Autorretrato de Nicolas
Lo que os propongo es el movimiento", dijo Nicolas Sarkozy ante la Asamblea Nacional y el Senado, reunidos conjuntamente en el rutilante Versalles, por primera vez desde que en 1848 lo hiciera Luis Napoleón. El movimiento, sí; trepidante. Era su autorretrato. Otra cosa es hacia dónde se pretenda ir con ese movimiento. Si es lineal hacia un objetivo o en espiral. O, al cabo, de ida y vuelta, a mayor gloria propia.
Las repúblicas francesas siempre han exhibido un síndrome bonapartista, de ausencia del padre monárquico o imperial al que segaron el cuello. Y han combatido esa mala conciencia mediante un exceso de protocolo, solemnidad y aire trascendente.
No siempre ha sido exactamente así. El boato, la ceremonia, han sido en ocasiones acompañantes necesarios de una ambiciosa acción política concreta. Así, el general De Gaulle negoció con los mandos norteamericanos el orden de la liberación de Estrasburgo y de París, como si hubiera sido obra principalmente de franceses. Genial impostura. Así, Mitterrand se plantó secretamente en Sarajevo al inicio de la gran crisis balcánica. Sobresaliente desmarque de sus socios.
No hubo caso con el bueno de Chirac, el más menestral de los padres de la patria hexagonal. Pero al supermoderno, hiperactivo, siempre excesivo Nicolas le puede el chequeo con la historia: para izarse a la altura de algunos de sus predecesores a la vez que cubre el flanco populista con una modernidad de cultura a la vez anglosajona y chansonière du terroir, con un punto cosmopolita.
El discurso de Nicolas fue aéreo, salvo una referencia al peligroso burka y otra al benéfico endeudamiento. Nada se oyó del papel de Francia en el mundo a la hora de Obama, ni sobre el papel de los franceses en la Europa desorientada o el de los europeos en el nuevo mundo de los países emergentes. Tampoco importaba. Importaba la foto: la del presidente en Versalles, flanqueado por la Guardia Republicana. Esa imagen que justificaba una reforma constitucional esmirriada, dedicada a exaltar el nuevo presidencialismo francés. A falta de mensajes, la imagen es el único mensaje.
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