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LA COLUMNA | OPINIÓN
Columna
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Pederastia clerical

En medio de una campaña electoral tejida con materiales retóricos para derribo, griterío sin sentido -ha dicho Felipe González-, han sonado como un estruendo las palabras de monseñor Antonio Cañizares sobre el aborto y la pederastia, inmediatamente aplaudidas por Mayor Oreja en su imparable viaje hacia la extrema derecha. Para el cardenal, el aborto es algo mucho peor que la pederastia: "No es comparable, dijo, lo que haya podido pasar en unos cuantos colegios con los millones de vidas destruidas con el aborto".

La frase no tiene desperdicio. Es impresionante el desprecio por el sufrimiento humano que contiene. La violación de un menor es uno de los abusos de poder más abominables que existen. Se utiliza la posición de autoridad para abusar de una criatura que verá seriamente perturbada su evolución y que probablemente quedará marcada para toda su vida. Al cardenal Cañizares le parece una nimiedad. Quizás olvida que la religión que él predica considera pecados mortales tanto el aborto como la pederastia, y no considera atenuante, por lo menos que se sepa, que los pecadores sean funcionarios de Dios. La pederastia es un delito en España, el aborto no, por lo menos en los casos definidos por la ley. Ya sé que la legalidad no hace moralidad, pero estos pederastas con los que tan condescendiente y comprensivo se siente el señor cardenal deberían estar en la cárcel. ¿Qué ha hecho monseñor Cañizares, con su autoridad en la Iglesia, para llevar ante la justicia a aquellos casos de pederastia clerical que se dan y se han dado también en nuestro país? Aparentemente, nada.

Siendo lamentable, lo grave no es que el señor cardenal considere más condenable el aborto que la pederastia. Es una opinión, tan libre de ser expresada como cualquier otra. Que tiene el interés además de que da muchas pistas sobre el que las pronuncia y sobre las prioridades de la Iglesia de la que forma parte. Lo grave es que la frase está pronunciada con una clara intención: minimizar y blanquear los graves casos de pederastia, que se extienden como una plaga por la Iglesia, en todas partes. Cañizares en su esfuerzo por restar importancia al escándalo habla de "lo que haya podido pasar en unos cuantos colegios". Sólo en Irlanda estos "unos cuantos colegios" han producido decenas de miles de víctimas. Cañizares, con poder en Roma, en vez de trabajar para aclarar los abusos de menores, castigar a los culpables y dar una respuesta transparente a la opinión pública mundial, juega a minimizarlo, es decir, a poner en marcha, una vez más, los mecanismos de la ocultación y del olvido. Con la colaboración de las autoridades políticas y de la opinión pública, todo hay que decirlo, que sufren verdaderos ataques de pánico, se supone que por temor de Dios, que se traducen en una ausencia de respuestas críticas que acaba siendo cómplice del oscurantismo vaticano.

Uno de los efectos positivos que ha tenido la globalización ha sido que el mercado de las almas se ha vuelto muy competitivo. Poco a poco se van rompiendo los monopolios territoriales que las distintas religiones habían ido conquistando. Y la disputa por las almas adquiere una virulencia sin precedentes. En algunos lugares, por ejemplo en Latinoamérica, la lucha entre católicos y pentecostalistas es a brazo partido. Esta competencia puede que haga más difícil que las religiones sigan escondiendo sus miserias. El escándalo de los casos de pederastia de la Iglesia católica norteamericana tuvo mucho que ver con estas guerras. Con la competencia al acecho es más difícil evitar que estos crímenes afloren.

Atrapada en el tabú del celibato, la Iglesia católica ha llevado siempre encima el problema de los abusos sexuales de sus profesionales. Nunca ha querido afrontar la cuestión. El sexo en la Iglesia es un fantasma que aparece recurrentemente en la obsesión por la moral sexual de sus feligreses. Su estrategia ha sido siempre ganar el silencio de las víctimas atemorizándolas o con dinero (véase Estados Unidos) y reducir la relevancia de los hechos.

La doble moral del moralista es un argumento recurrente de la conducta humana. La jerarquía católica la ha asumido como una segunda naturaleza. Y la frase de Cañizares es, en este sentido, todo un manifiesto. O si se prefiere un libro de estilo de la casa. Quienes predican una moral de proximidad a las víctimas las convierten en invisibles cuando los verdugos son de su familia. ¿Qué autoridad moral tiene el que se permite tronar contra los comportamientos ajenos -han llegado a comparar el aborto con el Holocausto- y juega a esconder los crímenes propios?

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