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Netanyahu advierte que sólo admitirá un Estado palestino desmilitarizado

El primer ministro israelí no se compromete a frenar los asentamientos

Destinado a marcar su mandato recién estrenado, el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, pronunció ayer un discurso en el que las filigranas verbales pretendieron satisfacer tanto a Barack Obama como a sus socios de Gobierno de la extrema derecha. En la Universidad de Bar Ilán, bastión del sionismo religioso, Netanyahu satisfizo a medias las exigencias de la Casa Blanca. Rechazó comprometerse a detener la construcción dentro de las colonias judías de Cisjordania, aunque dijo las dos palabras clave -Estado palestino- que desean escuchar en Washington. Sin embargo, condicionó la creación de ese Estado a requisitos que resultan inaceptables para el más moderado de los dirigentes palestinos y que hacen extremadamente difícil el pacto: el reconocimiento de Israel como el Estado del pueblo judío, la desmilitarización completa del Estado palestino y el trágala más indigesto, que Jerusalén nunca será dividida. Fuentes de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) aseguraban minutos después de la disertación: "Es la forma de echarnos de la mesa de negociación. No se puede fijar el resultado del diálogo antes de comenzar a negociar".

Obama celebra la alocución por la simple mención a los "dos Estados"
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Netanyahu decepciona

Arrancó Netanyahu enumerando los desafíos que afronta su Gobierno. El desmantelamiento del programa nuclear iraní y la crisis económica precedieron al conflicto con los palestinos. No obstante, este último asunto copó el grueso de la media hora de discurso.

Netanyahu afrontaba un dilema: evitar la erosión del vital vínculo con Estados Unidos o proteger la estabilidad de su Gobierno. Obama, a través de un portavoz, dio la bienvenida a las palabras del líder israelí por la simple mención a los "dos Estados", al tiempo que diputados de su coalición que promueven la colonización arremetieron contra su jefe.

Atrapado entre los radicales de su coalición -incluidos muchos diputados de su propio partido, el Likud- y las advertencias de Barack Hussein Obama -cada vez se insiste más en el segundo nombre-, Netanyahu se declaró dispuesto a reunirse con cualquier líder árabe "en Damasco, Beirut e incluso en Jerusalén". El auditorio aplaudió, pero resulta difícil imaginar que los dirigentes de Siria, Líbano o Arabia Saudí acepten una propuesta que supondría revertir una política vigente desde hace seis décadas: no habrá normalización de relaciones mientras no se solucione el conflicto con los palestinos.

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El plan de Netanyahu, manifiestamente insuficiente a ojos de la Autoridad Palestina, aporta pocas novedades. Exigió que el eventual Estado palestino carezca de fuerzas armadas; que tenga vetado establecer relaciones con Irán, y que su espacio aéreo sea controlado por Israel. El jefe del Ejecutivo israelí instó al presidente palestino, Mahmud Abbas, a derrotar a Hamás; aseguró que el camino hacia la paz empieza por desarrollar proyectos económicos, y apremió a Abbas a iniciar negociaciones sin dilación. Como último escollo, advirtió: "Cuando los palestinos estén preparados para reconocer a Israel como Estado judío, estaremos preparados para un acuerdo final". Es decir, deben renunciar formalmente al derecho al retorno. "Netanyahu sabotea todas las iniciativas y desafía las posiciones palestinas, árabes y estadounidenses", reaccionó Nabil Abu Rudeina, consejero del presidente.

El primer ministro israelí trata de ganar tiempo y vender a precio de oro cualquier concesión. Todos los jefes de los gobiernos israelíes de las últimas dos décadas asumieron la idea de los dos Estados. Ahora, Netanyahu plantea que aceptar esa fórmula es ya una concesión de calado. Pero su empresa es complicada. Obama fija fechas y exige la congelación completa de la construcción en los asentamientos. El líder hebreo rechazó ese compromiso.

Las grúas siguen trabajando en varias colonias, las demoliciones de viviendas palestinas en la Jerusalén ocupada continúan, desoyendo las demandas de Washington, Bruselas y el mundo árabe. Cualquier actividad cotidiana en Cisjordania es un tormento. Es lo que Obama describió como una situación "intolerable".

Un militante de la Yihad Islámica apunta con su rifle AK-47 a la televisión durante el discurso del primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu.
Un militante de la Yihad Islámica apunta con su rifle AK-47 a la televisión durante el discurso del primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu.EFE

Un reto de gigantes para Washington

Desmontar el entramado colonial judío, pactar las concesiones territoriales y la naturaleza de un eventual Estado palestino supone un reto digno de gigantes, inviable sin una voluntad política que sólo puede tener origen en Washington y que ha de ser inquebrantable. Pero más allá de cuestiones prácticas, al margen del muro de cemento que bordea y muerde tierras ocupadas de Cisjordania, y del dineral que supondría la evacuación de decenas de miles de colonos, sería imprescindible superar las barreras mentales que entorpecen el objetivo político de Barack Obama.

La ocupación de Cisjordania y Gaza ha marcado también la vida de los israelíes desde junio de 1967. La religión, el falseamiento de la historia, el adoctrinamiento, la inyección del miedo y la desconfianza han dejado una huella indeleble. El racismo aflora. A menudo se escucha hablar de "los árabes" con tono despectivo. Las colonias implantadas en la Jerusalén árabe son "barrios"; Cisjordania es Judea y Samaria, en la terminología oficial y en la de los fundamentalistas, que consideran esa tierra regalo divino. Muchos hablan de los "territorios" como si fueran un solar inmobiliario, y una buena porción de laicos de Tel Aviv nada quiere saber del conflicto. "¿Qué se te ha perdido en Jerusalén?", preguntan al extranjero.

Entre los palestinos emerge la otra cara de la moneda. El empleo del término "judío" prevalece sobre el de "israelí". El odio emerge con frecuencia. En las escuelas, y más aún en los hogares, se inculca la idea del retorno, y los refugiados se dicen naturales de un pueblo o una ciudad que nunca han pisado. "Quiero volver a mi casa en Ashdod", comentaba tajante a este diario un prominente dirigente de Hamás. El pragmatismo -los líderes laicos son conscientes de que en el campo de batalla sólo cosecharán cadáveres- diferencia a los dos sectores de la escindida sociedad palestina. Pero en lo más profundo de su ser, la gran mayoría -no sólo los islamistas que rechazan la legitimidad del Estado sionista y afirman que Palestina es tierra sagrada musulmana- ansía en sus sueños, y abunda en sus proclamas políticas, regresar a la Palestina histórica. Anatema para los israelíes.

Obama no pierde tiempo. Pero esos muros psicológicos no se derriban en dos mandatos. Sólo una enorme presión política a los beligerantes propiciaría un acuerdo, aunque la posibilidad de que un chispazo -radicales de ambos lados están al acecho- encienda los odios perdurará más allá de Obama.

El discurso

- "Jerusalén permanecerá unificada como capital de Israel".

- "Irán es la mayor amenaza en Oriente Próximo. La mayor amenaza para el mundo es la conjunción del extremismo islamista y las armas nucleares"

- "Si recibimos garantías, estaremos dispuestos a aceptar un Estado palestino... En otras palabras, sin Ejército, sin control del espacio aéreo".

- "Condición fundamental para terminar el conflicto es que los palestinos reconozcan que Israel es la nación del pueblo judío".

- "El problema de los refugiados palestinos debe resolverse fuera de las fronteras de Israel".

- "La Autoridad Palestina debe imponer la ley y el orden y derrotar a Hamás"

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