Una inmersión en la violencia y la infancia del nazismo
El cine de Michael Haneke (Múnich, 1942) se nutre siempre de lo peor de la sociedad, haciendo sombrías, turbadoras e inclementes revisiones de su concepto de inocencia y apacibilidad. Con The white ribbon, el cineasta, tan crítico y tan comprometido, retorna a su país natal para retratar la Alemania de vísperas de la I Guerra Mundial. La historia relata el calvario de los habitantes de un pueblo protestante, generado por sus propios valores absolutistas que terminaron por crear el nazismo.
"El absolutismo se convierte en terrorismo. Aunque esta película no es sólo sobre el fascismo, por mucho que haya sido ambientada en Alemania. La gente puede decir que habla sobre los nazis, pero es un problema que afecta a todos", afirmó ayer el realizador. "Mi cine está siempre enfocado en la violencia, porque en la sociedad moderna en que vivimos es imposible evitarlo. Me gustaría que me consideraran un especialista sobre la representación de la violencia en los medios", prosiguió Haneke, ganador de varios premios en Cannes con sus controvertidas La pianista y Caché.
Con la aparente frialdad inherente a su cine, Haneke relata extraños sucesos alrededor de un coro infantil, los nazis del futuro. "A los niños se les imponían valores absolutos. Los principios absolutistas son, por definición, inhumanos. Y los niños siguen estos principios al pie de la letra, castigando a los que no viven en función de su ideal. Quería hacer una película sobre cómo todo ideal se pervierte".
"Siempre me ha gustado crear en el cine la libertad que se tiene cuando se lee un libro, donde se dan infinitas posibilidades imaginativas. Y he rodado en blanco y negro, no sólo por mantenerme fiel a las imágenes de la época, sino porque quería usar una voz narrativa distante", remata.
Babelia
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