Demasiado fácil
La policía francesa tiene que estar muy preocupada con el robo que se cometió el sábado pasado en la joyería Chopard, en la plaza Vendôme de París. No es la única. También lo están los que se ganan la vida escribiendo guiones para el cine. Un robo de esas características no da ni para un corto. Un tipo bien trajeado de unos 40 años entra en el establecimiento, saca de la americana una pistola con silenciador y pide que le entreguen lo que se exhibe en los escaparates. Los empleados obedecen, el caballero recoge el botín (una docena de joyas y relojes que valen más de seis millones y medio de euros), lo mete en una bolsa, agradece la gestión y se aleja del lugar caminando. Menos de dos minutos. Ni sobresaltos, ni gestos heroicos, ni disparos, ni conexiones subterráneas. Como mucho, el detalle anecdótico de que el asaltante llevara un sombrero borsalino. Pero eso se agota en el primer plano en el que salga el personaje. Lleva borsalino, ¿y qué? El detalle puede contarle al espectador que el tipo tiene una idea clásica de la elegancia o que le gusta disfrazarse (discretamente). Mucho talento hay que tener para sacar petróleo de una anécdota tan mínima. Y más en el cine que se hace ahora, donde manda el gusto por rizar el rizo, por proponer tramas paralelas, por darle mil vueltas de tuerca a la trama hasta convertir al bueno en el malo.
El ladrón de la joyería Chopard debería haber tomado nota de lo que ocurrió en diciembre de 2008 en la lujosa joyería Harry Winston, también en París. Allí fueron cuatro los atracadores, tres de ellos disfrazados de mujer (pelucas rubias, gafas de sol, bufandas), y utilizaron pistolas y una granada de mano; se sospechó de una banda con nombre propio, los Panteras rosas (operan desde la antigua Yugoslavia y roban en varios países); golpearon a un empleado; se llevaron 85 millones de euros en diamantes, entre otras joyas. Hasta hubo margen para rizar el rizo: cuando se atrapó en mayo a uno de los jefes de los panteras, ya no parecía tan claro que la autoría fuera de la banda.
Ahí sí que hay materia para un peliculón. Con el otro robo, en cambio, ¿qué hacer, si ni siquiera los hechos llenan una columna de periódico? Mejor silenciarlo: no vaya a ser que al ladrón del borsalino le salgan imitadores.
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