_
_
_
_
AL CIERRE
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Ratas

A la luz del día, la gente va y viene por el pasillo habilitado de forma paralela al paseo de Gràcia, un camino irregular que arranca a la altura del Palau Robert y acaba en el pasaje de la Concepció. La mayoría anda con la cabeza gacha, sin motivo para el alto y con la única preocupación de evitar una caída. De los balcones cuelgan pancartas que dan fe de dos tiendas y un restaurante escondidos detrás de las lonas que forman el sendero. Los mejores escaparates quedan ocultos por una serie ligada de vallas que informan sobre la razón de las obras, de manera que ante la imposibilidad de contemplar el último modelo de pluma Montblanc, se impone la lectura: "Disculpeu les molèsties. Construïm l'última fase del nou intercanviador Diagonal. Pel transport públic, som-hi. Més metro, més a prop. Millorem l'accessibilitat". También se explica que la empresa constuctora es GISA, y en un nuevo pasillo abierto junto a la calle de Rosselló, se amplían los mensajes y se publicitan firmas de las boutiques tapadas. Y para que no queden dudas sobre el buen hacer de la ciudad, se notifica un número de teléfono y una dirección para cualquier "consulta, suggeriment o incidència". Así da gusto pasear de día incluso cuando hay que mirar dónde se ponen los pies.

Más difícil resulta, en cambio, hacer camino por la noche, y no sólo por la oscuridad, sino porque las ratas -ratas y no ratones, precisamente- se cruzan por el pasillo del paseo de Gràcia ante la mirada aterrada de turistas y ciudadanos, gente de bien la mayoría, personajes de calle mayor sorprendidos por el asco de roedores que viven en la mierda y ahora salen una y otra vez de los agujeros de las obras en busca de los restos de comida de los restaurantes nobles de la zona. A veces gritan los transeúntes y otras las ratas, en un espectáculo tan chocante que no queda más remedio que llamar a la autoridad competente para dar cuenta de la incidencia. Al otro lado del teléfono son conscientes del problema y cuentan que hasta cuatro veces han actuado sin dar con la solución. A falta de ideas, a nadie se le ha ocurrido siquiera soltar un par de gatos, como apunta un vagabundo. Quizá de momento no estaría de más que, ante tanto panel explicativo como les ha dado por poner, se incluyera también un cartel que dijera: "Cuidado con las ratas", igual que antes se hacía con el perro en el jardín, por más que duela a una de las zonas con más glamour de la ciudad.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_