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Análisis:
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Líbano puede marcar el camino

Antonio Caño

Pocos discursos sobreviven más de unas pocas horas en estos tiempos de sobreoferta informativa. No es fácil recordar en todo lo que va de siglo un solo discurso (político, se entiende) que se mantenga imperecedero en la memoria de los ciudadanos. El que pronunció Barack Obama en la Universidad de El Cairo ha conseguido, al menos, mantenerse vigente tres días, el tiempo suficiente como para convertirse en un factor de cierta importancia en el desarrollo de un acontecimiento de trascendencia como son las elecciones en Líbano.

Sería exagerado atribuir a Obama el éxito de la coalición prooccidental de Saad Hariri, y precipitado extraer de Líbano consecuencias de largo plazo para toda la región. Pero no hay duda de que la victoria de una candidatura moderada en Oriente Próximo -o, si se quiere, la derrota del grupo proiraní Hezbolá- es un espaldarazo para la política que Obama pretendía inaugurar en El Cairo.

El objetivo del discurso de Obama en El Cairo era acabar con la satanización de EE UU

Desde que el presidente norteamericano se dirigió el 4 de junio a una audiencia masiva de árabes y musulmanes en todo el mundo, se han hecho muchas interpretaciones de su discurso, más que de ningún otro que haya pronunciado desde que llegó a la Casa Blanca. Unas inciden en su contenido y otras en sus repercusiones. Unas expresan decepción por su timidez y otras, espanto por su atrevimiento.

"Al aproximarse a la religión con el tono frío y neutral de la élite profesional norteamericana, Obama fue a veces simplista y a veces condescendiente con las obsesiones alucinantes del yihadismo", ha manifestado la escritora Camille Paglia. "Es peor de lo que me temía", opina el intelectual conservador y antiguo escritor de discursos de George Bush, David Frum.

Frum y los analistas de su escuela creen que Obama llegó a El Cairo con una carta de rendición y salió de allí humillando a Estados Unidos y dejando a Israel a los pies de los caballos. Pensadores laicos como Paglia recelan del reconocimiento que Obama ha hecho en Egipto al hecho religioso y su influencia en la política.

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Incluso esas interpretaciones más extremas tienen su dosis de razón en el análisis de un discurso tan complejo en su formulación como vasto en ambiciones. Desde el punto de visto de su contenido, incluye errores históricos y distorsiones sobre el papel del islam en la Humanidad que no han escapado a los ojos de algunos especialistas. Desde el punto de vista de su repercusión, el riesgo de que algunos enemigos de Estados Unidos, forjados durante décadas en la intransigencia, lo puedan ver como un gesto de debilidad es indiscutible.

Pero, a la espera de otros efectos futuros, quizá sea mejor juzgar el discurso conforme a los objetivos que el propio Obama se marcó al pronunciarlo. Después de todo, ni quería impartir una clase de historia del islam ni pretendía resolver en 45 minutos un largo conflicto con múltiples ingredientes.

Los objetivos eran más políticos y más sencillos. Se trataba, por un lado, de que los pueblos árabes pudieran escuchar de primera mano a Obama, sin el filtro manipulador de sus Gobiernos y medios de comunicación. Aparentemente, eso se consiguió ampliamente, como prueba la intensidad con la que la Casa Blanca ha hecho circular entre los periodistas los miles de debates que el discurso ha provocado en embajadas, universidades, páginas web, televisiones y periódicos del mundo árabe. No se trata de un éxito menor en una región donde lo más escuchado en los últimos años ha sido la voz de Bin Laden.

Establecida esa comunicación, y gracias al tirón popular de Obama, el segundo objetivo era recuperar el prestigio de Estados Unidos, especialmente entre los jóvenes, que son los que un día buscaron refugio en el integrismo religioso y los que mañana podrían acabar con él. Por eso habló de democracia y de futuro. Por eso Obama se distanció de la retórica tradicional sobre el terrorismo. Y por eso el discurso ha resultado tan peligroso para organizaciones como Hamás, cuyo representante en Líbano, Usama Hamdan, comentó unos días después en Al Yazira: "Yo creo que ha evitado la palabra terrorismo para facilitar el objetivo del discurso, que después de todo no es más que el de restaurar la imagen de Estados Unidos".

Correcto. Todas las palabras estaban condicionadas a ese fin. Si eso también se ha logrado, el siguiente propósito sería el de aumentar la influencia y la maniobrabilidad de Estados Unidos en la región.

Quizá Obama no consiga nunca que su país represente en Oriente Próximo lo que en su día representó en Europa del Este. Va a necesitar algo más que palabras para superar el descreimiento actual. Van a ser precisas pruebas inequívocas de algunos cambios en la política norteamericana. Pero, de momento, las palabras pueden ablandar los corazones de una nueva generación árabe, de una incipiente clase media ansiosa de esperanzas y de una referencia de progreso. Las palabras pueden ayudar a acabar con la satanización de Estados Unidos.

Esa juventud y esa clase media así lo han entendido en Líbano, un país que, en muchos aspectos, es avanzadilla del mundo árabe. Hay que ver si Líbano marca el camino.

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