, sida y otras afecciones graves. En una palabra, debemos permanecer vigilantes y seguir afrontando activamente esta pandemia. Al mismo tiempo, la pandemia nos recuerda que debemos pensar y actuar en todo lo demás. Sólo así podemos proteger de verdad a nuestras poblaciones, nuestros países, nuestra economía y nuestra sociedad mundial.
Ban Ki-Moon es secretario general de la ONU y Margaret Chan es directora general de la OMS. Traducido por Carlos Manzano.
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