Obras de arte en el marco del teatro
16 de los mejores creadores actuales se suben al escenario en Art Basel
Según ciertas estadísticas, el tiempo medio que dedica un espectador a ver una obra de arte es de tres segundos y medio. Al artista francés Philippe Parreno le interesan particularmente estas dos nociones: la de exposición y la de tiempo. Por eso involucró al comisario Hans Ulrich Obrist para estructurar una especie de muestra colectiva experimental con los más relevantes artistas de su generación en un experimento escénico titulado Il tempo del postino (El tiempo del cartero), que se representó el miércoles en el teatro de Basilea -en el contexto de la feria Art Basel-. La sala estaba abarrotada de todo tipo de personajes del arte contemporáneo: desde coleccionistas internacionales, hasta artistas, directores de museos y galeristas. Il tempo del postino sólo había sido representado una vez, en Manchester en 2007, y desde entonces se convirtió en un acontecimiento legendario.
La nómina de artistas hacía prever una noche histórica: Matthew Barney, Olafur Eliasson, Fishli & Weiss, Tacita Dean, Doug Aitken, Thomas Demand, Dou-glas Gordon, Carsten Höller, Pierre Huygue, Anri Sala, Rirkrit Tiravanja (con el músico Arto Lindsay en escena), Doug Aitken, Trisha Donnelly, Dominique Gonzalez-Foerster, Tino Sehgal, KooJeong-A y Liam Gillick. Cada uno presentaba su propuesta enlazada con la anterior como una secuencia casi ininterrumpida. La idea era que los artistas dominaran el tiempo que los observadores pasaban ante cada pieza.
La obra empieza con un ventrílocuo con una gran lupa sobre el rostro (pieza de Parreno), que actúa de maestro de ceremonias y explica un poco el concepto y génesis del espectáculo haciendo referencia al utópico proyecto del arquitecto Cedric Price de una Casa de la diversión. La emocionante danza de las cortinas, de Tino Sehgal permitió abrir boca a una serie de viñetas entre las que cabe resaltar 6 Flutterbyes, de Anri Sala, anagrama de Madama Butterfly, con seis sopranos con quimono y abanicos luminosos, más dos tenores, que descompusieron un aria de la ópera en los cuadrantes de la sala y escenario.
La música tuvo un papel determinante en muchas de las obras. Rirkrit Tiravanja ofició de mayordomo "flambeante" en un banquete con personas del público, amenizadas en directo por la guitarra distorsionada de Arto Lindsay; Douglas Gordon invitó a la cantante June Tabor a transformar en balada el tema pos-punk de Joy Division Love will tear us appart con el teatro en absoluta oscuridad; Doug Aitken consiguió que la letanía de unos subastadores de ganado distribuidos entre el público se convirtiera en una especie de canción con ecos de gospel que simulaba vender a algunos espectadores. La "cuarta pared" quedó abolida con el gran telón de espejo que puso Olafur Eliasson con la orquesta en el foso. Con ello invitaba a que el público se convirtiera en actor, haciendo ruidos (estornudos, silbidos, gritos) que los músicos respondían.
Il tempo del postino estuvo llena de sugerentes intervenciones, aunque quizá la más esperada supo a poco. En Manchester, Matthew Barney acaparó casi toda la segunda parte con la pieza El guardián del velo -una mezcla de masonería, ritos funerarios egipcios y alusiones a la violencia terrorista-, pero en Basilea quedó transformada en una pieza musical compuesta por Jonathan Bepler, que convirtió el intermedio en un ir y venir de músicos entre los asistentes. En todo caso, este formato y la reflexión que conlleva sobre la naturaleza y posibilidades del arte contemporáneo, abre interesantes vías.
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