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Crítica:62ª edición del festival de Cannes
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El bisturí de Haneke da miedo

El director pone en marcha todo su poder de sugerencia en 'The white ribbon'

Carlos Boyero

Ante el cine del director Michael Haneke sabes que tienes que ir preparado mentalmente por su genuina capacidad para revolverte el estómago y la sensibilidad, para que te envuelva una atmósfera inevitablemente malsana, para encontrar sadismo y una variada gama de sentimientos enfermizos detrás de la aparente normalidad. En el contenido siempre late la simbología y la parábola, su convicción de que algo está podrido en el supuesto mundo civilizado. Hay veces en las que su retorcimiento y su cripticismo pueden resultar irritantes, como en Código desconocido y El tiempo del lobo. Pero cuando su expresividad encuentra la química para describir el infierno, los resultados te pueden crear inquietud y mal rollo con efectos duraderos, incrustar en tu retina imágenes o elipsis terroríficas y un clima que te puede amargar la noche.

Es una crónica con implacable lucidez y un estilo que hipnotiza
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Ocurría en Funny games con aquellos dos educados psicópatas que sembraban el horror en una familia a la que desconocían por simple placer, porque disponían del poder de hacerlo. También asocio con el escalofrío el muestrario de masoquismo y otras perversiones que exhibía la refinada profesora de música clásica en La pianista. O en el sentido de culpa y los fantasmas del pasado de ese crítico literario que comienza a recibir anónimos vídeos de alguien que está filmando continuamente su existencia en Caché. Y te impresiona la distancia emocional con la que Haneke cuenta esos espantos, su vocación de entomólogo diseccionando neurosis con devastadoras consecuencias, su temible frialdad, su arte para captar la violencia interna.

En The white ribbon no se centra en una patología individual, sino en los tumores colectivos. La voz en off de un anciano apela a sus viejos recuerdos para contarnos lo que ocurrió en un pueblo en el que daba clases cuando era joven. Estamos en la Alemania protestante durante los años anteriores a la I Guerra Mundial. Y te preguntas inicialmente si ambientar la acción en esa época obedece exclusivamente al capricho. Al final de esta crónica sobre los monstruos subterráneos entenderemos que su elección no era gratuita, que los niños que estamos viendo serán adultos cuando aparezca un dragón llamado nazismo.

En este pueblo aparecen pájaros decapitados, un crío subnormal es atacado con saña por torturadores sin rostro, hay padres que violan a sus hijas, campesinos abrumados y con familia numerosa que deciden ahorcarse, las semillas del mal tienen vía libre en esta comunidad religiosa y puritana, las agresiones más salvajes se ceban inexplicablemente con los débiles, la rigidez moral y los principios intocables esconden cloacas de depravación, la inocencia no puede sobrevivir al acorralamiento, se perpetúan las tensiones detrás de las civilizadas apariencias. Y aún te da más miedo lo que sugiere que lo que muestra.

Haneke utiliza el blanco y negro y un metraje notable para hacer la crónica densa y perturbadora de unos enigmas cuya explicación nos puede colocar los pelos de punta, crea un universo opresivo regido por la hipocresía, la corrupción, la vía libre para todas las miserias. Lo hace con implacable lucidez, con un estilo visual que te hipnotiza, que te hace palpar la degeneración interna de tanto apacible y sensato verdugo, la mierda que se oculta detrás de una gente que reza unida y considera el orden como el valor supremo. Ves The white ribbon con desasosiego, pero te pones más nervioso cuando la recuerdas. Permanece en tu cerebro. Es la prueba de que ha logrado su misión.

La idea de la película francesa dirigida por Xavier Giannoli En el origen es bastante sabrosa. Se centra en un delincuente de escaso fuste que en su vagabundeo al salir de la cárcel intentando buscarse la vida llega casualmente a la paralizada construcción de una autovía y es confundido por la gente del pueblo con el ángel salvador de su antiguo proyecto. El pringado asumirá con aplomo la suplantación y el poder que le otorga su nueva identidad. El interesante arranque se va difuminando levemente, pero a pesar de ello es cine con un tono muy digno y con un actor excelente llamado François Cluzet.

Michael Haneke (izquierda), con el actor Ulrich Tukur, ayer en Cannes.
Michael Haneke (izquierda), con el actor Ulrich Tukur, ayer en Cannes.AP
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