Tener o no tener
Casi tan importante como tener un buen lehendakari es que el lehendakari tenga un buen guionista. Mejor dicho: un buen lehendakari es aquel que sabe elegir bien a su guionista. Mario Onaindía, de cuyo fallecimiento se cumplen seis años este verano, lo decía de otra manera: de poco vale cambiar de capitán (del barco pirata) si no se cambia de loro: el que lleva colgado del hombro y le va susurrando lo que tiene que hacer y decir. Visto desde el otro lado significa que para que el cambio de capitán, o de lehendakari, se note, lo primero es cambiar de loro, guionista, asesor.
Así como sus asesores mejoraron a Ardanza, los suyos empeoraron a Ibarretxe: a falta de un buen guionista, sus comparecencias tras los atentados de ETA fueron casi siempre poco convincentes. Pero no por la mayor o menor contundencia en las palabras, sino por su manifiesta dificultad para condenar sin reclamar al mismo tiempo algo de su interés. "¡Cuánto daño hace ETA a las posiciones legítimas de una parte muy importante de la sociedad vasca que queremos profundizar (...) en nuestra identidad como pueblo!", dijo en su comparecencia tras el anterior asesinato de un miembro de las Fuerzas de Seguridad del Estado, el guardia civil Juan Manuel Piñuel, en mayo de 2008. Como conclusión pidió acuerdos para acabar con la violencia, lograr la paz y "poder decidir nuestro futuro". Esto último, el derecho a decidir, autorización para su famosa consulta, era lo que iba a solicitar seis días después a Zapatero en La Moncloa.
Patxi López se la jugó en los primeros momentos tras el asesinato de Eduardo Puelles. Alguien, tal vez él mismo, o una persona elegida por él para ocasiones como ésta, escribió en un papel que el asesinado era "uno de los nuestros", y todas las ulteriores iniciativas -de la declaración del Parlamento y la convocatoria de la manifestación al discurso desde las escalinatas del ayuntamiento de Bilbao- colgaron de esas cuatro palabras de reconocimiento nunca antes salidas de la boca de un lehendakari. Un discurso nada sectario y que tuvo un aire de sinceridad que emocionó a muchas personas; y que ha sido considerado por muchísimas más una prueba de que las cosas están cambiando de verdad.
Una consecuencia de lo ocurrido desde el viernes es que el debate sobre si fue acertada o no la decisión de Patxi López de gobernar mediante un pacto de legislatura con el PP se plantea ahora de manera diferente. Una encuesta del CIS recientemente publicada (aunque realizada hace dos meses) concluía que la mayoría deseaba en esas fechas un Gobierno PNV-PSE. Dicen los críticos de López que con la mitad de la población (45,5%) que se declara nacionalista y otra mitad (45,6%) que dice no serlo, la única posibilidad de recoger la pluralidad identitaria sería un Gobierno transversal PNV-PSE.
Sin embargo, pocos dudan de que si ésa hubiera sido la fórmula adoptada no habría habido el cambio de actitud ante ETA y sus víctimas visible estos días. Y ese cambio era una necesidad, incluso para que el PNV salga del laberinto en que le ha metido Ibarretxe. La pluralidad no necesariamente debe traducirse siempre en transversalidad, sino también en alternancia: que unas veces gobiernen unos, otras los otros y a veces ambos en coalición. Pero no hay democracia sin posibilidad real de alternancia, y si aparece una ocasión de alcanzarla, lo prudente es no dejarla pasar. Además, lo que se ha visto es que, sobre el problema que agobia desde hace décadas a los vascos, hay más posibilidad de entendimiento entre el PSE y el PP vasco que entre cualquiera de ellos y el PNV.
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