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Columna
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En realidad

Nahiko es un programa impulsado por Emakunde para sembrar en los escolares vascos (a partir de los 8 años) la semilla del respeto y la igualdad de género, para concienciarles y posicionarles cuanto antes contra la violencia sexista. Hace unos días se presentaron en el auditorio del Kursaal los trabajos que han realizado en estos dos últimos cursos los alumnos participantes (en total 460 de 11 centros). Que en las escuelas se trabaje en y por la igualdad entre hombres y mujeres es elemental y fundamental, e iniciativas como la presentada -que se basa en la reflexión y en la identificación y rectificación de situaciones de maltrato y desigualdad- resultan esenciales y son, sin duda, instrumentos valiosos para despertar conciencias y fundar actitudes anti y contrasexistas.

Pero a estos programas hay que garantizarles una eficacia real, es decir, exterior a sí mismos, de manera que lo allí pensado, comprendido, decidido por los alumnos, pueda traducirse del modo más espontáneo y natural a la vida diaria, y garantizarles además un efecto duradero, de largo, o mejor, de eterno plazo. O lo que es lo mismo, el reto es conseguir que esa cultura de respeto e igualdad no sea sólo teórica sino práctica y, además, irreversible. Y es indudable que esos efectos reales y definitivos sólo pueden alcanzarse desde la más absoluta ausencia de contradicción educativa y desde la más absoluta coherencia social. En fin, con todo y todos mirando en la misma dirección antisexista. Lo que desgraciadamente dista mucho de ser el caso.

Porque en realidad y en la realidad el sexismo se sigue expresando y contagiando a través no sólo de circuitos y medios de una enorme eficacia expresiva (por ejemplo la publicidad, incluida la infantil), de una capacidad persuasivo-mediática colosal (por desgracia, mucho más poderosa que infinidad de nahikos reunidos), sino a través de pasividades o de inercias enquistadas en muchas instancias visibles y fundamentales, representadas incluso en el interior del propio marco educativo.

Leo con confianza, con alegría, la crónica de lo sucedido el otro día en el Kursaal, el testimonio de la claridad y la asertividad con que los niños y niñas que han participado en Nahiko presentaban sus aprendizajes igualitarios. Pero ni mi confianza ni mi alegría pueden ser completas; están heridas o empañadas por temores generales y ejemplos concretos. Como éste que ahora mismo veo por la ventana: la misma escena escolar que he contemplado tantas veces, a lo largo de este curso, y del anterior y del anterior: unos niños jugando al fútbol, ocupando a sus anchas casi todo el patio de recreo, y a su lado, unas niñas agrupadas en los márgenes, como en el arcén de ese terreno ¿común? La educación en valores igualitarios y contrasexistas necesita, sin duda, una pedagogía específica, que se pongan en marcha programas como el citado, que se hagan cosas. Pero también exige que otras cosas se dejen, definitivamente, de hacer.

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