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Columna
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Castedo gana la mano

La decisión de Sonia Castedo de retirar a Francisco Franco los títulos y honores que le otorgó Alicante ha cogido desprevenida a la oposición. A juzgar por las reacciones que se han producido, el desconcierto que el suceso ha creado en sus filas es considerable. A la hora de valorar el hecho, se ha destacado la habilidad política de Castedo para resolver a su favor un asunto promovido por la izquierda. No insistiremos en ello porque la alcaldesa de Alicante ya ha dado muestras de sagacidad en diversas ocasiones, como todo el mundo sabe. Más interés tiene fijarnos en el papel desempeñado por la oposición. La desorientación que muestran estas personas indica lo alejadas que viven de la realidad. Se habían formado una idea de la cuestión a partir del comportamiento de Díaz Alperi y, pese a que las circunstancias habían variado, continuaban aferrados a ella.

Era evidente que Díaz no podía ser el hombre que retirara los honores a Franco. Se lo impedían su educación y unos sentimientos fuertemente arraigados. Pero Castedo no pertenece a la generación de Díaz; se ha educado en otras circunstancias y su idea del pasado es diferente de la de su antecesor. La actual alcaldesa ha demostrado poseer una inteligencia muy viva, que le lleva a buscar en cada ocasión lo más conveniente para sus intereses. Al acceder a retirar los honores al dictador, Castedo ha dejado a la oposición sin discurso. El triunfo político ha sido absoluto: no hemos escuchado una sola voz contraria a la decisión.

Sonia Castedo forma parte de la nueva derecha que ha aparecido en el país durante los últimos años. Gente joven, con convicciones prácticas muy maleables, que les permiten entroncar con los intereses de amplias capas de la población. En ellos, el pasado tiene un peso cada vez menor, y está llamado a desaparecer con el tiempo, probablemente en un plazo breve. Lo que de veras preocupa a estas personas es hacerse un porvenir en la política del futuro. Por edad, Castedo pertenece a una categoría que ocupa con desenvoltura los espacios en los que habitualmente se movía la izquierda.

Por lo que respecta a Alicante, el discurso logra que percibamos un mayor interés e inquietud por la ciudad en las acciones del Partido Popular, aunque cuando uno mira las cosas con atención, descubre que la preocupación es sólo aparente. En los asuntos de fondo, Castedo actúa del mismo modo que su predecesor. Basta fijarnos en su actitud con el plan Rabassa para deshacer al momento cualquier equívoco. Esta manera de gobernar no se encuentra muy alejada de la que, con tanto éxito, emplea Francisco Camps: unas maneras superficiales que halagan lo popular, pero que evitan -y cuando es preciso, impiden- que se discuta lo esencial. Con su comportamiento, Castedo no ha variado sustancialmente la política municipal de Luis Díaz, pero ha logrado que el alicantino la vea de un modo diferente. He ahí el éxito de un político.

El problema de la oposición en el Ayuntamiento de Alicante no es muy distinto del que afecta a los socialistas en el resto de la Comunidad. De hecho, podríamos decir que hablamos del mismo asunto, que no es otro que la pérdida de una posición. Si en el pasado era la derecha quien se definía frente a la izquierda, ahora el dinamismo de los conservadores, su pujanza, hace que ocurra lo contrario. ¿De qué otra forma podemos entender que uno de los primeros gestos públicos de Jorge Alarte fuera visitar al arzobispo García-Gasco?

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