Euforia entre los populares tras su holgada victoria por casi cuatro puntos
El partido arrasa en Valencia, donde Rajoy buscaba la 'absolución' de Camps
Hace sólo un año, en el peor momento de la vida política de Mariano Rajoy, acosado por los críticos tras su segunda derrota electoral, en los mentideros populares se escuchaba insistentemente: "Lo peor es que dentro de un año tenemos gallegas y europeas, y las perdemos seguro". El líder del PP, que según uno de sus más fieles y cercanos asesores, Jorge Moragas, tiene "la piel de un rinoceronte", decidió, como siempre, esperar y ver. No tomar decisiones drásticas, como dimitir, ganar tiempo por si los acontecimientos, como había sucedido muchas veces en su vida, le favorecían. Es esa calma la que le ayudó a ser elegido sucesor de José María Aznar, es ese esperar y ver lo que siempre le funcionó para subir peldaños en sus 30 años de carrera política en AP y ahora en el PP.
Un año después, Rajoy ha vencido en las gallegas y las europeas con casi cuatro puntos. Y la euforia se desató en Génova, sede del PP. "Los españoles han avalado la estrategia del PP en el congreso de Valencia", sentenció Rajoy para acallar a los críticos, mientras Esperanza Aguirre, que lideró ese grupo de escépticos, avalaba esta reconciliación con su presencia en el balcón de Génova, con Jaime Mayor y Dolores de Cospedal. El presidente de Galicia, Alberto Núñez Feijóo, sentenció: "El liderazgo de Rajoy es ahora incuestionable", informa José Precedo.
"Los españoles han expresado su voluntad de cambio", se emocionó Rajoy sin ir más lejos (no pidió elecciones anticipadas). Lo que más preocupaba al PP, el éxito de UPyD (que entró con un escaño), se produjo, pero no impidió la clara victoria de los populares, lejana en cualquier caso de los 10 puntos que sacó el PP al PSOE en 1994 y que auguraron la victoria en las generales de 1996.
El líder del PP se volcó en la campaña, como antes en las gallegas, y se la jugó a una victoria. Rajoy aceptó como candidato a Mayor, para evitar mayores tensiones internas y movilizar al voto más conservador, el más fiel, el que, según los estrategas del PP, más se moviliza en unas elecciones con una participación baja.
Rajoy demostró durante 15 días su capacidad camaleónica. Si fue el más duro entre 2004 y 2008, con acusaciones constantes sobre la lucha antiterrorista o insinuaciones sobre las dudas del 11-M, tras las generales se reinventó con un discurso moderado para evitar movilizar al electorado de izquierdas. Pero en esta campaña ha vuelto a la extrema dureza y ha elegido los escenarios más conflictivos, vinculados con problemas judiciales del PP (Castellón y Valencia) para crecerse allí frente al enemigo exterior y los "Torquemadas" que investigan por el caso Gürtel.
Estrategia eficaz
Todo para contentar a Francisco Camps y Carlos Fabra, dos de sus principales valedores tras la derrota de 2008, y para movilizar a los convencidos, los que gritaban en los mítines "Zapatero, dimisión". Y la estrategia de la dureza se demostró eficaz: movilizó a los propios y, pese a las estridencias de Mayor, que llegó a admitir la tesis del cardenal Cañizares de que el aborto es más aberrante que la pederastia, no animó aglutinó a la izquierda contra el PP.
Internamente, el resultado contenta a todos. Rajoy tiene la victoria nacional que necesitaba, Camps puede contar con un resultado espectacular en la Comunidad Valenciana (más de 15 puntos sobre el PSOE) y Aguirre acumula otra victoria clara en Madrid (13 puntos), aunque el apoyo al PP en esta comunidad cae un punto, probablemente por la aparición de UPyD. El entorno de Camps ha dejado claro en público y en privado que considerarían una victoria rotunda del PP en esa comunidad como un absolución popular del presidente de la Generalitat, imputado por cohecho.
A sólo un año de las generales, unas elecciones en las que el PSOE le sacó casi cuatro puntos y más de un millón de votos al PP, darle la vuelta y ganar por cuatro puntos es un alivio para un Rajoy que sigue muy mal valorado en las encuestas y sufre constantes cuestionamientos internos.
En cualquier caso, no es la primera vez que Rajoy recibe un empujón en unas elecciones en las que él no se presenta y luego se lleva el chasco definitivo. Sucedió en 2007. El PP ganó las municipales por 150.000 votos. La euforia se desató en el partido, convencido de que ese éxito auguraba la victoria en las generales de 2008. Pero llegó la derrota y la gran decepción. Hasta el gran gurú de Rajoy, Pedro Arriola, admite en sus análisis que "cada elección es un mundo" y que los datos de las europeas no se pueden extrapolar a las generales ni a las municipales.
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