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Columna
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¿Somos todos monárquicos?

Siempre se engrandeció a la Monarquía porque, entre otras cosas, evitó el mundo cortesano (trasladándolo a las televisiones, pero ésa no es su culpa, sino de las televisiones). Se animó a la Casa Real (que por lo que un servidor sabe y le ha tocado vivir, como republicano, es gente muy discreta a la par que sencilla) a que obviara a los cortesanos, evitara las alharacas, restringiera al nivel adecuado las intervenciones y templara gaitas en asuntos que no eran de su incumbencia. Todo lo cumplió, aunque a los ex cortesanos que querían serlo, a los que encontraron en las críticas a la monarquía, sin haber sido jamás republicanos, y a los que entrevieron un filón económico y de supervivencia política tras la prejubilación les parecieran muy mal los Borbones, el gesto de la Casa Real aquel día o el día aquel que...

La monarquía es el segundo asunto más arcaico de la vida cotidiana: el primero fue el cura, luego, a veces a la par, vino el rey (antes señor feudal). Y luego la parafernalia. Cuando tienes un castillo o una catedral, pues como que el cuerpo te pide unos cardenales, unos botafumeiros y algo más que una calavera a la que preguntarle "ser o no ser", que según el PP más retrógrado sería una pregunta propia de Educación para la Ciudadanía.

Pues bien, resulta que la democracia también le ha cogido gusto a esto de los rituales. Son una locura las fiestas cortesanas modelo Versalles, (aunque Papi Berlusconi se las monta en Cerdeña), pero, bajando a la arena y al asfalto, también la democracia parlamentaria ha cogido sus manías. Veamos. Nunca he entendido por qué a las pocas semanas cualquier Parlamento le exige a los ministros o consejeros que comparezcan para que expliquen lo que van a hacer durante su mandato. No quiero pensar lo que estoy pensando: que los dirigentes de los partidos no se leen los programas electorales de sus adversarios (ni los suyos propios). ¿Pero no habíamos quedado en que los programas electorales son el catecismo laico y la consagración de la democracia? Pues, ¿qué va a hacer el ministro o consejero del ramo? ¿Cumplirlo, tal vez? Y luego reprenden a los electores porque no se leen el programa electoral... ¡Tiene coña! ¿De verdad quiere la oposición escuchar al dirigente de turno o simplemente pide la palabra para decir lo que le sale de los... pulmones, y a ser posible salir en televisión, un minutito entre un detergente y un robot de cocina?

En el fondo, a todos nos gusta el lujo asistencial. Todos somos retóricos, metafóricos y romanos (¡coño, ya volvió a salir Berlusconi!) y nos gusta que nos doren la píldora. Ponemos maceros, guardias suizos, comparecencias inútiles cuando ya sabemos el resultado del partido. Los rituales nos van. ¿Se imaginan que un consejero en su primera comparecencia contraviniese el programa electoral? Eso sería una noticia, pero aún no lo ha sido. Ni lo será.

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