El partido no es europeo
El partido no se ha jugado en Europa, como pronosticaba la propaganda de los socialistas españoles. Desafortunadamente, se han jugado 27 partidos nacionales en una estrategia mezquina que no hace sino empeorar la posición de la UE en el tablero mundial. Los resultados de las elecciones al Parlamento Europeo confirman el desapego hacia unos comicios vistos como algo lejano y de escasa utilidad: baja participación e indiferencia ciudadana; ajustes de cuentas nacionales utilizando el voto como segunda vuelta de las legislativas; ascenso de los extremistas como muestra el caso del Partido de la Libertad de Geert Wilders en Holanda, antieuropeo y xenófobo, que ha obtenido más del 15% de los votos; implosión del laborismo británico de Gordon Brown con la posibilidad de un acceso anticipado al 10 de Downing Street de los tories de David Cameron, que ha prometido un referéndum sobre la presencia de Reino Unido en la UE; triunfo de la oposición en Irlanda con un voto de castigo al Gobierno por la crisis económica; o ensayo con todo en Alemania ante las elecciones legislativas de septiembre. Listas nacionales y problemas nacionales para unas elecciones que todavía se consideran, equivocadamente, de segundo nivel para ayudar a resolver problemas concretos y globales de una Europa que aún no vemos como un todo que pesa más que las partes.
No podemos perder más protagonismo. Las grandes potencias no europeas, China, India, Brasil, están ahí
La irrupción planetaria de Obama desde Egipto planteando la existencia de un solo mundo en el que sólo podemos salvarnos todos a la vez, contrasta con el arrastre de pies de Europa. Unos EE UU en declive reaparecen en la escena mundial con un discurso global, en el patio trasero de Europa, en Oriente Próximo. Inspirando a la juventud, a la que se dirigió especialmente el presidente en su parlamento de la universidad cairota de Al Azhar, defendiendo los derechos de la mujer en todo el mundo, proclamando la exigencia de un Estado palestino para un pueblo "que padece la humillación diaria", y advirtiendo de que "no podemos disfrazar la hostilidad hacia una religión con el pretexto del liberalismo". En Alemania, en el campo de concentración de Buchenwald, Obama clamó por el fin de la persecución étnica y religiosa. Son también valores europeos. Es sólo un discurso y habrá que someterlo a la prueba de la realidad pero es un estímulo y una inspiración necesarias. No existe un relato similar europeo. Ni las personalidades que lo encarnen. Hoy nos están proponiendo, y no sólo la derecha europea, que Barroso repita al frente de la Comisión y parece que Blair es el personaje de consenso para ser el primer presidente permanente de la Unión.
El 7-J se convierte en el triunfo de lo local. Ni los políticos, que no lo entienden, ni los ciudadanos, que asustados por la gran recesión nos enrocamos en lo próximo conocido, nos damos cuenta de que no hay soluciones nacionales a los problemas globales. Ningún reto importante del mundo de hoy, el cambio climático, la energía y la inmigración, pueden resolverse desde el campanario nacional. Hemos perdido una oportunidad: la mayor elección transnacional de la historia, en la que 380 millones de europeos podíamos votar por 736 miembros del Parlamento supranacional. La única institución europea elegida por toda la ciudadanía, con competencias crecientes, el control de un presupuesto de 116.000 millones de euros y origen del 70% de la legislación que nos afecta a todos. Es cierto que no se elige al gobierno europeo y ni siquiera el Parlamento designa, como sería deseable y lógico, a la Comisión Europea, el ejecutivo de la Unión.
"¿Queremos votar por estos políticos, esta tropa cáustica y frustrada que sólo sabían lo que los otros habían hecho mal?". Esta pregunta la formulaba el diario vienés Die Presse para comentar el debate entre los candidatos europeos en la televisión austriaca. Probablemente hubiera sido pertinente para nuestro debate nacional. En esto España tampoco ha sido diferente. Para hacerlo más exótico, el Parlamento Europeo en su absurda y costosa doble sede de Bruselas y Estrasburgo, funciona con políticas de consenso transversales, el 85% de los acuerdos son votados por el Partido Popular europeo, el mayoritario, y por los socialistas europeos. Algo en las antípodas de la patología de confrontación sistemática que arrasa al Parlamento español.
Vale que no exista un pueblo europeo, ni un idioma único, ni una política presupuestaria o fiscal europeas, ni que ni siquiera nos hayamos dotado aún de un presidente europeo o una política exterior y de defensa comunes. Y sin embargo, Europa se hace querer. Pero no podemos seguir perdiendo protagonismo. Las grandes potencias no europeas, China, India, Brasil, están ahí.
fgbasterra@gmail.com
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